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  • El turno del neofascismo

    Parana » AIM Digital

    Fecha: 29/06/2025 23:47

    La epidemia populista que está inficionado a buena parte del mundo, sobre todo al que la tibieza socialdemócrata dejó sin respuestas y terminó fastidiando, es vieja en contenido. El rápido contagio se vio en la aceptación entusiasta de las "revoluciones de colores" que proliferaron en los países de la ex Unión Soviética y se extendieron al medio Oriente. Las revoluciones de colores iban dirigidas contra gobiernos descriptos como autoritarios y corruptos. Cumplían la precondición de ser prooccidentales, en la convicción no comprobable de que en Occidente la corrupción era menor debido a las ventajas intrínsecas de la democracia. No obstante, el populismo no se dirigió solo contra los gobiernos de los países "títeres" de la ex Unión Soviética, sino que implicó depuraciones étnicas, como la de Gaza. Se concretó en el Frente Nacional francés de Jean Marie Le Pen y su hija Marine; en el movimiento "Pegida" en Alemania (palabra construida con las primeras sílabas de "Patriotische Europäer gegen die Islamisierung des Abendlandes", o sea Europeos patriotas contra la islamización de Occidente); en el Amanecer Dorado en Grecia, que tiene un sospechoso parecido con la infame secta ocultista inglesa Golden Dawn (Aurora dorada). La caída del muro de Berlín fue ampliamente festejada como el fin de una edad oscura; una liberación, el inicio de una nueva era. Pero poco tardaron en levantarse otros muros: entre Marruecos y el Estado Subsahariano, entre Israel y Palestina, entre Estados Unidos y México, entre las dos Coreas y se proponen otros, como la humilde cerca de alambres de púas que Patricia Bullrich está instalando entre Bolivia y la Argentina. Hay en Europa muchos partidos fascistas, nefascistas y nazis, pero casi ninguno lo reconoce abiertamente. Todos están disimulados bajo la fachada liberal pero mantienen ideas fascistas y sobre todo los rencores, las pasiones negativas, los odios y la agresividad del fascismo. El fascismo del siglo XX se fundaba en la idea de un Estado omnipotente, expresión de la potencia nacional que anulaba las individualidades, en la personalidad del jefe que no debía rendir cuentas y gobernaba por ser encarnación de la nación, y en el modo de producción corporativo, que Mussolini tomó de las repúblicas del norte del Italia al comienzo de la modernidad. De todo esto, el neofascimo retiene sobre todo el autoritarismo, porque se trata en síntesis de facilitar el dominio sin trabas del capital financiero, que soporta mal procedimientos democráticos impuestos por el liberalismo durante la historia de Europa. Necesita velocidad y manos libres y la democracia liberal no las ofrece. El racismo, la división interna, los odios, son maneras de suscitar las pasiones necesarias para mantener a las masas en una actitud contraria a las democráticas, que exigen más racionalidad y mejor comprensión, y para hacerlas caminar en la dirección que conviene al poder. No obstante, hay diferencias sustanciales entre el fascismo del siglo XX y el actual; sobre todo para el fascismo de Mussolini el Estado era todo y el individuo, nada; en cambio, para el neofascismo actual, el individuo es todo y el Estado, nada. El neofascismo tiene la intención de revertir los derechos conquistados por los trabajadores en medio siglo de luchas. Más que conservadores o reaccionarios, los neofascistas son contrarrevolucionarios sociales. Los fascistas soñaron al final de la segunda guerra con una restauración rápida, una segunda "marcha sobre Roma". Pero las condiciones no eran las mismas, hubo fusilamientos y se les cortó ese camino. Optaron por una "larga marcha" que implica la adopción de principios parlamentarios, la disputa electoral por cargos y dejar en el camino las ideas, como cualquier otro partido, a favor de las tácticas para conseguir votos. El fascismo original era irracionalista, no tenía un sistema ideológico elaborado ni se proponía tenerlo. El "acto puro" de Gentile era una exaltación de la acción hasta anular el pensamiento, porque aquel acto era identificado con el espíritu. Las doctrinas de Carl Schmitt, tomadas luego por algunos ex marxistas, como Chantal Moffe y su marido, Ernesto Laclau, no pretendían dar una comprensión doctrinaria de la realidad política sino establecer una táctica eficiente, una guía para la acción práctica con materiales tomados de donde pareciera más conveniente, incluso de Schmitt, un católico ultraconservador que fue ministro de Hitler. La pobreza ideológica de los afluentes del neofascismo se pueden ejemplificar con el partido del "Homo Qualunque" de Beppe Grillo en Italia. El "Hombre cualquiera" pretendía encarnar el sentido común; no tenía conciencia de clase, no sabía nada de caos ni de orden, no tenía mucho que decir sobre representaciones ni escaños, no tenía conciencia de clase pero quería mejores sueldos, un sistema de salud, mejoras en la seguridad, y cosas como las que prometen a manos llenas los políticos sin pensar en cumplirlas. El Hombre Cualquiera fue un partido que como el movimiento poujadista en Francia se disolvió rápido, porque de hecho era casi nada, pero sus miembros se integraron al neofascismo y contribuyeron a sus éxitos parlamentarios. La esperanza es derrotar a la democracia con democracia, como Hitler, que llegó al poder mediante elecciones. El núcleo del planteo discernible de los neofascitas está fundado en el miedo antes que en análisis racionales: sabe que el régimen actual de Europa está en decadencia acelerada y teme que caiga en manos de la izquierda si antes no reconoce la necesidad de plegarse a la alternativa nacionalista. Y de agitar temores se trata: contra los bárbaros, contra los extranjeros, contra la miseria, contra la desocupación, contra las "otras civilizaciones" que pretenden usurpar lo que es de Occidente. Y ellos se dirigen a occidentales, es decir, a los que desde hace siglos se creen con el derecho de mejores. El que lo sustituya deberá ser antiliberal, anticomunista, anticapitalista y antiburgués. No cuesta hoy ser antiliberal ni anticomunista, desde que incluso la fabricación de dinero, la generación de deudas monstruosas y de crisis económicas a voluntad quedó en manos de un puñado de banqueros, el capitalismo de Adam Smith desapareció y también los burgueses de antaño. Queda el único poder central y total: el financiero. A esta realidad le conviene el lema fascista: "creer, obedecer, combatir". Los otros ingredientes históricos hoy día serían solo decorativos, como el culto de la fuerza, marchas, pendones, banderolas, estandartes, himnos, vivas, desfiles y uniformes, y otros más necesarios como el culto a la voluntad del líder, la sacralización del poder único y el uso sin discusión de la violencia para sostenerlo. De la Redacción de AIM.

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