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  • Así fue “El Tanquetazo”, la rebelión contra Salvador Allende, filmada por un argentino que no soltó su cámara hasta morir

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 29/06/2025 04:46

    El camarógrafo argentino que cubrió el primer levantamiento contra el presidente Salvador Allende y filmó su propia muerte La multitud, en su mayoría hombres, corre por la calle en el centro de Santiago de Chile la mañana neblinosa del viernes 29 de junio de 1973. Corre hacia la cámara. Al quedar delante de ella, uno de esos hombres levanta el puño y después esquiva al camarógrafo que, firme, bien plantado, sigue registrando la escena. Ahora la llegada de un camión repleto de soldados que frena bruscamente. Los soldados comienzan a bajar de la caja, comandados por un suboficial que empuña un arma corta. Un civil cae en el medio de la calle y la cámara captura el momento en que el jefe y uno de los soldados le apuntan mientras está en el suelo. Es el uniformado de la pistola el primero en ver al camarógrafo filmando. Grita una orden, dos, después apunta y dispara hacia la cámara. Erra y grita otra orden. Hay un segundo disparo, con arma larga, desde la caja del camión, pero el camarógrafo sigue firme, de pie, también apuntando, pero con la lente. Es el tercer disparo, el segundo de la pistola el que lo derriba. Sin perder ni por un segundo el pulso la firmeza con que enfoca su cámara, el camarógrafo acaba de filmar su propia muerte. Las últimas imágenes tomadas por el camarógrafo argentino Leonardo Henrichsen – las de su asesino en el momento en que le apunta y dispara para matarlo – recorrieron el mundo y quedaron para siempre como la imborrable memoria del “Tanquetazo”, el intento de golpe de Estado contra el gobierno democrático de Salvador Allende que fue el preludio de su caída y de su muerte menos de tres meses después. Pasarían décadas antes de que se pudiera identificar al hombre que dispara, el cabo segundo Héctor Hernán Bustamante Gómez, que murió impune. “Él tenía una cámara grande, con dos rollos. En un lado estaba uno y, cuando se terminaba, usaba el otro. Cuando él se cae (tras los disparos), agarra la cámara, no la quería soltar. Entonces uno de los carabineros se acerca y se la arranca. Saca un rollo de los dos que había y lo vela, pero quedó el otro, el que tenía esta película”, contó muchos años más tarde Josephine, la hija de Leonardo, que por entonces era una niña. Henrichsen, de 33 años, casado y con tres hijos, llegó a Santiago contratado por la televisión sueca para cubrir el caldeado clima político chileno Un gobierno jaqueado El tiempo corría vertiginoso en Chile a principios de la década de los ’70. El médico socialista Salvador Allende había asumido la presidencia el 3 de noviembre de 1970, como candidato de la Unidad Popular, la coalición de izquierda ganadora por estrecho margen de las elecciones realizadas el 4 de septiembre. Era el primer presidente marxista elegido democráticamente en América Latina con un programa que proponía construir un sistema socialista por la vía pacífica. Desde un principio tomó medidas fuertes que alarmaron tanto a la recalcitrante clase alta chilena, a la burguesía local y también a más de una oficina en Washington, desde donde se había hecho todo lo posible para evitar que ganara las elecciones. La nacionalización del cobre, una reforma agraria y la estatización de otras áreas “claves” de la economía que había emprendido eran políticas consideradas intolerables para el poder económico y los intereses estadounidenses. En ese contexto, las maniobras para desestabilizar no demoraron en comenzar. En el plano económico se buscó provocar una crisis que se materializó, entre otras cosas, en una inflación cada vez más alta y en la escasez de alimentos y otros productos de consumo básico. El presidente Salvador Allende en una foto tomada de febrero de 1973 (AFP PHOTO/FILES) Mientras tanto, fogoneada por los medios de comunicación opositores, la polarización de la sociedad se iba agudizando, con brotes de violencia política entre los partidarios del gobierno y quienes buscaban hacerlo caer promoviendo huelgas y manifestando en las calles con “cacerolazos”. En octubre de 1972, una huelga de camioneros – apoyada por otros gremios – frenó la distribución de productos básicos y generó una crisis de desabastecimiento que puso en jaque al gobierno. Al interior de las Fuerzas Armadas la situación se reflejaba en una división cada vez más aguda entre los sectores que querían defender las instituciones y permanecían leales a Allende y entre los que proponían, cada vez más abiertamente, un golpe de Estado para acabar con lo que consideraban un gobierno títere de la Unión Soviética. “A partir del paro de octubre, después de la huelga de los camioneros, la inquietud política empezó a llegar de manera muy fuerte a los cuarteles”, resume el historiador chileno Joaquín Fermandois, autor de “La revolución inconclusa: la izquierda chilena y el gobierno de la Unidad Popular”. Para mediados de 1973, Chile parecía una bomba a punto de estallar. El tanquetazo La mañana del 29 de junio, una veintena de vehículos armados – camiones, tanquetas y tanques M41 Walker Bulldog – comenzó a avanzar por el centro de Santiago en dirección al Palacio de la Moneda y el Ministerio de Defensa. Los oficiales y soldados que iban en ellos – unos ochenta - respondían a las órdenes del teniente coronel Roberto Souper, jefe del Regimiento Blindado número 2. El movimiento subversivo tenía el apoyo político del Frente Nacionalista Patria y Libertad, una organización de extrema derecha que venía perpetrando desde hacía tiempo acciones de sabotaje en contra del gobierno. Los militares intentaron hacerse de la filmación de la cámara, pero se llevaron la cinta equivocada y pudo recuperarse Poco antes de las 9 los tanques y los camiones llegaron a sus destinos y comenzaron a disparar con metralletas y armas largas contra los edificios del gobierno. El Palacio de la Moneda recibió alrededor de 500 impactos de bala, mientras que la Guardia de Palacio, que disponía de armamento automático, disparó 480 balas de calibre 7,62 para responder el ataque. Los tanques sólo dispararon sus ametralladoras y no sus cañones, porque los frenos de retroceso de esas armas no tenían el líquido necesario para que pudieran funcionar. Las calles del centro se convirtieron en un caos. El pánico se apoderó de los empleados de las oficinas y de los negocios. Corrían y buscaban refugio para no ser alcanzados por los disparos, como muestran las imágenes registradas por Leonardo Henrichsen con su cámara. En las emisoras de radio se informaba confusamente sobre lo que estaba ocurriendo, aunque todas daban la misma recomendación. “Se les pide, ante la situación caótica, abstenerse de venir al centro, mantenerse en sus casas. Estamos viviendo un clima de guerra”, podían escuchar quienes sintonizaban la oficialista Radio Agricultura. Cuando comenzó el ataque, el presidente no había llegado todavía a la Moneda y seguía el desarrollo de los acontecimientos desde su casa, a unos 15 kilómetros del palacio de gobierno. El presidente Allende monitoreaba el ataque desde su residencia, situada en el oriente de Santiago, en la calle Tomás Moro, a unos 15 kilómetros del palacio presidencial. “Un sector sedicioso se ha levantado. Es un pequeño grupo de militares facciosos que rompen con la tradición de lealtad. Llamo al pueblo, primero, a que tome todas las industrias, todas las empresas, que esté alerta, que se vuelque al centro, pero no para ser victimado. Que el pueblo salga a las calles, pero no para ser ametrallado, que lo hagan con prudencia. Con cuantos elementos lo hagan en sus manos. Si llega la hora, armas tendrá el pueblo”, dijo poco después en un discurso transmitido por la cadena nacional. El general Carlos Prats, jefe del Ejército, se mantuvo leal al gobierno y ordenó una contraofensiva para detener a los rebeldes. Alrededor de las 10.30 de la mañana, las tropas a sus órdenes comenzaron a rodear a los insurrectos y Prats se dirigió a La Moneda, donde los esperaba otro general, Augusto Pinochet, que defendía la sede del gobierno. La rebelión terminó de ser sofocada a mediodía, con un saldo de 22 muertos, militares y civiles, entre los cuales se contaba el camarógrafo argentino Leonardo Henrichsen. El hombre de la cámara En junio de 1973, Henrichsen, de 33 años, casado y con tres hijos, llegó a Santiago contratado por la televisión sueca para cubrir el caldeado clima político chileno con el corresponsal Jan Sandquist; también enviaba imágenes para los noticieros de Canal 13 de la Argentina. Era un camarógrafo experimentado, que sabía trabajar en situaciones difíciles: había cubierto, entre otros sucesos, el golpe de Estado contra el presidente Juan Bosch en República Dominicana y, en 1969, el Cordobazo para Canal 13, junto al periodista Sergio Villarruel. Después de30 años se supo el nombre del asesino: el cabo segundo Héctor Hernán Bustamante Gómez, que en la película es el que dispara con la pistola La mañana del 29 de junio estaba en el hotel donde se alojaba, en el centro de Santiago, cuando escuchó los primeros disparos. Sin dudarlo, salió a la calle con su cámara para registrar los sucesos junto con la periodista sueca Gunilla Molin, sin imaginar que filmaría su propia muerte. El recorrido de la película final de Henrichsen tuvo también sus avatares. Luego de que el soldado chileno sacara y velara el rollo equivocado, la cámara quedó tirada en la calle. “Todo esto lo ve un señor - de la productora Chile Films - que estaba arriba de un edificio y pudo bajar para recuperar la cámara y salvar la película”, reconstruyó Josephine, la hija de Henrichsen. El negativo fue revelado en Buenos Aires y las imágenes dieron la vuelta al mundo. Una vez sofocado “El Tanquetazo”, en Chile se inició una investigación judicial sobre el asesinato del camarógrafo argentino, pero quedó cajoneada después del golpe de Estado del 11 de septiembre de ese año. Recién a principios del nuevo milenio, el periodista Ernesto Carmona pudo localizarlo, reconstruir los hechos e identificar al cabo Héctor Bustamante como autor de los disparos. Una placa conmemorativa en Santiago en honor a Leonardo Henrichsen Se reabrió entonces la causa, que incluyó la declaración de varios soldados que presenciaron el hecho, pero fue cerrada en 2012, primero por la prescripción del delito y después por la extinción penal debido a la muerte de Bustamante. En 2013 se descubrió una placa en el lugar donde murió Leonardo Henrichsen sin soltar la cámara aún después de baleado. En su homenaje, en la Argentina se instituyó el 29 de junio como el Día del Camarógrafo. Con la frustrada rebelión que pasó a la historia como “El Tanquetazo” se quebró la idea de que en Chile las Fuerzas Armadas no intervenían en la política, que eran institucionales y que actuaban unidas y apegadas a la Constitución. Aunque sofocado, el levantamiento aceleró la escalada que culminó con el sangriento golpe militar del 11 de septiembre de 1973, que terminaría con Salvador Allende muerto en La Moneda y Augusto Pinochet – el general que había defendido la sede del gobierno el 29 de junio – como dictador de Chile.

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