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  • Un buen día

    » Diario Cordoba

    Fecha: 30/06/2025 15:47

    Madrugar sin despertador y descansado. Ducharse y salir con ropa ligera a la calle. Encontrar una terraza a la sombra, rodeada de vegetación, donde leer el periódico y desayunar frugalmente. Pasear por la playa y, si apetece, darse un baño. Comer pescado junto al mar. Dormir la siesta y que el airecillo que entra por la ventana acaricie nuestros pies. Beber café en silencio, empezar a leer algo por curiosidad. Volver a pasear por la playa hasta el atardecer. Cenar una ensalada y acertar con una película. Finalmente, dormir. Sería un buen día de vacaciones, y parece posible en cualquier zona costera, sin importar norte, sur, este u oeste. La vida, sin demasiadas expectativas, también puede convertirse en una victoria resplandeciente. Sin embargo, esa gema sencilla, pura, no es tan fácil de encontrar. A veces somos nosotros mismos los que torpedeamos nuestro propio bienestar; otras veces nos vemos constreñidos por las circunstancias. Tendemos a los planes y a tropezar cien veces con la misma piedra. Olvidamos que nuestros intereses no siempre conjugan con los ajenos y olvidamos la escala de prioridades obvia e incuestionable. Entonces no desayunamos donde queríamos, se nos atraganta la siesta y la temperatura no resulta tan agradable. Y no solo eso: en ocasiones, el escenario puede ser calcado al que habíamos soñado y, a pesar de su precisión, no conseguimos alcanzar la placidez o la euforia que buscábamos. La serenidad es quebradiza. La soledad puede desearse y repudiarse en un mismo día. Pero igual que la muerte puede esperarnos en cualquier esquina, un buen día puede pillarnos por sorpresa. Me explico. Estaba de vacaciones, pero no había podido irme a la playa ni a ningún lado. Entonces surgió una propuesta, dadas las fechas, extravagante: comer en Écija, pueblo interior e infernal. Aun así, llegué y comprobé que la canícula nos había dado una tregua. Además, descubrí un pueblo claro y señorial; el choco frito me sentó bien en un salón con aire acondicionado, y terminé brindando por buenas noticias propias y ajenas. Después, café bajo un soportal y vuelta a casa: nada del otro mundo. Pero fue un buen día y no lo esperaba, como tampoco esperaba que perdurase una amistad equiparable a la de un campamento de verano. Por suerte, a veces las horas fluyen con gracia sin necesidad de adornos. «¿Esto dará para una de tus esquelas?», me preguntó mi amigo, que debía de compartir la misma poca fe que yo. Parece que sí, aunque no lo daba por hecho. De vez en cuando suena bien hasta la versión flamenca de un clásico del rock. *Escritor

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