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  • La destrucción del centro político

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 28/06/2025 04:38

    Mauricio Macri - Crédito: Jaime Olivos Argentina siempre fue un país de pasiones intensas. Pero hasta hace poco, existía un centro político que, con mayor o menor consistencia, ofrecía una alternativa a la lógica binaria que domina nuestra historia. Ese espacio intermedio, necesario para garantizar gobernabilidad y evitar que el péndulo nos parta al medio cada cuatro años, hoy está en terapia intensiva. La implosión del PRO terminó de dinamitar esa frágil zona de equilibrio que la política argentina había logrado construir. Lo que alguna vez fue un partido moderno, urbano, liberal-republicano y con vocación de gestión, se deshilacha en disputas internas, alineamientos oportunistas y una falta de rumbo que preocupa incluso a sus propios votantes. Vale precisar que el PRO representa mucho más que un partido político. Era el buque insignia del centrismo; el primus inter pares del centro político argentino. Sus sucesivos traspiés internos y electorales han arrastrado no solo a su partido, sino a todo el centro político, al borde del abismo. Tampoco otros espacios como la UCR, la Coalición Cívica-ARI o el Peronismo Federal han podido significar un recambio en este liderazgo. El PRO nació como un fenómeno novedoso: empresarios devenidos en políticos, equipos técnicos, discurso de eficiencia, y una estética cool que enamoró al electorado de las grandes ciudades. Con Macri en la Presidencia, esa fuerza alcanzó su techo: ganó el poder, pero no logró construir hegemonía, ni siquiera hacia dentro de su propia coalición. Nunca dejó de ser una coalición de matices incompatibles, cuya falta de institucionalidad y liderazgos monolíticos nunca permitieron que pudiera evolucionar. La derrota de 2019 desató un proceso de desgaste que hoy se vuelve irreversible. El fracaso del PRO es el fracaso del centro. Quizás el punto culmine de este proceso de autodestrucción se vio en las últimas elecciones legislativas porteñas. El partido gobernante disolvió la coalición que lo llevó al poder: propició la suspensión de las PASO y balcanizó a la coalición que supo darle la victoria en el 2023 (a contramano de todos los oficialismos provinciales que ganaron a fuerza de construir grandes coaliciones con o sin LLA adentro). Lo que logró así fue que proliferen las alternativas electorales, que le regalaron una victoria pírrica al mileísmo en el distrito. Esa mala praxis estratégica parece estar teniendo ahora una reedición en las negociaciones bonaerenses. El futuro del centro no parece auspicioso. O al menos parece que el PRO resignó su liderazgo. La llegada de Javier Milei aceleró el colapso. Su narrativa de “casta” arrastró a buena parte del votante PRO — ese que votaba con la nariz tapada, esperando una Argentina más ordenada— y dejó en evidencia una realidad incómoda: muchos de los dirigentes del PRO prefieren subirse a la ola de la motosierra antes que defender el espacio que ellos mismos construyeron. No es un accidente el despliegue de garrochazos. Tiene su génesis en un abandono previo: el de la identidad. Hace tiempo el centro dejó de pensarse a si mismo, adoptó el mantra “AntiK” como bandera principal y resignó su razón de ser a sencillamente “no ser” el otro. Esa falta de creencias, valores y proyectos en común alimentaron al éxodo que hoy presenciamos del centro hacia los polos. Mientras tanto, el kirchnerismo se atrinchera en su núcleo duro y no parece dispuesto a reconfigurarse como una fuerza moderna. Al contrario, la condena a Cristina parece haber realimentado la lógica frentista del espacio y hoy vuelven a juntarse, al menos para la foto, caras y expresiones bien distintas pero dejando una foto con olor rancio. El resultado es una polarización cada vez más estéril, con dos extremos gritándose desde la orilla mientras el centro se vacía. Lo peligroso no es solo la desaparición del PRO como partido: es la desaparición de un espacio intermedio donde se pueda construir consenso y se pueda evitar los desbordes de los extremos. Una democracia sin centro político es una democracia frágil. Cuando todo se convierte en guerra cultural, cuando el adversario es tratado como enemigo, cuando los matices se consideran traición, lo que se degrada no es solo la política: es la sociedad entera. ¿Hay salida? Sí, pero no será automática. Reconstruir el centro exige un esfuerzo tan grande como urgente. Algunas líneas de acción que no pueden esperar: Redefinir una identidad política : el centro no puede limitarse a ser “ni Milei ni Cristina”. Tiene que ofrecer un proyecto propio, con convicciones claras y un diagnóstico actualizado del país real. Renovación de liderazgo : los viejos liderazgos no pueden seguir monopolizando las decisiones. Hay una nueva generación que entiende la política de otra manera: menos verticalismo, más red; menos épica vacía, más soluciones. Volver al territorio : el centro no se reconstruye en Twitter ni en los estudios de televisión. Se reconstruye en los municipios, en las provincias, en los espacios donde la política sigue siendo contacto directo con la gente. Sumar sin miedo: el futuro del centro dependerá de su capacidad de tejer alianzas. Liberales moderados, desarrollistas, progresistas republicanos, peronistas no dogmáticos: hay más puntos en común de los que el ruido sugiere. La buena noticia es que hay millones de argentinos que no se sienten representados por los extremos. La mala es que, si nadie se anima a liderar ese espacio, seguirán votando con resignación, o dejarán de votar. Argentina necesita una política que no viva del pasado ni fantasee con destruir el Estado. Necesita un centro fuerte, que entienda que gobernar no es una guerra, sino un acto de construcción colectiva. Y para eso, alguien tiene que atreverse a empezar.

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