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  • Una mujer que mató a su marido, una abogada pionera y una sentencia festejada: crónica del primer juicio de violencia de género

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 26/06/2025 04:33

    La abogada Matilde K. de Creimer y su defendida Remberta Nievas, acusada del asesinato de su esposo, en el diario Crónica del 2 de octubre de 1948 El hecho ocurrió en agosto de 1947 y fue juzgado un año después por la justicia platense. El caso fue resonante y del debate oral opinó todo el país. Por primera vez asumió el asunto una abogada que demostró la importancia de que sea una mujer quien asuma la defensa de estas situaciones. El crimen ocurrió en un conventillo en la localidad de Wilde, Avellaneda. Remberta Nievas, una ama de casa de 37 años, dio muerte a su esposo de un balazo mientras dormía. Abraham Gabriel Robles se llamaba la víctima, también de 37 años, y era agente de la policía bonaerense. En la vivienda estaban presentes sus tres hijas menores de edad que presenciaron la trágica situación. Al llegar la policía, la mujer confesó que lo había hecho por desesperación y en un arrebato de ira y locura, que el hombre la amenazaba y golpeaba constantemente delante de las niñas, que la situación llegó a un grado de violencia tal que de pronto reaccionó y lo mató. Dada la situación de pobreza y soledad de la mujer, las hijas quedaron en guarda en un orfanato y la defensa del caso, en manos de un abogado de oficio. Cuando la abogada Matilde Creimer se enteró por los diarios de lo sucedido, leyó los títulos: “Mató a su esposo y dicen que no recuerda lo ocurrido”, “lo asesinó dormido, la víctima era un policía”, “la uxoricida de Avellaneda...”. De repente el caso no solo le despertó atención, sino que comprendió que tenía un deber de asumirlo. Para entonces, Remberta Nievas estaba ya en boca de todos. "Empeñaré mis mejores esfuerzos para defender, como abogada, como mujer y como madre, esta causa noble, justa y humana que el alto tribunal, no lo dudo, sabrá comprender", dijo la doctora Matilde K. de Creimer Abogada pionera Matilde Kirilovsky nació en 1912 en Berisso. Hija de inmigrantes rusos que llegaron con las primeras inmigraciones de principios del siglo XX, se instalaron en el llamado “Polo obrero de Berisso” (por el frigorífico, el astillero, por la petroquímica). Luego, los Kirilovski se mudaron a La Plata, donde Matilde terminó sus estudios secundarios. Para entonces las profesiones liberales estaban hegemonizadas por hombres, sin embargo Matilde se convirtió en la segunda mujer platense en obtener el título de abogada. Se recibió en 1934. Al poco tiempo conoció a otro abogado, Samuel Creimer, con quien se casó y puso un estudio jurídico en el centro de la capital provincial. Desde entonces pasó a ser conocida como la doctora Matilde K. de Creimer. Desde que la Fundación Eva Perón, a través del Patronato de la Infancia, adoptó criterios de protección de la niñez más humilde, Matilde se inclinó en acompañar esas políticas a través de distintas gestiones, donaciones y muestras de apoyo. El tema de la niñez estaba naturalmente vinculado a la familia y al ámbito de su protección, y eso a ella la apasionaba. Por eso, hasta el preciso momento en que Matilde se presentó en la Comisaría 4ª de Avellaneda para conocer en persona a Remberta Nievas, la letrada se especializaba en asuntos de poca cuantía, como divorcios, sucesiones y tenencias de menores de edad. Nunca había actuado en un juicio penal. Y menos se había expuesto públicamente como ocurriría a partir de este caso. “Defenderá la causa de Remberta Nievas una prestigiosa abogada del foro platense que por primera vez actuará en el juicio oral -se lee en un artículo el diario Crítica-. ‘Es un caso de legítima defensa del honor de su hija, nos declara. Empeñaré mis mejores esfuerzos para defender, como abogada, como mujer y como madre, esta causa noble, justa y humana que el alto tribunal, no lo dudo, sabrá comprender…’”. Ella era ama de casa y él, oficial de policía. Ambos tenía 37 años y tres hijas Día 1 “Conmueve y apasiona a la opinión pública -dice la crónica del 29 de septiembre de 1948- el juicio oral que comenzó a ventilarse esta mañana en la ciudad de La Plata, en la sala tercera de la Cámara Penal de Apelaciones”. Eran las 9.25 en la sede de los tribunales penales platenses. El público colmaba la capacidad del recinto cuando los jueces hicieron su ingreso y ocuparon su lugar en el estrado. El alto tribunal estaba constituido por Ernesto Nogueira, en carácter de presidente, y los doctores Julio Negri y Gonzalo Goyanes, como vocales. La procesada Remberta Nievas ingresó en la sala acompañada de una celadora de la Cárcel de Mujeres de Olmos y tomó asiento en la silla de los acusados. Poco después ocuparon sus respectivos lugares, el fiscal, el doctor Raúl Caro Betelú, y la abogada defensora Matilde K. de Creimer. A partir de allí, el Tribunal leyó la requisitoria del fiscal, quien después de señalar que el hecho constituye “la culminación de una crisis moral de la procesada”, solicitó que se le aplique la condena de diez años de prisión y accesorias. A su turno, la abogada expresó que refutará al fiscal y que su defendida actuó en legítima defensa propia y del honor de sus hijas, por eso solicitará la absolución. Luego el presidente del tribunal concedió la palabra a la procesada. “Cuando mi hija cumplió 12 años -dijo-, comenzó a acosarme para que la negociara y la prostituyera”. Agregó que un año antes de que ocurriera el crimen, trató de propasarse con su hija luego de perseguirla con brutales modos. “Me decía que tenía que recuperar lo que había gastado en la crianza de mi hija, y que ella podría traerle las manos llenas de plata”, declaró. Así Ramberta Nieva de Robles historizó su vida. Recordó el casamiento con el agente de policía y contó que ya en plena luna de miel, reveló su carácter cruel y prepotente. Y su insinuación para prostituir a la hija. " Yo podía aguantar todo -agrega llevándose las manos a la cara en un llanto-, podía permitir que me gritase y me pegara, como lo hacía siempre, pero que negociara a mi hija jamás“. A través del relato, los medios de la época y en el expediente retrataron que fue surgiendo la personalidad inhumana y prepotente de Robles, quien sin miramiento alguno, sin respeto al recato y pudor de las menores, pretendió en más de una oportunidad y en pleno día, que su esposa se prestara a sus sensuales requerimientos. Contó la mujer que la noche del hecho, Robles llegó a su casa más malhumorado que de costumbre y, como las tres niñas se hallaban enfermas, las calificó con una expresión grosera: “No sirven para nada”. “¿Cuándo me van a traer las manos llenas de plata?”, agregó. Ramberta expresó que cuando se acostaron, Robles reiteró sus siniestros propósitos y la urgió a que se definiera. “Mientras me zamarreaba, me dijo que me iba a levantar la tapa de los sesos y que nos iba a fulminar a las dos si no la entregaba a Adelita”, sostuvo. Nievas, temerosa de las reacciones violentas, le escondió el revolver entre las ropas colocadas en la máquina de coser a la vera de la cama. A partir de ese momento, el relato se volvió confuso. El hombre la tenía asida de los cabellos y ella logró desprenderse para saltar de la cama, presa del temor a una nueva paliza. “Llegué a la máquina de coser -agregó-, tomé el revolver y después ya no sé lo que hice. Recuerdo que aparecí sin saber cómo en la pieza de mi tío. Llegué hasta allí como una sonámbula y me desperté, ahí recién comprendí lo que había hecho”. La cobertura del diario Crónica y el pedido del fiscal Día 2 Presentado el caso, se reanudó al día siguiente a sala colmada, mientras iban desfilando los testigos. Todos señalaron la peligrosidad de quien fuera en vida el agente Robles, que cuando estaba ebrio se volvía agresivo y, sobre todo, desataba sus furias contra sus familiares. Ese mismo día declararon los peritos, fundamentales a la hora de determinar si existió o no un shock o algún grado de inconsciencia que provocó el asesinato. El doctor Horacio Linch fue citado a exponer sus pericias practicadas sobre la personalidad de la imputada. Comprendió que ocurrió una disnesia y no un caso de inconsciencia total. Para el experto, no es en sí misma una causa de homicidio. La disnesia es un término general que describe movimientos musculares involuntarios anormales, como al parecer fue la reacción de Nievas sometida a presión psíquica. Para el experto, en el caso hubo un shock emocional que la llevó a la reacción violenta de la mujer en la que no tuvo dominio pleno de lo que hacía. Por otro lado, a preguntas de la abogada Creimer, el perito refutó la idea de un “uxoricidio” del que hablaba la prensa en este caso. El llamado “uxoricidio” se trata del asesinato de la esposa por parte del marido ante una situación emocional extrema. En la antigua legislación hispánica los tribunales permitían que un marido matara a su mujer si ella le era infiel y si él la encontraba en una situación embarazosa. Para los peritos, el caso de Remberta era un caso muy distinto: había un error de tratamiento mediático. La prensa se equivocaba y en su confusión la calificaba como mujer uxoricida porque había un vacío jurídico y el concepto de “femicidio” iba a aparecer varias décadas después, tratando de definir lo que en ese momento era un fenómeno existente. Y es lo que, en el fondo, ella intentó impedir como otro posible desenlace. "Cuando mi hija cumplió 12 años, comenzó a acosarme para que la negociara y él la postituyera", dijo la mujer de su marido Día 3 La expectativa pública suscitada en torno al caso Remberta Nievas se puso en evidencia en toda la Argentina por la gran tirada de los diarios y la enorme concurrencia en la última fase de este proceso. El tercer día era el más esperado: el día del veredicto. Remberta Nieva, ¿culpable o inocente? Hubo colectas, proclamas desde distintos ámbitos, grupos de mujeres que propusieron amparar a sus hijas. Para la época ella representaba a muchas otras de igual condición, a la situación de violencia doméstica que padecían a diario: estereotipos que, recién más de medio siglo después, se pondrían en cuestión. Por lo pronto el juicio era un escenario que ponía en tensión los límites valorativos de la época y personas como Matilde K. de Creimer asumían un rol pionero. Constituido el tribunal, tomó la palabra el fiscal, el doctor Raúl Caro Betelú. El acusador dijo en su alegato que se había creado un clima favorable a la acusada, en razón de lo emotivo de nuestro pueblo y de la prensa, que ese contexto debía dejarse de lado y dar lugar a un sentido de lo racional y al frío análisis de los hechos en base a la ley. Analizó la declaración de la acusada y la forma en que se produjo el crimen; descartó la causal de inconsciencia, pero admitió, en cambio, que la procesada obró en estado de emoción violenta. Dijo también que estando probado que la víctima maltrataba a Remberta y a sus hijas, tal circunstancia debía ser considerada como mero atenuante. Se refirió luego a la confesión de la acusada, cuyo delito ratificó de homicidio en “estado de emoción violenta”, solicitando en consecuencia que le sea aplicada la pena de diez años de prisión. "Solicitaré a este Tribunal la absolución de mi asistida Remberta Nievas, de acuerdo a lo prescripto en el inciso 7º del artículo 34 del Código Penal", pidió la abogada La defensa Entró en escena la doctora Creimer, a quien el presidente del tribunal le concedió la palabra. Todos se quedaron en sepulcral silencio. Bien sentada, sumamente elegante, la prensa relató que exponía con claridad y tono especial, como si recitara unos versos. Dio comienzo a su exposición: “Frente a esta tragedia donde se juegan intereses dispares nos elevamos ante lo más sublime. Señaló también que esperaba convencer los sentimientos de los jueces componentes del jurado para que al dictar sentencia fueran humanos y justos. Remberta trajo a esta sala sobre su pecho, como un crucifijo, su drama y su tragedia. No ha venido a engañar a nadie. Desde el primer momento, ella lo ha dicho: ‘Yo maté por salvar el honor de mi hija’. Es en la legítima defensa de terceros y de sus derechos, que yo fijaré la inimputabilidad del delito y pediré su absolución de culpa y cargo. Voy a decir que Remberta ha defendido con su actitud la noche del hecho lo de ella y lo de todas sus hijas. En ella han gravitado fuerzas ancestrales y de instinto, ha actuado pues con la ferocidad de la tigresa que defiende a sus cachorros”. Se escucharon aplausos y el presidente mandó a callar la sala. Entonces Matilde continuó con su alegato en la que trazó una emotiva semblanza de la humilde mujer que era Remberta a través de la tres etapas de su vida: niña, adolescente y adulta. Examinó, luego, la moral de la víctima Robles; se refirió además al clima en el que se desarrolló el hecho y cómo pese a todos los fenómenos que podían gravitar en la moral de Remberta se destacó en ese ambiente “el puro concepto de la honestidad”. Agregó que a su criterio y a través de las distintas pruebas producidas, estaba demostrado en el proceso que al dar muerte a su marido, obró en un estado de inconsciencia que no le permitió comprender la criminalidad de sus actos ni dirigir sus acciones. Y remató al final: “Es el caso típico, tan poco visto entre nosotros, de la legítima defensa de la honra de terceros. Solicitaré a este Tribunal la absolución de mi asistida Remberta Nievas, de acuerdo a lo prescripto en el inciso 7º del artículo 34 del Código Penal”. Inmediatamente, la gente comenzó a aplaudir a la abogada durante varios minutos. El veredicto Ya despuntaba la tarde en los tribunales platenses, después de una larga jornada de alegaciones. El tribunal se retiró del recinto para deliberar. Al rato ingresaron los jueces, el presidente del Tribunal ordenó sentarse y llamó al silencio. La sala repleta expectante a la lectura, escuchó la voz del doctor Ángel Echagüe: “La Plata, 2 de octubre de 1948. Este tribunal ha decidido absolver a Remberta Nievas, por entender que ha obrado sin comprender la criminalidad de sus actos y dirigir sus acciones”. Se escucharon gritos, llantos y algarabía general. Ramberta se abrazaba con su abogada y sus hijas. “Yo soñaba todo esto que estoy viviendo, cuando escuchaba las palabras de mi defensora Matilde K. de Creimer, yo creo que mi fe era sí, tan grande, porque se trataba también ella de una mujer. Ella podía comprender mi drama y mucho mejor que un hombre… y lo comprendió tanto, como si ella lo hubiera vivido. Nunca la he de olvidar, ni mis hijas, ni los hijos de mis hijas”. Esas fueron las últimas palabras de la absuelta.

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