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  • Enrique Luque, artesano del tambor de Baena: "La artesanía, pese a todo lo que digamos, se tiene que perder"

    » Diario Cordoba

    Fecha: 22/06/2025 17:06

    "Yo me propuse no ser artesano", asegura Enrique. Pero, claro, cuando uno crece viendo a su abuelo y a su padre, junto a otros siete u ocho hombres, fabricar con sus propias manos las prendas que luego portaban las bestias, el asunto se complica. Y tú, que eres un niño de siete u ocho años todavía, empiezas a hacer recados y a enmotar pelo de cabra, que es lo poco que puede hacer un crío. Y más aún lo es cuando observas a tu padre realizar el instrumento musical más simbólico de tu pueblo. Luego creces y asumes el negocio familiar, con el peso de sus cinco o seis generaciones, y, aunque quieras no ser artesano, mantienes en pie la empresa que tus antepasados pusieron en marcha cuando a finales del siglo XIX o principios del siglo XX arribaron a Baena. Los Luque son una familia de albardoneros originaria de Doña Mencía. Allá por 1890 o 1900, una plaga de filoxera atacó a las viñas que dominaban los campos mencianos y el trabajo se resintió. Sin cultivos no había animales y sin animales no había albardas que hacer. Entonces, la familia se afincó en Baena, un pueblo de riqueza agraria marcada por el olivar. "Y aquí estamos desde entonces", señala Enrique. Nacer con un tambor en la mano Enrique Luque, al igual que su padre, nació en Baena hace casi 66 años. Y, como buen baenense, es uno de los orgullosos judíos que procesionan en Semana Santa. Pero hay algo que lo distingue del resto: él, además, fabrica el elemento central de la festividad, el tambor, reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Enrique Luque posa junto a los tambores de su taller. / Ramón Azañón Su padre, que había heredado el oficio de albardonero, fue el primero de la familia en fabricar tambores. "Pero no al nivel de ahora", apostilla Enrique. "Los judíos de antes arreglaban el tambor por piezas, durante años; no se lo podían permitir". Ahora, el tambor ocupa la mitad del año en el taller. "Todos los años se hacen tambores nuevos", dice. Cuando un baenense nace, "el padre o el abuelo lo apunta a la cuadrilla de judíos". Luego, crece y necesita un tambor más grande. Además, el instrumento necesita sus arreglos: pellejos que se rompen, aros que se desgastan. El resto del tiempo, lo dedican a realizar toldos y aperos. Si tú vienes aquí y ves un tambor que no está muy bien cuidado puedes estar seguro de que no es de Baena Otros tiempos Su padre fue testigo de la mecanización del campo y comenzó a adaptarse a los tiempos, sin dejar de hacer albardas. En un rincón del taller, Enrique conserva la última pieza que hizo. Cuando su progenitor murió, hace 35 años, se hizo cargo de la empresa: "Era el momento de cambiar, porque la albardonería no se puede". "Da pena que se pierda, pero si yo tengo unos trabajadores a los que tengo que pagar, tengo que buscar cosas que me renten", explica. Detalle de un tambor hecho por Enrique Luque. / Ramón Azañón Enrique, que se aleja del romanticismo que puede aparejar la artesanía, en un alarde de lucidez, apunta: "La artesanía, pese a todo lo que digamos, se tiene que perder". Quizás no del todo, dice, pero se pregunta: "¿Quién puede pagarla?". La artesanía "es un modo de producción de otro tiempo, por más vueltas que le demos" y "tiene muy poco mercado". Una artesanía de futuro, una excepción Y, sin embargo, pese a su propósito de no ser artesano, Enrique pela y limpia las pieles de cabra con las que hace el parche batidor, el que se toca. Un fondo (o caja) de latón o aluminio, dos aros de haya, otro parche de plástico para la parte inferior, bordones (o chillones) de tripa de cordero, que dan sonido al instrumento, cordeles de nailon -que antes eran de cáñamo- y anillas de cuero es todo lo que lleva un tambor que «se fabrica solamente en Baena». Este pueblo de Córdoba quizás sea uno de los pocos lugares en donde se puede afirmar que la artesanía, al menos la que está ligada al tambor, "tiene muchísimo futuro". "El futuro está garantizado. La fiesta de Baena es la Semana Santa. Está reconocido y tiene mucho arraigo", celebra Enrique. En el taller, lo acompaña, Mari Carmen, su esposa, quien también es una apasionada de la artesanía baenense. Ella hace plumeros para los judíos. Su hija, Inma, será la que continúe el negocio. Enrique concluye convencido: "Si tú vienes aquí y ves un tambor que no está muy bien cuidado puedes estar seguro de que no es de Baena". Suscríbete para seguir leyendo

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