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  • El odio, enfermedad de la democracia y de la paz

    » Comercio y Justicia

    Fecha: 30/06/2025 18:45

    Por Miguel Julio Rodríguez Villafañe (*) El discurso de odio alimenta el resentimiento y la animosidad entre grupos sociales y también dificulta los procesos de diálogo, reconciliación y construcción de paz. Milei y su discurso de odio Lamentablemente, el presidente Javier Milei basa su discurso, centralmente, en presentar a aquellos que piensan diferente de él como parte de un sistema corrupto, opresor o destructivo. Los humilla calificándolos como “enemigos”, “traidores”, “casta”, “extorsionadores”, “ensobrados”; aún más, los deshumaniza y los trata de “ratas”, “parásitos”, “burros”, “orkos” o “mandriles” y con muchos otros epítetos gravosos y denigrantes. Él ha llegado a decir que “no se odia lo suficiente a los periodistas que dan informaciones críticas del accionar del gobierno”. De esa manera, por un lado, Milei y sus seguidores se presentan como los “buenos, no corruptos y salvadores”, en un discurso pregenocida, en una autopercepción de superioridad moral, contra los otros, que son los “malos”, “la casta corrompida”, a los que se debe atacar y eliminar. Desde esa lógica, peligrosamente, a supuestos justicieros los empuja a tomar posturas radicales y excluyentes, porque ¿quién se siente culpable o puede ser criticado cuando mata ratas o parásitos? Todo ello es contrario a la construcción de una democracia plural y de la paz, que implica la inclusión, el entendimiento mutuo y el respeto por las diferencias. Argentina, cómplice de actos inhumanos A su vez Milei, en su discurso de odio sin matices, en lo internacional, lo ha direccionado, en una incondicional alianza, con la geopolítica bélica de Washington e Israel en Medio Oriente. Así, defendió el ataque “preventivo” contra Irán. Incluso, se refirió al primer ministro israelí, cuyo accionar avala, con un trato de particular cercanía, como “mi queridísimo amigo, Benjamín ‘Bibi’ Netanyahu”. Además, afirmó, que Irán “es un enemigo de Argentina”, (ver diario Infobae, edición del pasado día 20). Por ello, obviamente, atento a su carácter de presidente de Argentina, nuestro país queda implicado, directamente, en la guerra de Medio Oriente, en sus diversos frentes de lucha, junto a Israel y Donald Trump. El ataque de Israel contra Irán fue un acto no provocado e injustificado y constituyó una violación flagrante de la Carta de las Naciones Unidas (ONU), los principios fundamentales del derecho internacional y al estatuto del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), toda vez que se trató de un ataque a instalaciones nucleares bajo la salvaguarda de dicho organismo. También Netanyahu ha provocado una catástrofe humanitaria sin precedentes, con un verdadero genocidio en contra del pueblo palestino. Asimismo, el gobierno israelí ha cometido reiteradas violaciones contra el derecho internacional humanitario en Siria, Líbano y Yemen. Todo ello no obsta señalar que en esto no se justifica, de ninguna manera, accionar terrorista alguno que implique la muerte de inocentes. Además, resulta inaceptable que el dolor de niños, mujeres y pueblo civil, en general, se tome como un efecto colateral necesario y se asuma con indiferencia en sus consecuencias. En ese sentido, la ONU y la Corte Penal Internacional (CPI) han acusado al gobierno de Israel de llevar a cabo un “genocidio contra el pueblo palestino”. Incluso, la CPI ha emitido una orden de arresto al primer ministro Netanyahu, imputándolo penalmente como responsable de haber cometido “crímenes de guerra de hacer morir de hambre como método de guerra y crímenes de lesa humanidad de asesinato, persecución y otros actos inhumanos”. El país, implicado en la guerra de Medio Oriente Mientras tanto, Argentina -atento al posicionamiento de Milei- votó en la ONU en contra de exigir un alto el fuego en Gaza. Ahora, hay que agregar la decisión de enviar personal militar argentino a la base estadounidense en Bahréin y buques de guerra y aviones Pampa al golfo Pérsico como apoyo a Estados Unidos e Israel, lo que involucra a nuestro país directamente en la guerra, en el sentido operativo y bélico del término. Aún más, el ministro de Defensa Luis Petri escribió al respecto: “Estamos del lado correcto de la historia”. Mensaje que compartió Milei en la red X. Todo ello nos pone como país cómplice de graves violaciones a derechos humanos, al borde de una guerra. Necesaria intervención del Congreso En Argentina, si bien el Presidente gestiona las relaciones exteriores, ello debe hacerse siempre dentro de los límites establecidos por la Constitución Nacional y los pactos internacionales, como la “Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio”, la “Convención sobre los Derechos del Niño”, entre otros, que tienen jerarquía constitucional, (art. 75 inc. 22, de la CN). Javier Milei debe hacer respetar y proteger los derechos humanos en la política exterior del país, por ser una “política de Estado” y no actuar, ilegítimamente, con posturas que nos comprometen ante el mundo. Además, el Congreso de la Nación es el que autoriza “al Poder Ejecutivo para declarar la guerra o hacer la paz” y el que permite la salida del país, “de las fuerzas nacionales”, (art. 75, inc. 25 y 28 de la CN). Es el Poder Legislativo nacional el que, con urgencia, debe dar órdenes al Presidente de que se abstenga de implicar en una guerra al país y enviar tropas, sin autorización del Congreso y menos, avalar hechos contrarios a la política de derechos humanos de Argentina. La guerra es un fracaso colectivo La sociedad argentina debe reafir­mar su coherencia con los valores esenciales que la nutren y la justifican. No se pueden volver relativos o perecede­ros con­ceptos fundamenta­les, como el respeto a la vida, a la liber­tad, a la dignidad de la persona, a la igualdad y equidad, a la no discriminación, a la justicia social y a la vigencia integral de los derechos humanos. La corrupción social empieza por relativizarlos, para luego, anularlos por indi­ferencia. No se puede tolerar que se niegue o infravalore lo sucedido en los genocidios y -menos- que los avalemos. Debemos reafirmar las verdades últimas de la humanidad, las que guían y deben orientar a las personas y a los pueblos y su sentido trascendente para el bien común. De lo contrario, las ideas y las convicciones hu­manas pueden ser ins­trumentalizadas, fácilmente, para fines de poder, contrarios a los objetivos de una humanidad que se respete a sí misma. La vocación por la Paz nos debe obligar a esforzarnos, en medio de los conflictos, para dar razones de vida y evitar que la seducción de la violencia irracional y la lógica del odio, imponga sus argumentos de muerte. Como diría Simón Wiesenthal, “la combinación de odio y tecnología es el mayor peligro que amenaza a la humanidad”. Tampoco ninguna forma de imperialismo, de dominio, de agresión, de explotación y de colonialismo, pueden presentarse como garantía de Paz. Cuando la razón que manda es la violencia irracional e injusta, nunca se triunfa. Es la derrota más profunda de la humanidad. (*) Abogado constitucionalista cordobés, ex juez Federal y periodista de opinión

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