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Parana » Informe Digital
Fecha: 29/06/2025 14:07
Marina Dal Poggetto, Directora Ejecutiva de la consultora Eco Go, identifica una clara sensación de “antes y después” respecto a las elecciones legislativas de octubre, al menos en lo que concierne a la economía. A su juicio, el resultado para el oficialismo debería ser favorable en el ámbito político; sin embargo, considera que es necesario modificar ciertos aspectos actuales, lo que ella califica como una necesidad de “recalibrar”. Esa modificación, asegura, debería enfocarse en el cumplimiento de algunas de las metas pactadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI), como por ejemplo, en el aumento de reservas. En este contexto, observa “un dólar más alto, más cercano al techo de la banda cambiaria que al piso actual”. – Existen dos variables que el Gobierno sigue con especial atención: el dólar y la inflación. En esos dos frentes, los números parecen favorables, pero hay otras variables donde la situación podría no ser tan cómoda. ¿Cuál es su perspectiva al respecto? – El Gobierno está priorizando las elecciones de octubre, y para ello ha diseñado un esquema cambiario en el que el dólar actúa como ancla para contener la inflación. Al mismo tiempo, intenta democratizar la economía mediante la expansión del crédito, lo que, a su vez, financia la recuperación del nivel de actividad. Aunque los datos recientes muestran una recuperación en “V” tras la caída de 2022-2024, una mirada más amplia, que contemple desde 2011, revela que Argentina lleva 13 años estancada, con niveles de actividad similares a los de hace más de una década. Por otro lado, la tasa de inflación, aunque está muy por debajo del pico del 200% anual de 2023 o del 12% mensual tras las PASO, registró un 1,5% en mayo. Sin embargo, todo este esquema se basa en un objetivo a corto plazo: llegar a octubre. Inicialmente, se estableció un tipo de cambio fijo que se ajustaba lentamente, un cepo cambiario, y la obligación de destinar el 20% de las exportaciones al contado con liquidación para controlar la brecha. Cuando este esquema resultó insuficiente por falta de dólares, el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) brindó los fondos necesarios. A pesar de que el compromiso con el FMI incluía eliminar el cepo y acumular reservas con un dólar y tasas más altas, el Gobierno optó por utilizar esos fondos para mantener el dólar bajo, sin acumular reservas significativas y manteniendo tasas de interés lo más bajas posibles para monetizar la economía, usando al dólar como ancla. Foto: Marcos Rodoloisi – Y si consideramos las elecciones de octubre como el objetivo o meta, ¿qué anticipa para después de las elecciones? ¿Qué plan a futuro visualiza? – Mi análisis sugiere que el Gobierno anhela una buena elección en octubre. La ausencia de Cristina Kirchner y un peronismo desmantelado probablemente les resulten favorables. En este contexto, un triunfo electoral permitiría reducir significativamente el riesgo país. Esto, a su vez, habilitaría un programa financiero que no dependería de los actuales “artilugios”, como la apropiación de pesos para cubrir el déficit financiero o la necesidad de deuda costosa para obtener dólares. No obstante, esta es una transición corta hasta octubre. En mi opinión, luego de las elecciones, el Gobierno deberá recalibrar el esquema hacia una alineación más cercana a lo comprometido con el FMI. Esto implicaría un dólar más elevado, más próximo al techo de la banda cambiaria que al piso actual. Argentina se enfrenta a vencimientos de deuda en dólares por cerca de US$ 20.000 millones y promesas a multinacionales de que podrán girar capitales tras cinco años de restricciones. Con un déficit de cuenta corriente que probablemente supere el 1,7% del producto este año (empeorado por los malos datos de mayo), la pregunta clave es doble: ¿Está el Gobierno dispuesto a recalibrar después de octubre, o intentará continuar con este esquema de “carry carry for ever”? Y lo más importante, ¿puede recalibrar sin desanclar la economía y provocar una corrida? Reorganizar la narrativa oficial, que celebra la eliminación de la inflación para el próximo año, será un verdadero desafío. – Dentro de ese esquema que menciona, donde plantea que será necesario recalibrar, ¿considera también que hay una necesidad de devaluación o, al menos, un ajuste en la banda de flotación? – Es curioso, porque hablamos constantemente de devaluación cuando, como dice el presidente, tenemos un tipo de cambio flotante. La realidad es que este tipo de cambio es “flotante hacia abajo”, dado que la política rara vez permite una flotación “hacia arriba”. Después de dos años de “carry”, donde la tasa de interés superó ampliamente a un tipo de cambio que hoy vale lo mismo o menos que en octubre de 2023, requerimos un anclaje que estabilice la demanda de pesos. Argentina sigue con reservas negativas, sin contar los fondos del FMI, y presenta un exceso de pesos que en un país normal no existiría, además de no tener acceso al crédito internacional. El programa original contemplaba un programa fiscal, financiero y monetario sólido. Un enfoque monetario permitiría construir un ancla alternativa al ancla cambiaria, facilitando la eliminación de controles de capitales sin desestabilizar la economía. Es similar a aprender a montar en bicicleta sin rueditas: es necesario quitarlas para que el programa funcione de verdad. Se supone que estamos en un esquema de bandas con un techo de $ 1570 para fin de año, pero el Banco Central ha declarado que solo comprará dólares en la banda inferior, a pesar del acuerdo con el FMI, que preveía intervención en la parte media de la banda. También se han utilizado futuros para mantener bajo el dólar spot, y el financiamiento monetario del déficit se ha transformado en recapitalización del Banco Central, trasladando pesos al Tesoro. El objetivo sigue siendo la expansión del crédito, pero me pregunto hasta dónde esa expansión puede compensar un mercado laboral en declive, donde la destrucción de empleo formal se ve parcialmente compensada por trabajo informal o monotributo. El Gobierno está implementando políticas de ingresos para contener la inflación, sin validar paritarias que compensen la inflación del pasado. Hasta ahora, hemos observado un ligero aumento en la morosidad del crédito bancario, pero un aumento mucho mayor en el crédito no bancario y digital, donde se endeudan los sectores más vulnerables sin acceso al crédito formal. Trabajo y consumo – Esto refleja la complicación que enfrentan algunos sectores, tanto en lo que respecta a sus ingresos como en la falta de empleo o empleo formal. – Lo que no se discute es cuál es el motor de crecimiento de la economía. El presidente descarta el consumo y la exportación, argumentando que el verdadero motor es la inversión. Sin duda, hay inversión en Vaca Muerta y Minería, impulsada por el RIGI. Sin embargo, en el resto de la economía formal, a pesar de que los precios relativos se corrigieron, el país se volvió muy caro en dólares por el tipo de cambio y la estructura tributaria. El argumento oficial sostiene que se necesita deflación y un aumento de la productividad, un esquema que ya fue intentado durante la convertibilidad. En términos marginales, la economía crece porque la tasa de interés interna se desacopla de la internacional, hay un “medio cepo” y la expansión del crédito compensa. Aun así, me pregunto si los nuevos jugadores (como las fintech o plataformas digitales) son suficientes para contrarrestar la destrucción de los actores tradicionales en el mercado formal, lo que está causando más daño del necesario. Hemos pasado de una “Disneylandia” (tasas negativas, alta brecha cambiaria para sectores protegidos) a jugar en la “jungla”. Si bien la sociedad en general estaba perdiendo con el modelo anterior, esta adaptación está generando destrucción de empleo en una economía que ya presenta un altísimo nivel de informalidad. La cuestión es hacia dónde se quiere realmente dirigir el país. Foto: Marcos Rodoloisi – Y en medio de esto, el nivel de consumo no repunta como se podría esperar. – El consumo sí ha mejorado en lo que respecta al acceso al crédito para bienes durables, en parte porque en el modelo anterior hubo una retracción de la oferta. Sin embargo, no ocurre lo mismo con el consumo diario. Es verdad que hay cambios de hábitos en una economía con una inflación más contenida, a pesar de que no sea “normal” en comparación con el resto del mundo. El debate real es cuál será el motor de crecimiento hacia adelante. No quiero hablar de “sostenibilidad” en un esquema de tipo de cambio flexible, pero la política está utilizando al dólar como ancla dentro de esa flexibilidad, apostando a un acceso fluido al crédito una vez que el Gobierno sea validado por las urnas. – Si tomamos esto en cuenta, la inflación parece estabilizada e incluso se ubicó por debajo del 2%, uno de los objetivos del Gobierno. Sin embargo, al mismo tiempo, hay empresas que manifiestan que no pueden trasladar más costos a los precios porque el nivel de consumo no los acompaña. ¿Considera que la fuerte disminución de la inflación es un logro del Gobierno o responde más a la baja del consumo? – La tasa de inflación que sufría Argentina era insostenible y requería un programa de estabilización integral: fiscal (reducir el financiamiento monetario), financiero (gestionar la deuda sin romper contratos) y monetario (construir una ancla alternativa al dólar). El programa fiscal, aunque con discusiones sobre intereses no registrados, parece estar avanzando. El programa financiero en pesos depende de la “caja de pesos” generada por el Gobierno y el monetario busca la expansión del crédito. Desde el punto de vista político y electoral, la reducción de la inflación del 25% al 1,5% es un éxito innegable del Gobierno y el principal soporte de Javier Milei. La pregunta que surge es si la capacidad de construcción política habría sido la misma con una desinflación más moderada, que quizás no requiriera una recalibración posterior. El Gobierno celebra un número que, en algún momento, probablemente exigirá una recalibración. La clave es si esa corrección será “anclada” o si desestabilizará el esquema. Argentina necesita normalizar la tasa de inflación a un nivel más próximo al internacional. Para ello, debería dejar de centrar su atención en el dólar. Un país construye una moneda si recompensa el ahorro y no rompe contratos de manera sistemática. Argentina, históricamente, ha hecho lo contrario: las tasas de interés han sido negativas y los contratos se rompen con cierta frecuencia. Disponemos de un esquema de cepillo a medias para las empresas, mientras que las personas tienen libre acceso al mercado cambiario, lo que permite arbitrar contra el dólar financiero y hace desaparecer la brecha. Sin embargo, esto tiene un costo: implica una salida de dólares. En abril, por ejemplo, se vendieron US$ 2.000 millones, y en mayo probablemente más. Los depósitos en dólares, que el Gobierno espera que crezcan para extender el esquema, están aumentando muy poco. Es decir, el esquema solo funciona si se inyectan dólares constantemente; de lo contrario, no cierra. – En este contexto, hemos conversado sobre la política de no adquirir dólares y no aumentar reservas, y al mismo tiempo tenemos la salida del cepo, que ha generado un aumento de compras y viajes al exterior. Esto resulta en una salida de dólares. Es decir, por un lado, no tenemos ingreso y, por otro, hay una gran salida. ¿Debería preocuparnos esta situación, especialmente considerando que uno de los objetivos del FMI es aumentar reservas? – A corto plazo, la clave es la negociación con el Fondo. No se deben utilizar los dólares del FMI para financiar los vencimientos de deuda con el mercado. Por ello, el Gobierno está emitiendo deuda y asegurando dólares propios para cubrir los pagos de julio y enero. La colocación de deuda en pesos no residentes, que abre una puerta riesgosa, es parte de esta estrategia para obtener divisas. Desde la perspectiva de la sostenibilidad del esquema en el tiempo, se necesita seguir captando dólares financieros de manera constante. Hasta ahora, el ministro ha tenido éxito. Primero, el blanqueo fue mucho más exitoso de lo anticipado, lo que proporcionó un colchón de dólares al Gobierno. Sin embargo, aún falta que las leyes sean aprobadas por el Congreso. Parte de la normativa que se desea modificar tiene como objetivo modernizar un esquema tributario “kafkiano” de los 90, diseñado para una economía sin inflación. Pero la lógica detrás de lo que se anuncia es un blanqueo permanente: por primera vez en un gobierno, se propone un segundo blanqueo, que además podría generar un esquema de uso del “negro” y el “blanco” como si fueran lo mismo, mediante un sistema simplificado. Si no se controlan el consumo ni el patrimonio, y si el director de ARCA dice “vos podés ganar por uno y gastar por cinco, nadie te va a controlar”, ¿cuál es el esquema de administración tributaria que se busca? Argentina enfrenta una presión impositiva normativa del 50% del producto, pero solo recauda 29 puntos entre nación, provincias y municipios, con un gasto consolidado de 30-31 puntos. Si se cumple el Pacto de Mayo, el gasto podría bajar a 25 puntos, el nivel histórico previo al kirchnerismo. Aun así, existen varios puntos relacionados con intereses de deuda (registrados y no registrados), y si se refinancia la deuda, la tasa será más alta. Sin bajar la presión tributaria efectiva o aumentar la base de contribuyentes, es complicado resolver este dilema. Cuando Milei dice “yo soy el topo que vengo a destruir el Estado” o “los evasores son héroes”, me interrogó sobre cuál es la lógica subyacente. Los títulos de reforma fiscal, tributaria, laboral y previsional son los mismos que se abordaron en programas anteriores, pero la discusión sobre su contenido profundo hoy está ausente.
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