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  • El error infantil que permitió descubrir al asesino en serie que firmaba cartas con las iniciales de “atar, torturar y matar”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 26/06/2025 04:37

    Dennis Rader, el respetado vecino de Wichita que ocultaba una doble vida como asesino serial, junto a su hija (Kerri Rawson) Corría enero de 2004 y hacía casi 13 años que Dennis Rader había dejado de matar, como quien deja de tomar alcohol o de fumar cigarrillos, de un día para el otro y a fuerza de voluntad. Llevaba una vida normal con la mujer que se había casado hacía más de tres décadas, Paula, y sus dos hijos, Brian y Kerri, con los que había conformado una familia ideal. Así es como los veían no solo sus vecinos más cercanos sino buena parte de la comunidad de la ciudad de Wichita, Kansas, donde Dennis era líder de la agrupación de boy scouts local y presidente del Consejo de la Iglesia Luterana. Cuando hablaba en el templo los fieles bebían en silencio las verdades que surgían de sus labios, sus convincentes llamados a la paz y la hermandad eran conmovedores, y su prédica contra la violencia despertaba encendidas adhesiones. Lo querían y lo respetaban por sus evidentes méritos y su conducta ejemplar. Nadie sospechaba que Dennis era uno de los asesinos en serie más buscados de los Estados Unidos, que había sumado diez muertes en treinta años hasta que un día de 1986 decidió no matar más y se dio el lujo de comunicárselo por carta a la policía, que lo buscaba infructuosamente y de la cual se burlaba después de cada crimen. Había firmado esa carta igual que algunas de las anteriores, con tres iniciales, BTK, que nada tenían que ver con su nombre y su apellido sino con su modus operante: bind, torture and kill (atar, torturar y matar), precisamente el proceso al que sometía a cada una de sus víctimas. Él mismo se había identificado así en una de las primeras cartas que había enviado y era el único nombre con que lo conocían los investigadores y lo llamaba la prensa. En esa última carta, además de anunciar que ya no volvería a matar, se había despedido burlonamente de los investigadores para siempre, diciéndoles que nunca lo atraparían. Y venía cumpliendo con su palabra, camino a convertirse en el mayor asesino en serie impune de la historia criminal del país. Hubiese obtenido ese dudoso galardón si no lo hubieran perdido el despecho o, quizás, la soberbia. Alguno de esos sentimientos debió haber embargado a Dennis al leer un artículo publicado por un diario de Kansas en enero de 2004, cuando se cumplieron treinta años del primero de sus crímenes, el cuádruple asesinato de la familia Otero. El periodista contaba lo que se sabía del caso y fustigaba a la policía de Wichita por su incapacidad de resolverlo. Leer todo eso le gustó a Dennis, pero ese placer se cortó abruptamente cuando se topó con una de las últimas frases del artículo: “Ya nadie se acuerda del asesino BTK”, decía. Esas siete palabras hirieron profundamente su ego, tanto como para cometer el error que sería su perdición. Trece años después de su último asesinato, le envió a la policía una serie de paquetes con “recuerdos” que había guardado de las escenas de sus crímenes (Kerri Rawson) El hombre de dos caras Dennis Rader nació Pittsburg, Kansas, en 1945, pero al ser dado de baja con honores de la Fuerza Aérea en 1970 se radicó en Wichita. Tenía 25 años, trabajaba como ensamblador en la fábrica de aviones Cessna y se inscribió en la carrera de Administración de Justicia de la Universidad Estatal de Wichita, donde se graduaría en tiempo récord. En 1971 se casó con Paula Dietz, una chica descendiente de alemanes, con quien tuvo un hijo y una hija, Brian y Kerri. Por ese tiempo comenzó a frecuentar la Iglesia Luterana, en la que con el correr de los años se convertiría en presidente de la congregación, y cuando su hijo tuvo edad para sumarse a los boy scouts lo acompañó como instructor. Para todo el mundo ese era Dennis Rader, un ciudadano común y respetable, aunque quizás un poco aburrido. Ni su mujer sabía que, desde antes de conocerla, tenía algunas prácticas secretas, como alcanzar el placer poniéndose al borde de la asfixia con una bolsa de plástico o imaginándose atado y torturado. Nadie imaginaba tampoco que era un acechador consumado, que espiaba otras casas, de personas solas y de familias, a quienes transformaba en personajes de sus fantasías de violencia sexual. Imágenes que luego utilizaba en sus fantasías secretas hasta que un día empezó a hacerlas realidad. El modus operandi de BTK: atar, torturar y matar a sus víctimas durante tres décadas Un debut cuádruple Cometió su primer crimen en enero de 1974 y empezó a lo grande, con un cuádruple asesinato, el de una familia entera, a la que estudió durante meses antes de actuar. Para sí mismo, la llamó su “proyecto”. Los cuatro miembros de la familia Otero estaban desayunando cuando Rader llamó a la puerta. Abrió Joseph, el padre, y se encontró con un hombre que le apuntaba con un revólver. Tal vez creyendo que se trataba de un robo común y corriente, Joseph retrocedió sin intentar nada. Una vez adentro, Dennis obligó al padre a atar a su mujer, Julie, y a sus dos hijos Joseph II, de nueve años, y Josephine, de 11. Luego él mismo ató a Joseph y ahí empezó el infierno. Empezó torturando psicológicamente a los padres, diciéndoles que iba a violar a los hijos delante de ellos. Eso duró un rato. Cuando se cansó del juego, le puso una bolsa de plástico en la cabeza a Joseph y la ató al cuello para que se asfixiara. Mientras el padre boqueaba buscando un aire que no le llegaba, Rader se masturbó encima de la madre, a la vista de los chicos. Una vez satisfecho, la asfixió estrangulándola con sus propias manos. Después estranguló a Josephine con una soga que aflojó cuando la creyó muerta y finalmente asfixió al hijo más chico de la misma manera que al padre, con una bolsa de plástico en la cabeza. Se estaba por ir cuando se dio cuenta de que Josephine todavía respiraba. Entonces la desató y la llevó al sótano de la casa, donde la terminó de estrangular y se masturbó encima de su cuerpo. Los cuatro cuerpos fueron descubiertos recién a la mañana siguiente, cuando un vecino se alarmó al no ver movimientos en la casa y decidió llamar a la policía. Los detectives recorrieron el barrio en busca de posibles testigos, pero no encontraron una sola persona que pudiera describir al o los posibles asesinos. Luego de ese debut criminal, Rader no envió ninguna carta, como sí haría después. Los investigadores quedaron desorientados, sin ninguna pista que seguir. En la ciudad de Wichita, Kansas, Dennis Rader era líder de la agrupación de boy scouts local y presidente del Consejo de la Iglesia Luterana (Kerri Rawson) Los hermanos y el susto A Dennis le gustaron las emociones del crimen, más fuertes que las de cualquiera de las fantasías que había acunado hasta entonces. Por eso no demoró en volver a matar. El 4 de abril de 1974 se metió en el departamento de Kathryn Bright, de 21 años, después de que la chica saliera y se sentó en el living a esperar. Cuando Kathryn volvió acompañada por su hermano Kevin, de 20 años, encontraron a Rader parado en el medio de la habitación apuntándoles con un arma. Primero obligó a Kevin a atar a su hermana y luego se lo llevó a punta de pistola a otro cuarto. Allí todo se desmadró, porque cuando intentó pasar una cuerda por el cuello de Kevin, el chico se resistió con un movimiento brusco y se trenzó en una pelea durante la cual pudo arrebatarle el arma e intentó dispararle. Gatilló, pero el tiro no salió porque el arma tenía puesto el seguro. Kevin quedó desconcertado y Rader lo golpeó, recuperó el arma, le sacó el seguro y le disparó dos veces a la cara. Volvió al living creyendo que el chico estaba muerto. No le quedaba mucho tiempo porque los disparos habían sonado fuerte y seguramente habían alertado a los vecinos. Se conformó entonces con apuñalar tres veces a la indefensa Kathryn y escapó, dejando abierta la puerta del departamento. Los vecinos encontraron a los hermanos todavía con vida pero muy malheridos. De inmediato llamaron a una ambulancia y a la policía. Los dos chicos llegaron vivos al hospital, pero los médicos no pudieron salvar a Kathryn, que murió unas horas después. Kevin, en cambio, sobrevivió a pesar de la gravedad de las heridas de bala y unos días después pudo darle a la policía una descripción muy vaga del atacante. Tal vez por el susto que se llevó en ese ataque fracasado a medias, Rader decidió detener, aunque fuera por un tiempo, su raid criminal. En el momento de la detención de Rader, estaba casado y era padre de dos hijos Más muertes y la primera carta Esperó casi tres años para volver a matar. El 2 de marzo de 1977, Shirley Vian, de 26 años, estaba con sus tres hijos –dos varones y una nena de menos de seis años– cuando sonó el timbre. El mayor de los chicos abrió y Rader lo empujó con la mano izquierda mientras empuñaba un revólver con la derecha. Primero encerró a los chicos en el baño y después ató a la Shirley a una silla, le dijo que la mataría primero a ella y después a sus hijos, y finalmente la estranguló. Cuando se dio cuenta de que estaba muerta, le puso una bolsa de plástico al cadáver y se masturbó sobre él. Años más tarde, durante el juicio, Rader relató que estaba listo para matar también a los chicos, pero se asustó cuando sonó el teléfono y escapó. Hizo una pausa de diez meses antes de cometer el siguiente asesinato. El 8 de diciembre de ese mismo año, alrededor de las 9 de la noche, entró subrepticiamente al departamento de Nancy Fox, de 25 años. La amenazó con un revólver, la llevó a la cama y la ató con sogas. Después se le subió encima y la estranguló con las medias. Una vez más, se masturbó sobre el cuerpo de su víctima. Un mes después envió su primera carta, al Channel 10 de televisión, donde repasó todos los crímenes cometidos hasta ese momento y sugirió que lo llamaran BTK por las iniciales en inglés de atar, matar y torturar. En la carta también explicaba los motivos que lo llevaban a matar: “Me cuesta controlarme. Cuando este monstruo entra en mi cerebro, no sé. Quizá ustedes puedan pararlo. Yo no puedo. Él ya ha elegido a su próxima víctima”, decía. También, por primera vez, contó que sacaba fotos de sus víctimas y que después las miraba para recordar sus sensaciones al cometer los crímenes. Sería la última señal de la existencia de BTK en ocho años. Recién en abril de 1985 Rader volvió a atacar e inició una nueva serie de asesinatos, los tres últimos de su carrera. Con el mismo modus operandi de siempre, el 27 de abril ató, torturó y mató a Marine Hedge, de 53 años; el 16 de septiembre de 1986 mató a Vicki Wegerle, de 28 años. Finalmente, en enero de 1991, asesinó a Dolores Davis, de 62 años. Después de cada crimen, envió cartas a la policía adjudicándose los asesinatos y firmando BTK. En la última se burló de los investigadores, dijo que nunca podrían capturarlo y aseguró que no volvería a asesinar. Cuando se declaró culpable, Rader admitió ante el tribunal que buscaba víctimas en su tiempo libre, las acechaba y las mataba Afirmó que se refería a ellas como “proyectos” Un error 13 años después Para enero de 2004, los crímenes de BTK estaban archivados en los estantes de los “cold cases” de la policía de Wichita y del FBI. Parecían imposibles de resolver: el asesino no había vuelto a dar señales de vida, no se conocía su identidad y las únicas pistas que se tenían sobre él eran una vaga descripción dada Kevin Bright, la única víctima que había logrado sobrevivir, y una serie de cartas que no conducían a nada. Todo indicaba que la predicción que BTK había escrito en la última, que nunca lo encontrarían, se cumpliría sin que nadie pudiera evitarlo. Pero entonces Dennis Rader se topó con el artículo del diario de Kansas que afirmaba que nadie se acordaba de él, se sintió herido, y cometió un error que fue definitivo. Reaccionó enviándole a la policía una serie de paquetes con “recuerdos” que había guardado de las escenas de sus crímenes: identificaciones de las víctimas y fotografías de los asesinatos. Fue uno de estos paquetes el que lo perdió. Contenía un disquete con fotografías de un crimen pero, en lugar de utilizar uno virgen para grabar las fotos, Rader uso uno viejo al que le borró el contenido sin percatarse de que se le había escapado suprimir un archivo de Word guardado como “Dennis – Iglesia Luterana”. Era un hilo del que había que tirar y la policía lo hizo. El 25 de febrero de 2004, dos agentes del FBI llamaron a la puerta del departamento de Kerri Rader. Era temprano y la chica, de 26 años, atendió en pijama. -¿Su padre es Dennis Rader? – le preguntó uno de los hombres después de mostrarle su placa. -Sí, ¿le pasó algo a papá? – respondió Kerri, preocupada. -Sí, su padre está detenido como sospechoso de diez asesinatos. La respuesta del agente la dejó helada y solo alcanzó a balbucear: -No puede ser… Pero era: Dennis Rader había sido detenido en su casa unas horas antes, ante la mirada atónita de Paula, su mujer. Unos días después, la comparación de su ADN con el encontrado en el semen y muestras de piel debajo de las uñas de una de sus víctimas despejó las últimas dudas: Dennis Rader, el admirado diácono de la Iglesia Luterana y líder de los boy scout, era el misterioso asesino en serie conocido como BTK. Sin escapatoria, Rader confesó los diez asesinatos, a los que describió con lujo de detalles. Después de un juicio breve, lo condenaron a diez cadenas perpetuas, una por cada crimen. Se salvó de la pena de muerte porque su último asesinato databa de 1991 y la pena de muerte había sido reinstaurada en Kansas recién en 1994. El asesino convicto de BTK Dennis Rader escucha durante un procedimiento judicial, 12 de octubre de 2005 (Travis Heying/The Wichita Eagle via AP, archivo) Una familia destruida Durante el juicio, sus familiares declararon que nunca habían sospechado nada. “Si mi madre, mi hermana o yo hubiésemos sospechado algo habríamos salido corriendo a la comisaría para denunciarlo”, dijo su hijo Brian cuando le tocó testimoniar. A Kerri, la hija de Rader, le llevó años de tratamientos psicológicos recuperarse del trauma que le causó descubrir que su padre era un asesino en serie. Cambió su apellido por el de Rawson y logró que la justicia le otorgara una orden de restricción para que Dennis no pudiera enviarle cartas. “Me he sentido fatal por los treinta años de mierda que mi padre le dio a este pueblo y las cosas terribles que les hizo a sus víctimas. Las mujeres andaban con miedo. Si mi madre o yo lo hubiéramos sabido, habríamos ido corriendo a avisar a la Policía. Mi madre no le habría hecho la cena durante 34 años a un tipo que ha asesinado a diez personas. Pero casi siempre se comportó como un buen padre y marido. Los psicópatas suelen disimular muy bien”, dijo en una entrevista que concedió el año pasado. Para entonces había comenzado a visitar a Dennis en la cárcel y había escrito un libro sobre sus crímenes. Volvió a verlo por un pedido expreso de la policía para que tratara de conseguir información sobre otros dos crímenes no resueltos que se sospecha que Dennis cometió pero nunca admitió. No hay afecto en la voz ni en las palabras de Kerri cuando habla de su padre: “Es un anciano frágil de 78 años que va en silla de ruedas. No sentí nada cuando lo vi. Da la impresión de que se está pudriendo por dentro”, contó después de la primera visita.

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