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Concepcion del Uruguay » El Disparador
Fecha: 23/06/2025 18:01
En el sur, en la costa Santa Cruceña, frente a las Malvinas, hay un lugar realmente paradisiaco, por lo agreste y lejano. “La Angelina” a la que llegábamos por caminos apenas abiertos, abriendo y cerrando tranqueras a nuestro paso, previo a pedir permiso. En ese lugar la marea es extraordinaria, el mar en diciembre a enero se retira 4 o más kilómetros de la costa, y en marea baja es aprovechada por gente que viene desde muy lejos para la recolección de centollas, pulpos congrios que quedan varados por la rapidez con la que baja el mar. Tuve la oportunidad junto a mis amigos y compañeros de trabajo Pichilo, Richi, Chory, Pepe, Ramírez, El Chavo y Lalo y su hijo que llegaron al día siguiente, y quedo como algo gracioso como nos identificó Lalo, cundo nos encontró dijo: “Vi muchas carpas pero había una color azul con doble techo naranja que tenía debajo del ala del techo 4 damajuanas de vino, entonces dije ¡esa¡ “ así fue, tres de tinto y una de blanco que llevamos especialmente para mí, que luego de este viaje tome tinto y aun hoy lo sigo haciendo. Por supuesto no olvidamos de llevar agua. Ni para los radiadores de los autos, no llevamos agua. Una anécdota entre tantas, fue que la primera noche no pudimos abrir una damajuana de vino, Pepe sugirió romper el pico de la damajuana como si fuera un espumante, se hizo, y para no correr riesgos con los vidrios que pudiera haber, se filtró con un pañuelo a un jarro de aluminio, que aporto Pichilo, es decir, entre vidrios y mocos nos tomamos el vino, ¡Que joder! Una aventura distinta fue salir a buscar leña, Pepe y Pichilo fueron quienes salieron en plena oscuridad a buscar leña, nos habíamos quedado sin nada y a alguien se le ocurrió y obtenerla recorriendo campamentos vecinos. Un conocido de Rio gallegos, aporto involuntariamente lo que necesitábamos. Gracias amigo, nunca pudimos agradecerle. El regreso al campamento con la leña a la carga fue una odisea que solo entendieron quienes volvieron a recorrer ese camino a la luz del día, el sendero muy peligroso y al borde de un accidente que por supuesto no sucedió. La expedición estuvo a cargo y a las órdenes “del capitán Pepe”, el más joven de la expedición. pasamos dos noches y tres días, capturamos de todo, por supuesto a las órdenes de Pepe, lo él decía se hacía a rajatabla. Noche de cuentos y anécdotas, noche cerrada, sin luz solo las estrellas y allá lejos las luces de la ciudad de Rio Gallegos, unos bifes a la plancha calentada con mata negra pssst, de un lado pssst, de otro, un pedazo de pan, y listo el bife, un poco de tinto, el humo de alguna ramita en el fuego la inmensidad, eso era todo. Sin radio sin teléfonos lo único que quedaba era contar cuentos, desaparecidos almas en pena luces y sobras de espíritus y todo aquello que en la infinidad de la noche creaba un clima de miedo, al menos temor y asombro. Se cuenta que un viajero transitaba camino a Tres Cerros, mitad de camino entre Jaramillo y San Julián, en esos años ya estaba abandonado, no funcionaba. Noche cerrada, el viento de siempre, los rumores del campo y se detiene el auto, se apagan las luces y se detiene el motor. El hombre solo en la inmensidad, Sacando coraje de donde no tenia y mirando a su alrededor, levanta el capot de auto y con una linterna con luz muy amarillenta trata de ver qué sucede, los terminales de la batería, revisa los cables de bujías, de pronto se escucha una voz: “Nooo… no son los cables.” este hombre duda de si mismo y piensa: “No … estoy alucinando, es el miedo.” Sigo con lo que estaba haciendo y vuelve a suceder lo mismo “Nooo… no son los cables.”. Mira a un lado, mira al otro y lo único que ve es un caballo, de pelaje lobuno y sucedió lo peor el caballo lo mira y le dice “Nooo… no son los cables.”, pobre tipo, corrió y corrió hasta que en el camino encuentra un puestero, le cuenta lo sucedido, los cables, la bujía y que un caballo le habla y le dice: “Nooo… no son los cables.”. el puestero trata de calmar, lo toma de los hombros y mirándolo a la cara le dice: ¡No amigo, ese caballo no sabe nada de mecánica! Risas, carcajadas, brindis y así, hasta que el sueño nos venció. La recolección se organizó en tres bajas. Salíamos con la marea alta, con el mar golpeando contra la costa, murallones de piedra muy altos, caminábamos junto a la línea del mar, como decía Neruda: “Anillo infinito de humedad”. A medida que el mar se retiraba nosotros seguíamos caminando a la par, de pronto comenzaron a aparecer unas verederas perpendiculares a la costa, algunas muy anchas otras más angostas, digo veredas, porque entre vereda y vereda había agua que las separaba. La primera advertencia del Capitán fue: “¿No intenten cambiar de vereda”, luego entendimos que, a medida que se retiraba el mar estos canales eran cada vez más profundos, que paso?, perdí el paso y caí al agua entre dos verederas, el canal era angosto y de poca profundidad, chau con mi campera nueva. Las paredes y en el fondo de esas veredas están las centollas, los pulpos y cuanto bicho traiga el mar. Para la captura íbamos equipados con unos tridentes con mago muy largos dos o tres metros, esta horquilla se pasaba intuitivamente intentando arrastrar alguna centolla y en cuanto sentíamos algo levantábamos esa horquilla como una cuchara y con una fuerte envión lanzábamos la centolla hacia atrás, hacia la parte que no tenía agua, uno de nosotros estaba asignado a la recolección y meterla en una bolsa. Uno de los expedicionarios tan inexperto como yo encontró una centolla muy pequeña y con un gesto gracioso la clavo con un cuchillo y la levanto como un trofeo, un solo grito se escuchó, fue el reproche del capitán retándolo por lo que había hecho, nunca capturar centollas chicas, y menos clavarlas con un cuchillo, eso no se hace y bla bla bla,,, Así caminamos a la par de la bajante hasta que el capitán (Pepe) daba la orden de volver a subir haciendo la misma tarea rastreando el fondo y capturando, siempre de buen tamaño, jamás centollas chicas. Cuando la marea volvía a subir lo hacía muy rápido y corríamos peligro de quedar rodeados por el agua y no ver las veredas para salir de allí. Mientras esto sucedía, quien escribe estos hermosos recuerdos, cumplía con una misión casi humanitaria, para mis compañeros era de mucha importancia, mi tarea era sencilla, era el último de la expedición, por detrás de todos llevando dos botas de vino cruzadas en mi cuerpo, una de tinto y otra de blanco y ante el requerimiento de alguno de los compañeros lo asistía en forma inmediata. Mi tarea no fue solamente esta, mientras caminábamos les contaba cuentos cortos, como para animar la travesía, por supuesto casi a los gritos. siempre y durante años, recordábamos el cuento más festejado y que sorprendió a todos por el remate. No puedo continuar si volver a contarlo aquí. En épocas en que Jesús predicaba de pueblo en pueblo y era seguido por los que luego fueron sus apóstoles, tenía que dar prueba de fe permanentemente, porque, sus apóstoles o la misma gente de los pueblos lo cuestionaban, este es ciego, este no camina, este murió y así todo el tiempo, el ciego vio, el paralitico camino y Lázaro volvió a la vida. Todo venía bien, hasta que uno de sus Apóstoles no quiso seguir a Jesús, que, en un día de tempestad, camino sobre las aguas para rescatarlo, le extiende la mano y este, el apóstol, dudo que hacer, sígueme, sígueme, Jesús se adelantó caminando sobre las aguas y el apóstol en su segundo paso sobre el agua, ¡desapareció! En medio de la tormenta se escucha la voz de Jesús, como un trueno en la tormenta: “POR LAS PIEDRAS PELOTUDO”. Volver al campamento fue en la salida del segundo día fue tremenda, mucho viento, muchísimo caminando inclinados con el viento en contra la arena golpeando todo, la cara, la cabeza, el cuerpo y como si fuera poco con esto juntando unas piedras esféricas de todo tamaño, como recuerdo de esta expedición. Supe después que estas piedras era resultado del desmoronamiento de los acantilados y que el mar las llevaba y las traía formando de esa manera con el desgaste las veredas y redondeando las piedras, las había de todos los tamaños, recuerdo haber visto piedras de más de un metro cubico, muy grandes. En una de esas rachas de viento el hijo de Lalo fue arrastrado por el viento por la costa hasta la orilla del mar, la campera se inflo y lo hizo volar como un barrilete, Lalo corriendo tras el logro sujetarlo y todo termino allí. Volver al campamento no era el final del día, había que prender fuego y hervir agua (de mar) en unos medios tachos de doscientos litros. Entonces cuando el agua hervía se ponían varias centollas a los dos minutos se las retiraba y se las estibaba una sobre otras con el caparazón hacia arriba tratando de esa manera que no se deshidraten y se enfríen. El resultado final de esta expedición fue: Cincuenta y cinco centollas, todas más grandes que una mano, un congrio más largo que el capot del auto (Dodge 1500) un pulpo tamaño mediano y un montón de pulpitos. El regreso y la fiesta final, fue inolvidable, fue en la casa de Richi, banquete de centolla, pescado y algunos mariscos, helado de Vito para el Don Pedro, un poco de tinto y blanco para algunos coronaba la aventura, risas anécdotas y una noche d amigos que uno quisiera que no termine nunca y esperando que el año próximo sea igual. (Transcurría enero de 1987). “La Angelina” Frente a las Malvinas. Autor Carlos Alfaro Gracias por tu memoria Pichilo Litvac. Recuerdo permanente de los que ya no están, abrazo al cielo. Juan Carlos Botta – eldisparadoruruguay.com.ar
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