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» El Ciudadano
Fecha: 26/06/2025 01:16
Juan Aguzzi Un gran interrogante planea sobre la devastación económica-social-política provocada por el actual gobierno nacional, bastante bien acompañado por no pocos gobernadores provinciales; por una cohorte de legisladores expertos en encontrar el beneficio personal a uno y otro lado del mostrador, y por una justicia “ilegitima” (léase Corte Suprema y buena parte de los estrados de Comodoro Py) que afianza los recursos del lawfare para perpetuar la concentración de poder. Es el de saber si a la luz de los recientes acontecimientos de concentración y movilización popular acompañando a Cristina Kirchner tras la fraudulenta condena –que reunió a un amplio arco de variada extracción política, organizaciones sociales, algunos sectores gremiales– se convertirán en algo más que un nostálgico remedo de otras manifestaciones históricas que varias veces movieron el teatro de operaciones del gobierno de turno. En esa semana de bailecitos de Cristina en el balcón y demostraciones mutuas de afecto y reconocimiento, hubo clamor y fervor; se volvieron a levantar las consignas de que solo la gente en la calle es lo único que podría alarmar al mileísmo; un no demasiado explícito llamado a la unión de las “verdaderas” fuerzas opositoras a un gobierno elegido por el voto pero con acciones y políticas de ocupación; reuniones apresuradas de un amplio espectro del peronismo afirmando que la condena y proscripción a Cristina y hasta el no tan lejano intento de magnicidio era lo que salvaría definitivamente las diferencias internas –como si su ortodoxia y ciertas obnubilaciones paleolíticas pudieran ser superadas en una juntada de dirigentes–, y hasta algo de crédito tuvo la movida. Incluso por momentos campeó cierto aire expectante sobre la idea de que era posible recrear un movimiento popular y nacional con proyección, porque parecía que un amplio sector de la población palpaba sus propias fuerzas –sin perder de vista el carácter represor del mileísmo–, y confiaba en que esas fuerzas se proyectaran hacia arriba captando la dirigencia más proba, como si algunos cimientos de una nueva construcción política estuviera al alcance. ¿Hay oposición? Sin embargo, al son del paso de los días, ese tenue fuego fatuo deja de ser visible. Una buena parte de la sociedad argentina está siendo castigada como nunca en las últimas décadas –sin contar, claro, el estado de excepción de la dictadura cívico-militar-eclesiástica-empresarial del 76 donde el terror asolaba las calles– y sigue sin haber respuesta de lo que podría entenderse como fuerzas progresistas en un arco amplio que incluye desde sectores de izquierda a centro izquierda –políticos, sociales, empresariales–, es decir, todos aquellos que ven amenazada la supervivencia y la de la patria entendida como un espacio de aglutinamiento y horizonte de bienestar común –“el otro importa”, puesto que al gobierno nacional no le importa nada–, lo que construye identidad y productividad y la tan ansiada distribución equitativa de los recursos. Porque a la agresión permanente sobre derechos y libertades, a la ofensa verbal y al castigo físico perpetrado sobre el cuerpo social –jubilados a la cabeza, violentas detenciones arbitrarias, encarcelados por orden emanada del ejecutivo o de la ministra de Seguridad–, todos síntomas de la desintegración llevados a cabo con eficiencia y vertiginosidad, nada se le opone argumentando que todavía ¿se está? en un estado de derecho. Y si eso ocurre, por caso, no dando quórum en el Congreso a algunas de las lesivas leyes que el gobierno quiere implementar, o aprobando otras contrarias a su designio, el ejecutivo las veta y tras cartón anoticia de una nueva medida, siempre cruel e inhumana, que padecen desde enfermos crónicos u oncológicos, discapacitados, niños de comedores barriales, hasta maestros, docentes universitarios, médicos de hospitales públicos, científicos, trabajadores estatales y una larga lista de asalariados con bolsillos vacíos. Memoria para transformar Se dice que los pueblos son sobrevivientes por su capacidad de resistir las destrucciones que los amenazan a perpetuidad, pero más deberían serlo por la fuerza intrínseca de su memoria, que no debería permitir olvidar fácilmente el martirio a que son sometidos por un sector al que han ungido con el poder político cuando este, en vez de responder a sus electores, se transforma en mandatario de un poder real guarecido en las sombras. Hacer memoria para que el enemigo no termine de triunfar tras sucesivas asonadas a lo largo del tiempo, es decir, dar lugar al recuerdo de los padecimientos anteriores ante el peligro del presente, es lo único “capaz de producir”, como ha dicho (Walter) Benjamin, una “chispa de esperanza” para transformar ese padecimiento. Esa memoria parece estar ausente en buena parte de esa sociedad argentina a la que se alude más arriba. Y si algunos dirigentes –políticos, gremiales, sociales– acuden a ella ante la amenaza de devastación total en ciernes, a poco terminan resultando incapaces de sortear mezquindades, egoísmos o –hay que decirlo también– trasnochados e insufribles caprichos. Y la gente en la calle tampoco es rotunda en hacérselo saber a esos dirigentes; o es poca la memoria popular –para no suponer su falta absoluta– sobre los estragos sufridos –30 mil almas menos durante la dictadura, 39 muertos en la democracia de 2001, tan solo para abrir una macabra contabilidad– y entonces no alcanza para formular una verdadera desobediencia empática con quienes, si se desea seguir confiando en los dirigentes, podrían sentar las bases organizativas de una verdadera resistencia a un gobierno autoritario decidido a imponer un virtual estado de sitio –porque qué otra cosa son las modificaciones protocolares de la policía federal que permiten demorar personas sin orden judicial (aunque ya existan de hecho) y espionaje mediante los ciberpatrullajes–. Se trata de poder canalizar esas tensiones sociales que afloran en los apoyos a los médicos del Garrahan, al reclamo de los jubilados y los discapacitados, a la injusta condena a la misma Cristina Kirchner. Sin embargo, esas ceremonias de indignación –con sus gritos, cánticos, aplausos– no terminan de imponer a los dirigentes que prestan sus oídos –o participan– la necesidad de un proyecto de resistencia cuyo combustible sea la absoluta indignación ante el actual estado de cosas. Pero, como se dijo recién, también es un problema de dirigentes. Si el peronismo y su vertiente más potable, los dos o tres segmentos que conforman hoy el kirchnerismo –que, a no perderlo de vista, sigue siendo el único sector político con chances electorales para enfrentar al régimen despiadado de Milei–, no entiende que “todos juntos” podría incluso contener a la misma izquierda –Mirian Bregman, por caso, y si ella se aviniera o la dejaran avenirse– e, indefectiblemente, a Axel Kiciloff y equipo –que probó sobradamente su capacidad de gestión en una provincia asediada–, para direccionar esa voluntad colectiva un tanto indeterminada, pero que desea reconstruir lo destruido y desterrar la horda de freaks que gobiernan, y no está dispuesto a erradicar, al menos, algunas políticas nocivas y anacrónicas para el pueblo, y que en el fondo no son otra cosa que gestos para agradar al poder económico local y transnacional, estaría ya quedando fuera de la historia. El momento político Debe hacerse con premura, porque ya hasta grandes fábricas –como algunas automotrices– están paralizando su producción provocando suspensiones y despidos, haciendo subir los ya alarmantes índices de desocupación, que están pisando los dos dígitos, y ya se cuentan más de diez mil pymes cerradas durante el año y medio de Milei. Y al mismo tiempo, en estos días, la guardia pretoriana judicial que acaba de condenar a Cristina se hizo presente en la celebración adelantada del Día de la Independencia estadounidense en la embajada de ese país; entre otros el juez Mariano Borinsky, integrante de la Cámara Federal de Casación Penal –amigo y coequiper de Macri en el paddle y visitante asiduo de la Quinta de Olivos durante el gobierno PRO– y hoy partícipe necesario en la confirmación de la condena a Cristina Kirchner en la causa Vialidad, quien se mostró junto a funcionarios mileístas –incluido el asesor Santiago Caputo–, empresarios del círculo rojo –incluido Héctor Magnetto–, es decir toda la runfla dominante en una alianza para profundizar la desigualdad, entregar más tarde o más temprano la explotación de los recursos naturales al país del norte y obturar cualquier intento de emancipación popular. Los dirigentes deberían olvidarse de las listas ante la irrupción de las voces populares que exigen ser escuchadas en la escena pública y señalar “un candidato”, no cualquiera, claro, porque todavía están frescos las equivocaciones fatales de los últimos gobiernos nac & pop. Un conductor para organizar una resistencia real con los sectores que quiebren lanzas de una vez por todas con los estamentos estancos de la política y de los gremios –huelga señalar el desmesurado tapón para cualquier acción de protesta contra las salvajes políticas del gobierno que es la cabeza de la CGT– y enfrentar en las calles y en el Congreso la violencia y la ilegitimidad de este gobierno (solo basta ojear su batería de medidas anticonstitucionales, tales como cercenar la protesta social inventando protocolos represivos). En sucedáneo, construir un proyecto que restañe heridas y desarme el andamiaje de saqueo y transferencia de recursos hacia el poder económico. Este es el momento, cuando acaba de verse un conato popular llamando a resistir –el filósofo Jacques Rancière lo llama el “momento político”– el avasallamiento de los poderes concentrados. Como siempre, en su variopinta gramática, la liturgia peronista tiene una frase de absoluta actualidad, pero que alguna vez debería corresponderse con la realidad: con los dirigentes a la cabeza o… (para que complete el lector).
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