Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Anamá Ferreira: “No soy brava, pero tengo que imponerme porque a los negros todo nos cuesta el doble”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 26/06/2025 02:37

    Anamá Ferreira (Fotos: gentileza Anamá Ferreira) “Me lo merezco”, dice sin falsa modestia. Ni el bullying que sufrió durante su adolescencia en Brasil ni los prejuicios raciales de los que fue víctima tras su llegada a la Argentina, lograron amedrentarla. Anamá Ferreira siempre supo cuál era el lugar destinado para ella en el mundo de la moda. Y luchó hasta llegar a él, haciéndose cada vez más fuerte. Hoy, la modelo, actriz y actual conductora de Tarde de brujas (Net), se muestra orgullosa de sus logros. Y celebra la noticia de que, el próximo 2 de julio, será declarada Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires en el salón dorado de la Legislatura Porteña. —¿Cómo surgió esta iniciativa? —Fue en noviembre del año pasado. Me llamó la legisladora Jessica Barreto y me contó que habían presentado el proyecto con mi nombre. Yo le dije: “¡Qué honor!“. Pero pensé que lo iban a rechazar. Hasta que me confirmó que había salido y que me iban a nombrar...El título es muy largo, yo prefiero decir que soy Ciudadana Ilustre. Y recién ahora lo puedo contar. ¡Imaginate lo que fue para mí tener que guardarme este secreto todos estos meses! Yo digo que es un premio pero, en realidad, es un reconocimiento que está muy bueno. —Según dice, se lo merece... —Sí, porque hace 49 años que estoy acá, que trabajo todos los días, que soy una busca que no se queda en su casa sino que está siempre generando algo. Yo empecé a trabajar el 5 de abril del ‘76. Y, hasta hoy, no he parado. Tuve una vida muy intensa. —Arranquemos desde el comienzo, por favor. —Yo nací en Santa Ana, que es un pueblo cerca de Campo Belo, en Minas Gerais. Era una ciudad chiquita con muchas montañas. Y la verdad es que tuve una infancia maravillosa, con toda mi familia y una banda de amigos con la que me divertía mucho. Es una zona de río, no tenemos playa. De hecho, siempre decimos que el mar cuando pega en las piedras está llorando porque no puede llegar a Minas...Así que jugábamos en la calle y en el campo. ¿Viste que ahora los chicos no juegan? —Es verdad: están siempre frente a una pantalla. —Claro. Pero nosotros jugábamos. Y hoy, cuando veo la calle Rodríguez Peña, pienso: “Qué buena que está para un carrito de rulemanes”. ¿Te acordás de esos que hacíamos con los cajones de manzanas de Río Negro? —Era una época en la que los chicos no dejaban de atentar contra sus vidas... —¡A mí me tiraban y bajaba como un bólido! Hasta que chocaba. Tenía las rodillas todas rotas. Y algún que otro diente partido... Pero sobrevivimos. Y fue lindo. Después, la adolescencia fue más difícil por el bullying que sufrí. La modelo en su juventud —¿Por qué se lo hacían? —Porque era muy flaquita. Era la época de la minifalda y yo tenía las piernas finitas. Ahora es todo el contrario. Pero, en esa época, la gente del pueblo me decía que cómo iba a usar minifalda con esas patas. Me gritaban cosas feas. Y había mucha maldad, así que yo estaba muy acomplejada. De hecho, pertenecía a un grupo de chicas dejadas de lado por ser altas y flacas. ¡Ahora veo que éramos divinas! Pero en ese momento era un sufrimiento. Nos hacían los vestidos que se usaban, pero planchábamos en todos los bailes. Jugábamos al voley, ganábamos y estábamos súper entrenadas, pero no éramos populares. —¿La afectó mucho esa situación? —¡Lloraba todas las noches! Me acostaba con las patas estiradas en la cama, mirando la foto de Kouka Denis en la revista Vogue, que era mi ídolo y recién después me enteré de que era argentina. Y decía: “Yo quiero ser como ella. ¡Por qué Dios me dio estas piernas flacas!”. Pobre Dios, no me podía explicar por qué. Mi mamá me decía que Dios tenía algo preparado para mí, que era hermosa. Pero yo me veía horrible, esquelética. Comía un montón, tomaba vitaminas y me daban huevos batidos. También le daba sin parar al zapallo porque decían que engordaba las piernas. Hoy, no puedo ni ver el zapallo ni en un puré mixto...Pero no era como las mujeres hegemónicas de la época. —¿Y en qué momento logró vencer esa barrera para convertirse en modelo? —Yo siempre tuve clara mi meta. Tenía en mi cuarto la foto de Roberto Carlos y, al lado, todas las tapas de las revistas de moda que me hacía llegar cada persona que viajaba a la capital. Y, aunque el bullying de la adolescencia me había marcado un montón, yo insistía con que quería ser modelo. La cuestión es que, cuando terminé el secundario con honores, mi mamá me llevó a conocer el mar a Río de Janeiro. Y, apenas sentí aroma fresco y vi esos paisajes, dije: “Yo de acá no me voy”. —¿Entonces? —Esperé al último día para decirle a mi mamá que me iba a quedar. Ella quería que me fuera a estudiar a Belo Horizonte para tenerme cerca. Pero empecé el vestibular, que son las pruebas de ingreso a la Universidad en Río. Ahí conseguí trabajo de vendedora en una tienda de zapatos, pero me echaron porque no sabía envolver los regalos y la gente los devolvía. Después obtuve un puesto como secretaria, porque en mi pueblo había estudiado dactilografía y escribía 140 palabras por minuto. Hasta que, a pesar de mi inseguridad, me animé a entrar a un concurso, Miss Café, donde salí Miss Elegancia, que para lo que yo quería hacer me servía... —¿Y cómo le llegó la primera oportunidad? —Salía de una clase a la noche e iba caminando por la calle, literal, cuando veo al mejor diseñador de Brasil en una fiesta en un negocio. Y yo me dije: “Tengo que hablar con él”. Mis amigos me decían que no iba a poder entrar. Pero yo pedí un saco prestado, porque estaba de jean y remerita, y lo llamé desde afuera. Cuando él me miró, le dije al de seguridad que era su modelo. Y entré. Sin maquillaje ni nada. ¡Imaginate! Me acerqué, le conté quien era y le dije que quería desfilar para él. Entonces me dijo que fuera a verlo y fui. Me subió a una plataforma redonda para probarme vestidos de alta costura con varias personas atrás. Y me pusieron uno muy cortito. Yo ya lloraba pensando en mis piernas. Y escuchaba que los tipos hablaban de mis piernas también. Así que pensé que me iban a bajar, justamente, por las piernas. Pero el diseñador me dijo: “Vas a desfilar y te voy a poner todos los vestidos cortos porque tenés unas piernas espectaculares”. —¡Increíble! —Yo pregunté si me estaba hablando en serio y le expliqué que había sufrido toda mi vida por las piernas. Pero él me dijo que eran divinas, que no tenía marcas y que las íbamos a explotar. Así que me hizo probar todas las minis y shorts. Y, a partir de ese momento, cambió mi vida. —¿Qué edad tenía? —18 años. Ahí empecé a trabajar en Río y hacía las notas de moda de Globo, el jornal de Brasil. En ese momento era el medio más importante y yo salía todos los domingos. Anamá en sus comienzos como modelo —Pero un día llegó a la Argentina por un tema puntual y su carrera siguió acá. ¿Cómo fue eso? —Yo no puedo ir a ningún lado por más de diez días porque me quedo...En realidad, me iba a ir a Paris, que era la ciudad en la que quería vivir desde chica. Pero estaba saliendo con un argentino, Manolo Camino, que hizo un asado en la casa al que fue una pareja divina. Y ellos me sugirieron que antes pasara por Buenos Aires, donde iba a poder trabajar en varias revistas de moda. Como para poder hacer un buen book antes de irme a Francia. Esto no estaba en mis planes, pero me pareció una buena idea. Así que llegué acá sin siquiera hablar castellano. Y una persona me fue presentando a la otra, hasta que a través del fotógrafo José Luis Perrota conocí al diseñador Charlie Grilli, el mimado del momento, que apenas me dio para probar un vestido y me convocó para su desfile. —¿Y así cambiaron sus planes? —Yo tenía mis pasajes a París y hasta tenía agencia allá. Pero pensé que acá iba a estar más cerca de mi familia y me fui quedando. Fue como un hilo rojo que me ató a este país. Porque, además, enseguida conocí a las modelos más importantes de la época. Yo era la chica nueva y llamaba la atención. Enseguida me convocó Mary Tapia para su desfile, Dalila Puzzovio para hacer las fotos de su colección y Luis Puenzo para hacer una publicidad de una bebida. Todo eso en menos de un mes. Ojo, que al principio no querían a una negra de protagonista en la propaganda... —¿Cómo es eso? —Lo decían abiertamente. Pero, como yo no soy racista, los miraba y pensaba: “No saben lo que se pierden”. Ya había pasado el bullying de las piernas, así que ya nada me afectaba. —¿Pero sufrió discriminación racial? —¡Obvio! Todos tienen un grado de racismo, desde el momento en que se usan frases como: “Negros de mierda” o “Cabecitas negras”. Pero eso está en cada uno, yo no lo puedo cambiar. Así que no le daba importancia. Y, por suerte, también encontré gente que se puso de mi lado. Después de la publicidad, por ejemplo, preguntaban: “¿Quién es esa chica?“. Porque en esa época todo el mundo miraba tele y era fuerte. Una de las diosas que me dio la bienvenida fue Mora Furtado. Y todas las modelos se portaron muy bien conmigo: Virginia Elizalde, Ginette Reynal que venía con su uniforme de colegio... —¡Pocos hubieran imaginado esa confraternidad en el competitivo mundo de la moda! —Cuando yo llegué, éramos muy pocas. Siempre digo que éramos diez modelos y una exótica. Yo era la exótica, hasta que me fui imponiendo. Por eso, cuando dicen que Anamá es brava, yo explico que no es que sea brava sino que toda la vida me tuve que imponer. A nosotros, los negros, todo nos cuesta el doble. Y, como todo me cuesta el doble, estoy acostumbrada a tener que pelearla. —Pese a todo, se arraigó a Buenos Aires. —Me enamoré de la ciudad de una. Empecé a recorrerla y me gustó. Después, conocí a Alejandro Palavicini, mi primer marido. Él, al principio, pensó que yo bailaba. ¡Pobre! Yo le dije que era modelo y que iba a salir una nota mía en la revista Gente, que me había hecho Helena Goñi. Y se quedó toda la noche esperando que saliera la edición. Cuando la vio, me pidió perdón. Con él me casé. Era viudo y tenía una hija que yo cuidé como 15 años. Y así me fui quedando. Pero soy una agradecida, porque la verdad es que Argentina me dio muchas oportunidades que yo aproveché. Trabajé como modelo, después hice las noches con Andrés Percivale, más tarde me llamó Carlos Montero para Mesa de Noticias donde estuve cinco años, estuve con Jorge Guinzburg y Raúl Becerra. Estuve con los mejores. —También creó su propia escuela de modelos, ¿verdad? —Sí, decidí tener mi empresa en el ‘82, porque sabía que en algún momento iba a dejar de desfilar y tenía que tener algo más. Lo cual también me siguió afianzando a este país. —Y aquí nació su hija, Taína Laurino. —Exacto. Yo lo conocí al papá, Ricardo Laurino, en Mar del Plata. Él trabajaba en Austral Líneas Aéreas y yo había ido de temporada cuando nos vimos por primera vez. Después, él se fue a vivir a Europa y yo seguía casada. Y, cuando me separé, nos encontramos tres veces a lo largo de diez años. Hasta que nos juntamos y nació la niña. Ferreira y Ricardo Laurino junto aTaina, hija de ambos —¿Imaginaba que ella iba a seguir sus pasos? —Siempre fui muy cautelosa a la hora de decir lo que tenía que hacer. Pero ella veía mi trabajo. Ama a todas las modelos de mi época porque iba conmigo a todos lados. Yo volví a desfilar a los 15 días de dar a luz. Así que ella estaba siempre en los back, abajo de los percheros. Tanto, que una vez la taparon de ropa y yo pensé que se la habían robado. ¡Hice un escándalo! Vino la policía y ya estábamos todos llorando, pero ella estaba abajo de los vestidos. También venía a Canal 13. ¿Viste el escritorio de Telenoche, donde estaban Mónica y César? Bueno, Taina dormía ahí arriba. Así que no me sorprendió que quisiera dedicarse al modelaje. Pero le dije: “Vos, por ser hija de Anamá, tenés que estudiar y tenes que caminar mejor que nadie”. También le expliqué cómo tenía que ir a los castings, con la bombacha color carne, el corpiño impecable y los zapatos de taco en un bolsito. Y que tenía que saludar a todos y ser agradecida. Le comí el cerebro. Y ahora es una genia. —Su hija se casó y usted hace años que se separó de Marcelo Mascaro, su última pareja oficial, de cuyos hijos también se hizo cargo... —Fueron 11 años de relación. Con él ya no tengo trato, pero sigo hablando con sus hijos. Luis tenía un año y tres meses cuando lo conocí y, ahora, es una bestia que juega al rugby en Holanda. Me sigue diciendo mamá. Y la nena, Selene, volvió a vivir a Madrid y la saludé para su cumpleaños. —¿Y ahora? ¿Está con alguien? ¿Le gustaría? —¿Sabés que pasa? Además de mis amigas argentinas, tengo un grupo de amigas brasileñas poderoso. Son divinas, maravillosas. Pero, en cada fiesta, me quieren presentar a alguien. Y yo les digo que no. Porque me pasé toda la vida casada. Y no entienden que yo estoy fascinada de estar sola por primera vez. Yo llegué a Buenos Aires en abril y, ese mismo mes, conocí a mi primer marido. Un marqués, divino. Estuve 15 años con él, 10 con otro, 4 con otro, 2 con otro, 4 con otro, 11 con otro...¡Siempre en pareja! —¿Y cuánto lleva sola? —5 años. Y estoy chocha. Siempre tengo alguna cosita por ahí, algún huesito...¿Pero viste que dicen que los hombres no quieren compromiso? Bueno, ahora es al revés: la que no quiere compromiso soy yo. Me llama una amiga de Bucarest y me dice: “Arreglé para irnos a Grecia”. Y yo voy. O me voy a Milán porque me invitan para la semana de la moda. Pero hago lo que quiero. Yo pasé mucho tiempo conviviendo y cada hombre tiene su exigencia. Uno quería que estuviera en casa a las seis de la tarde porque era la hora del copetín. Otro no quería que entrenara temprano porque pretendía que desayunáramos juntos. A otro le molestaba que tardara mucho a la noche para sacarme el maquillaje. Y yo me adaptaba. Eso, ya no va para mí. —Clarísimo. —Si alguien quiere que salgamos, genial. Salgo y me divierto, vamos a bailar, a comer o a tomar algo. Pero convivencia, no. —¿Es de hacer balances de su vida? —Si tengo que mirar para atrás, diría que he vivido súper bien y que no me arrepiento de nada. —¿Y le queda alguna asignatura pendiente? —Lo único que quiero es seguir trabajando. Ahora hay un movimiento de gente mayor de 60 años que no se achica, que entrena, que va para adelante. Yo soy extranjera, una inmigrante negra. Y, sin embargo, hoy estoy conduciendo en una señal de aire y tengo otro proyecto de un programa de moda para Caras TV. Así que yo agradezco que hayan confiado en mí. Estoy feliz. Siempre digo que hay que levantarse con una sonrisa. Y espero tener 105 años y que me sigan viendo bailar en las fiestas, feliz.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por