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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 25/06/2025 05:12
Por Nicolás Loza (*) La política argentina atraviesa una crisis de representación que no es episódica ni coyuntural, sino estructural. El viejo sistema de partidos, forjado en el siglo XX y consolidado con la lógica de los grandes movimientos populares (peronismo, radicalismo), ha entrado en una etapa de disolución acelerada. No asistimos meramente a una crisis, sino a una mutación profunda del modo en que la ciudadanía se vincula —o se desvincula— con lo político. Mientras tanto, la dirigencia tradicional continúa leyendo la realidad con categorías obsoletas, incapaz de interpretar los signos de un cambio epocal. Giovanni Sartori, en su clásico Partidos y sistemas de partidos, advertía que los partidos políticos son instituciones fundamentales de la democracia representativa. Son los mediadores entre la sociedad y el Estado, los organizadores del conflicto político, los responsables de la agregación de intereses y de la formación de consensos. Sin embargo, lo que vemos en la Argentina actual es una pérdida de esa función medular: los partidos ya no logran representar, no interpelan ni agrupan identidades sólidas, y sus estructuras han devenido en meras agencias electorales de corto plazo. Desde fines del siglo XX, Ulrich Beck había teorizado sobre la "sociedad del riesgo", caracterizada por la incertidumbre, la individualización creciente y la erosión de las instituciones tradicionales. En ese marco, los partidos pierden su capacidad de responder a nuevas formas de ansiedad social, provocadas por el desempleo estructural, la precarización, la inseguridad o el colapso ambiental. Las personas ya no se reconocen en plataformas partidarias estables, sino que votan por emociones, por bronca o por reacción, en lo que Bauman llamó "la modernidad líquida": vínculos volátiles, identidades inestables y decisiones políticas que se esfuman con la misma velocidad con que se toman. El sistema de partidos en Argentina muestra síntomas claros de esa disolución. El fenómeno de Javier Milei no puede entenderse sin este trasfondo: no es el causante de la crisis, sino su emergente más estridente. Su discurso antipolítico y su ruptura con todo lo instituido han captado a vastos sectores que no se sienten representados por nadie, que no creen en la política tradicional y que perciben a los partidos como estructuras corruptas, cerradas sobre sí mismas, alejadas de los problemas reales. Esta percepción no carece de fundamentos: muchos partidos se han vaciado ideológicamente, convertidos en alianzas circunstanciales sin rumbo ni programa. Pero lo más preocupante no es la emergencia de outsiders, sino la ceguera del sistema tradicional ante este cambio. Las élites partidarias siguen apostando a roscas internas, candidaturas recicladas y estructuras territoriales oxidadas, mientras el electorado se mueve en otros códigos. No se trata de una simple “desafección” con lo político, como se decía en los años noventa, sino de una nueva gramática de la acción política que aún no ha sido descifrada. La ciudadanía busca representación, pero no la encuentra en los marcos heredados del siglo pasado. Estamos, en definitiva, en un proceso de reconfiguración. El viejo sistema de partidos no volverá. Pero lo nuevo aún no ha nacido del todo. En este interregno —diría Gramsci— proliferan los fenómenos más inquietantes: el mesianismo, el autoritarismo posmoderno, la política de redes y algoritmos, los liderazgos individuales sin anclaje institucional. La democracia sobrevive, pero se ha vuelto más frágil y más emocional. El desafío es enorme. Requiere repensar la representación, reinventar los vínculos entre ciudadanía y Estado, abrir los partidos a nuevas formas de participación y deliberación, y construir plataformas que respondan a los problemas del presente y no a las lealtades del pasado. La política no puede seguir girando en círculos mientras la sociedad se transforma vertiginosamente. Quienes no comprendan esta transición quedarán, simplemente, fuera de la historia. (*) Lic. En Ciencia Política. Coordinador de gestión del Ministerio de Seguridad y Justicia del Gobierno de Entre Ríos. Coordinador de la Fundación para el Desarrollo Entrerriano Raúl Uranga (FUNDER).
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