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Parana » Informe Digital
Fecha: 29/06/2025 14:09
No quisiera convertirme en el contador oficial de los insultos del Presidente en cada discurso o entrevista, pero me resisto a normalizar los agravios y que el análisis se limite a evaluar si la economía está mejor o peor de lo que él sostiene o a lo que dijo sobre el avance de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires. Pasemos entonces al conteo. En la última semana, Javier Milei ofreció dos discursos: uno ante empresarios en el Yacht Club de Puerto Madero y otro en el congreso de LLA en La Plata. En resumen, entre ambos, emitió los siguientes agravios: cinco parásitos mentales (+ un parásito), cuatro pelotudos (+ un pelotudez), tres ladrones, tres brutos, dos mandriles, dos mentirosos, dos imbéciles, dos culos, dos ratas, dos estupideces, dos eunuco, dos inmundos, dos porquerías, dos depravados; y un orco, boludos, chantas, genocidas, impresentables, caraduras, malnacidos, berretas, infectados, cagadores, basuras, nefasto y burros sin atributos. Y, apenas, un ensobrado. En total, sumaron 51 insultos. El tiempo transcurrido entre ambos discursos fue de 106 minutos (incluyendo los aplausos y otras distracciones), lo que representa casi un insulto cada dos minutos. Es novedoso que el término “parásitos” encabece esta vez el ranking de insultos. A la preocupante tendencia presidencial de deshumanizar a sus críticos, asociándolos con animales como ratas, cucarachas y mandriles, se suma ahora la referencia a una enfermedad (ya los había llamado “virus”). Quizás, en algún momento, esto llame la atención de las organizaciones que históricamente se han manifestado alertas ante este tipo de discriminaciones, que recuerdan etapas trágicas del pasado. La violencia se desborda. Los que permanecen en silencio —políticos y empresarios que lo aplauden, opositores que quieren congratularse con él, economistas que coinciden con sus medidas y periodistas que buscan evitar mencionar tal desquicio— pueden continuar haciéndose los distraídos. Pero lo que ninguno de ellos podrá evitar es que la violencia que emana del poder se derrame sobre la sociedad. Los especialistas en estrategia política destacan que Milei imita el formato de comunicación de lo que se denomina “nueva derecha”, a la manera de Donald Trump y Jair Bolsonaro. Hugo Chávez también se caracterizaba por insultar a sus adversarios. En todo caso, la agresividad en el discurso político suele relacionarse con los gobiernos populistas, independientemente de su ideología, que utilizan el efectismo y la simplificación de la realidad en una dicotomía de buenos y malos. No obstante, Milei no se asemeja a ellos. En primer lugar, porque Milei obedece más a un instinto que a una estrategia. Primero prima el impulso psicológico que define su comportamiento. Solo después se hace presente la estrategia de Santiago Caputo, que intenta ajustar las eventuales patologías de su cliente a las necesidades del Gobierno. Por ello, cualquier comparación en ese sentido sería injusta tanto para Milei como para los Trump del mundo. Nadie, salvo él, lanza un insulto cada dos minutos. No existe otro líder que proponga el anarcocapitalismo como modelo social y económico. Y es posible que Trump, Bolsonaro, Chávez y otros hayan tenido derivas místicas, pero solo Javier Milei sostiene haber recibido directamente de Dios la misión de salvar al planeta del “Maligno”, con la ayuda de su hermana Karina (a quien considera la reencarnación de Moisés) y de su perro Conan (quien, según ellos, actúa como intermediario celestial con el “Uno”). Secuelas. Desde que Milei alcanzó notoriedad, se han vinculado su brutalidad discursiva y su carácter intempestivo con las experiencias traumáticas que vivió desde niño, como el bullying y la violencia familiar que narró en ocasiones con lágrimas en los ojos. Fernando Ulloa, uno de los fundadores de la carrera de Psicología de la UBA, se dedicó a analizar el concepto de crueldad como sociopatía. Fallecido en 2009, no tuvo oportunidad de conocerlo, pero sus estudios reflejan las secuelas que pueden dejar ese tipo de castigos y el impacto de ser un “sobreviviente”: personas que tienden a reproducir, sin ser conscientes, la crueldad que sufrieron en la infancia. Los psicólogos sostienen que existen terapias que pueden ayudar a aliviar ese dolor y evitar la repetición de tales conductas. ¿Las recibió Milei? Según su biografía no oficial, el único psicólogo que se le conoce es el que lo atendió hasta su fallecimiento en 2020 durante la pandemia. Como para ser Presidente de Argentina no se requiere ningún test psicológico ni obligación de informar sobre su estado de salud general, no se sabe si Milei cuenta hoy con un profesional de confianza o con asistencia terapéutica. Tampoco se tiene certeza sobre si consume medicamentos por algún padecimiento o enfermedad. Lo único que podemos conocer es lo que se observa y lo que sale de su boca cuando habla. Esta semana, por primera vez, Milei abordó el tema de su propia crueldad: “Sí, soy cruel”, admitió. Sin embargo, no lo hizo como un acto de introspección, en busca de sanar sus heridas más íntimas. Lo expresó para intensificar su violencia verbal: “¡Soy cruel, kukas inmundos! Soy cruel con ustedes, con los gastadores, con los empleados públicos, con los estatistas, con quienes les rompen el culo a los argentinos de bien!” Otra característica de Milei que lo distingue de cualquier otro mandatario es su extremo nivel de hiperbolismo, lo que en psicología también se relaciona con el síndrome de la crueldad. Por ejemplo, en los dos discursos mencionados, se refirió a su gobierno como “el mejor de la historia”, con un gabinete de “gigantes y colosos” que le “demostró al mundo el gran milagro argentino”, “la gran transformación que llevamos a cabo” en “una gesta patriótica”. “Somos el primer gobierno que cumplió todas las promesas”, “capaces de dar una lección de macroeconomía a nivel mundial”, que realizó “el ajuste más grande de la historia de la humanidad” y “las reformas estructurales más grandes de la historia”. Los que se aprovechan de él. En la última semana también intensificó su incitación al odio hacia los periodistas. No hubo un día en que no lo promocionara en sus redes con afirmaciones como “No odiamos lo suficiente a los periodistas” o provocaciones similares. El caso de la incitación al odio llegó a la Justicia no porque esta actuara de oficio, sino por iniciativa del fundador de Perfil, Jorge Fontevecchia. La causa ya está en el juzgado de María Capuchetti, con la intervención del fiscal federal Gerardo Pollicita, que investiga si sus menciones reiteradas se enmarcan dentro de los alcances del artículo 3° de la ley 23.592, que castiga a “quienes por cualquier medio alienten o inciten a la persecución o el odio contra una persona o grupos de personas”. Hasta ahora, la Justicia ha ordenado a la División Técnica de la Policía, dependiente de la ministra Bullrich, que determine si los dichos que surgen de la cuenta oficial de Javier Milei son efectivamente suyos. Hacer como si todo esto fuera normal no implica que lo sea. Es cierto que sus dramas juveniles contribuyen a comprender a este hombre, pero también es cierto que la sociedad no es responsable de que su Presidente haya atravesado tanta crueldad sin la contención terapéutica adecuada. Esto no impide que una parte de la sociedad pueda aprovecharse de él, considerándolo políticamente funcional a un objetivo de ruptura total con lo conocido. No carece de lógica. Tampoco deja de ser una apuesta con consecuencias impredecibles.
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