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  • Paz precaria, guerra posible

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 04/07/2025 06:49

    Si hace más de 60 años había solo dos países con armas nucleares, hoy son nueve los países que poseen el “átomo militar” (Freepik) Hace más de 60 años, en pleno régimen de la Guerra Fría, el francés Raymond Aron, un pensador desafortunadamente poco leído en el mundo del siglo XXI, definió el estado de la política interestatal con cuatro palabras: “paz imposible, guerra improbable”. Lo que quería decir Aron con esa sentencia era que la naturaleza ideológica de la confrontación entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética volvía la pugna irreductible; pero, por otro lado, la posesión de las armas nucleares por parte de las dos potencias preeminentes del mundo tornaba difícil la guerra entre ellos. La mutua destrucción asegurada (que en sus siglas en inglés se expresaba irónicamente MAD) suponía un equilibrio nuclear, el que se sostenía a través de una cultura estratégica que, más allá de sus diferencias irreconciliables, ambos poderes preservaban. Por ello, cuando en los años sesenta ese balance comenzó a sufrir desajustes como resultado de los incrementos de los gastos de defensa en Estados Unidos con Kennedy y en la URSS tras la crisis cubana, ambas potencias se encaminaron hacia los acuerdos de control y limitación de armas a principios de los años setenta. No obstante la existencia de la cultura estratégica bipolar en el segmento atómico, la pugna ideológica continuó, siendo los setenta los años de esplendor geopolítico global soviético, si bien pronto surgirían síntomas de declinación interna, en parte debido a la sobreextensión imperial. Considerando el estado del mundo en la tercera década del siglo XXI, bien podríamos decir, parafraseando al intelectual francés, que la situación es de “paz precaria, guerra posible”. Si hacemos un ejercicio de comparación entre aquella situación y la de hoy, quizá en el mundo de hoy existan más motivos para inquietarse. Es verdad que hoy no existe una potencia mayor revolucionaria como la URSS, que sostenía una doble política exterior: una clásica de Estado a Estado y otra de Estado a clases trabajadoras de otros países con el fin de que se produjeran situaciones revolucionarias y dichas clases capturarán el poder. Por ello, como bien decía el diplomático y sovietólogo estadounidense George F. Kennan, “la Unión Soviética era un Estado como los demás, pero diferente de los demás”. Pero entonces había un orden internacional que, más allá de los conflictos, muchos de ellos “templados” por ese orden, produjo una “paz larga” que evitó una guerra entre poderes mayores. Hoy, y desde hace tiempo, no tenemos un orden internacional pactado y respetado entre los grandes poderes. Pero aún estos poderes se hallan enfrentados entre sí, llegando en el caso de Rusia-Occidente a una situación de “no guerra” o confrontación latente como consecuencia de la guerra en Ucrania. Es decir, existe un desorden internacional en el que los actores con condiciones estratégicas para cimentar un orden interestatal se hallan confrontados entre sí. Por tanto, es cierto que no nos encontramos en una guerra mundial, pero las “tres guerras y media” que tienen lugar actualmente en las principales placas selectivas o fisibles del globo -Europa del este, Oriente Medio/golfo Pérsico, península indostánica y Asia/Pacífico- son casi “guerras mundiales regionales”, pues en ellas no solo hay estado de guerra y tensión, sino que están involucrados grandes poderes, gran acumulación militar convencional (y nuclear), lógicas confrontativas irreductibles, etc., situación que restringe incluso las posibilidades de construcción de “órdenes internacionales regionales”, modelo que ha sugerido Henry Kissinger como alternativa ante las dificultades de escala que existen para configurar un orden mundial. Pero, además, si hace más de 60 años había solo dos países con armas nucleares, hoy son nueve los países que poseen el “átomo militar” (cinco “formales”, que son aquellos que explosionaron artefactos antes de la firma del Tratado de No Proliferación en 1968, es decir, Estados Unidos, la URSS, China, Francia y Reino Unido, y cuatro “informales” que no forman parte de ese régimen, que son India, Israel, Pakistán y Corea del Norte, que se retiró del tratado en 2003), y varios más sí consideramos los denominados “no nucleares-nucleares”, es decir, países de la OTAN en los que Estados Unidos tiene desplegadas bombas atómicas (aproximadamente un centenar en bases aéreas de Alemania, Italia, Bélgica, Países Bajos y Turquía). Si el TNP ha sido perforado porque han surgido otros actores por fuera del mismo y porque todos los países con armas nucleares ”permitidas” que por el tratado se comprometieron a cooperar y avanzar hacia el desarme no lo han hecho, también ha fracasado el pacto que complementa a aquel, es decir, el Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares de 1997 (TPCE), pues algunos de los poderes nucleares, comenzando por Estados Unidos, no lo han ratificado, lo cual no es una buena señal porque quiere decir que las pruebas podrían ser necesarias. De hecho, lo fueron para Corea del Norte en 2017, y podrían serlo para Estados Unidos, que se encuentra modernizando sus arsenal nuclear, e incluso para China, que se propone incrementar significativamente su número de ojivas para 2035, el año estratégico para la potencia asiática, pues entonces alcanzará la modernización de la defensa nacional y del Ejército. Actualmente, en casi todos los países con armas nucleares se registran novedades. Además de las señaladas, recordemos que Rusia ha suspendido en 2022 su participación en el New START de 2010 (que limita a Rusia y Estados Unidos a contar con 1550 ojivas cada uno); pero, además, en diciembre de 2024, Moscú aprobó la revisión de la doctrina nuclear: a partir de entonces, “Rusia se reserva el derecho a usar armas nucleares no solo en respuesta a un ataque nuclear, sino también a un ataque con armas convencionales que represente una amenaza crítica para su soberanía e integridad territorial o para la de Bielorrusia, su aliado”. La versión anterior de la doctrina de armas nucleares de Rusia, emitida en 2020, sostenía que Rusia se reservaba el derecho a usar armas nucleares si un ataque contra el país amenazaba la existencia misma del Estado. En relación con Estados Unidos, con Donald Trump en el poder es posible que la modernización del arsenal nuclear vaya acompañada del ambicioso proyecto de volver prácticamente invulnerable el territorio nacional por medio del sistema de defensa conocido como “Cúpula Dorada”, pues se considera que con ello se superará el riesgo relativo con los límites que podría estar teniendo el sistema de disuasión nuclear nacional. Como bien sostienen los expertos Vipin Narang y Pranay Vaddi en un pertinente artículo publicado recientemente en la entrega on line de Foreign Affairs, How to Survive the New Nuclear Age, “Si Estados Unidos no se prepara con urgencia para el inminente “huracán nuclear”, podría encontrarse en una situación inédita: una situación en la que China, Corea del Norte o Rusia, actuando por separado o en conjunto, utilicen un arma nuclear contra un aliado estadounidense o incluso contra el propio territorio de Estados Unidos”. Recientemente, en Medio Oriente pudimos observar el ataque preventivo de Israel y Estados Unidos sobre las plantas nucleares y otros blancos en Irán. De ese modo, Israel, cuya doctrina nuclear se funda en la ambigüedad deliberada, activó lo que se conoce como “doctrina Beguin”, es decir, acciones de contraproliferación con el fin de impedir que otros actores regionales, en este caso Irán, puedan llegar a acceder al arma atómica. De modo que si hace más de 60 años solo tres potencias (Estados Unidos, Unión Soviética y Reino Unido) poseían armas nucleares cuyo reaseguro para evitar utilizarlas implicaba una estrategia de disuasión nuclear, hoy se pluralizó sensiblemente el número de países con armas nucleares y, acaso lo más preocupante, podría haber incertidumbre en relación con el verdadero estado de la estrategia de disuasión entre los dos mayores poseedores de armas, Estados Unidos y Rusia. Por ello, aunque no nos encontremos cerca de una confrontación con armas nucleares, la situación acaso ya no es de “guerra improbable”. En cuanto al estado de “paz precaria”, además de lo que hemos dicho sobre la falta de orden y la posición de “gladiadores” entre los actores preeminentes, inquietantes son los resultados de algunos prestigiosos centros de análisis. Por caso, según el Global Peace Index 2025, preparado por el Institute for Economic and Peace con sede en Sidney, Australia, en las dos últimas décadas la mayoría de los indicadores de paz han empeorado. El impacto económico de la violencia en la economía mundial es cuantificable, representando en 2024 el 11,56 por ciento del PBI mundial. Solo el gasto militar contribuyó con 9 billones de dólares. Otro dato es que los conflictos se están internacionalizando cada vez más: en los últimos cinco años, 98 países han participado al menos parcialmente en algún tipo de conflicto externo, frente a 59 países en 2008. Muchos de los factores que suelen preceder a los conflictos son más pronunciados hoy de lo que han sido desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Por su parte, de acuerdo al informe Conflict Trends: A Global Overview, 1946-2024, elaborado por The Peace Research Institute Oslo (PRIO), el mundo está experimentando un aumento de la violencia nunca visto desde la era posterior a 1945. El año 2024 marcó un nuevo y sombrío récord: el mayor número de conflictos entre Estados en más de siete décadas. Además, 2024 fue el cuarto año más mortífero desde el fin de la Guerra Fría en 1989. “Esto no es solo un aumento repentino, sino un cambio estructural. El mundo actual es mucho más violento y está mucho más fragmentado que hace una década”, advierte Siri Aas Rustad, directora de investigación del PRIO. Agrega la experta que “los conflictos ya no son aislados. Son complejos, transnacionales y cada vez más difíciles de resolver”. En suma, existe un nivel de fragilidad internacional prácticamente sin precedentes. En gran medida, ello sucede porque desde el fin del régimen de la globalización, que sucedió al régimen de la Guerra Fría, ninguna otra configuración entre Estados fue posible. Si bien la lucha contra el terrorismo creó un clima de cooperación entre Estados Unidos, Rusia y China, pronto dicho clima se fue difuminando y rápidamente la rivalidad y la desconfianza entre los actores más fuertes se fue acentuando. En ese contexto, el derecho internacional, es decir, el modelo institucional, fue perdiendo fuerza, los poderes mayores fueron denunciando o abandonando pactos cardinales, como Estados Unidos con el Acuerdo Transpacífico, el Tratado sobre Armas de Alcance Intermedio (INF), y Rusia con el Tratado de Fuerzas Convencionales en Europa (FACE), el pacto que rige la Corte Penal Internacional, etc. Tras la pandemia, las cuestiones relativas con el interés nacional primero, el refuerzo de las capacidades propias, las campañas híbridas, la misma guerra, la búsqueda de ganancias de poder, las nuevas contenciones, etc., terminaron por debilitar sensiblemente el modelo institucional y fortalecer el modelo relacional o de poder. La experiencia nos dice que los tiempos internacionales desprovistos de configuración u orden alguno se van volviendo cada vez más inestables, más todavía cuando aquellos actores que “cuentan”, que son los que deben pensarlo y fundarlo, se encuentran confrontados entre sí. Desde estos términos, la gran incertidumbre del siglo XXI radica no solo en saber si se alcanzará un orden internacional, sino en cómo se llegaría eventualmente a uno: ¿será de un modo “suave” a través de la recuperación y creación de niveles de cooperación basados en enfoques realistas, es decir, concepciones basadas en “la experiencia que ha dado resultados”? ¿O será por medio de un “acontecimiento acelerador” habitual de la historia, es decir, una prueba de fuerza? Si sucede por medio de la cooperación, por primera vez los Estados habrán logrado pasar del desorden a un ordenamiento sin el cedazo de la violencia. Si es por medio de la rudeza interestatal, entonces volveremos a ser testigos de la regularidad de la guerra como agente de cambios internacionales mayores en la historia, aunque esta vez la tecnología militar de vanguardia o tecnología de defensa de última generación (cazas de sexta generación, armas de energía dirigida, misiles hipersónicos, drones autónomos, operaciones múltiples con IA, robots asesinos, sistemas de ciberseguridad, armas atómicas de nueva generación, etc.) nos deja ante escenarios en buena medida desconocidos.

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