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  • Tiburón

    » Diario Cordoba

    Fecha: 24/06/2025 04:29

    A la nostalgia le puede ocurrir lo del colesterol: la buena, ayuda a saborear el tazón de lo vivido; la mala, se convierte en un valor refugio que acaba retratando las turbulencias del presente. El pasado viernes se cumplieron 50 años del estreno de ‘Tiburón’. Hoy podíamos estirar la sociología de ese filme, acudiendo a la inquietante iconografía de Moby Dick; a la ruda camaradería de cicatrices que intentaba aplacar el terror que nadaba bajo la quilla; o esas mandíbulas que simbolizaban el desgarro de una América noqueada por la convulsión de Vietnam y de un Nixon que, vistos nuestros contemporáneos sonrojos, casi convertían la madeja de aquella dimisión en una nimiedad. Pero nos asimos a esa película por la escalofriante adrenalina de la juventud; por esos larguísimos veranos que se dilataban en el tiempo y burlan nuestra memoria. Los estrenos cinematográficos se espaciaban como los viajes transatlánticos y en los cines españoles no se proyectó ‘Tiburón’ hasta el periodo navideño, aunque perjuremos visionar por primera vez aquel escualo infestados por el olor a cloro de las piscinas, un antídoto frente al pavoroso abismo de no hacer pie en la playa. Hay otras profecías que circundan aquella obra de Spielberg, convertido más que nunca en un ‘enfant terrible’. En las aguas de Martha’s Vineyard -la isla donde se rodó esta película- cayó en picado el avión de John John Kennedy, potencial aspirante a recuperar en la Casa Blanca el reino de Camelot. No había hasta ahora monarquías en los Estados Unidos, aunque Trump envidie la capa de armiño de Freddy Mercury. Lo suyo son titubeos mayestáticos, los que le permiten señalar a la ciudad y al mundo su soberana voluntad, zarandeando el orden internacional con su narcisismo. La nostalgia de los setenta se extiende más allá del verdoso olor de las piscinas. En Kabul las muchachas llevaban minifalda; el emperador etíope Haile Selassie vivió hasta finales de aquel agosto del 75, para luego convertirse en el referente mesiánico de los rastafaris. Los actores decadentes aliviaban su chequera apuntándose en masa a películas de catástrofes. Y al Sha de Persia le aguardaba el final de la década para que los jardines de Isfahán recreasen las Tullerías de un Luis XVI apocopado por la revolución. Ahora, la viuda de Reza Pahlaví reza por la caída de los ayatolás, con el esquizofrénico regusto de contentar al rey pelirrojo y hacer salivar a aquellos judíos que ansían un Armagedón. Y Sánchez sueña con la supervivencia de los pequeños mamíferos tras una extinción masiva, fintándole a la OTAN ese almojarifazgo del cinco por ciento. Dan miedo los tiburones, pero mucho más la deriva de un mundo que apenas sortea las dentelladas. *Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor.

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