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Gualeguaychu » FM Maxima
Fecha: 22/06/2025 12:00
Cada año, la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi) nos invita a detenernos con asombro ante el don más grande que Jesús nos dejó: su presencia viva y real en la Eucaristía. No es solo un símbolo o un rito repetido por costumbre. Es el mismo Jesús, Pan de Vida, que se parte para nosotros, que se nos da en alimento, que nos convoca a ser uno solo con Él y en Él. Al comulgar, no solo nos acercamos individualmente a Dios: también nos unimos entre nosotros como Iglesia, como un solo cuerpo animado por un solo Espíritu. San Pablo lo expresa con claridad: “El pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de ese único pan” (1 Cor 10,16-17). Esta unidad eclesial no borra la diversidad, al contrario, la enriquece. En la Eucaristía se alimentan todos los carismas y ministerios: los catequistas, los voluntarios de Caritas, los que acompañan en la oración, los miembros de los Movimientos, los misioneros. Todos bebemos del mismo cáliz y comemos del mismo pan. Jesús no se da más a uno que a otro: se entrega entero a cada uno y a todos por igual. Este año en la misa leemos el relato de la multiplicación de los panes y los pescados según San Lucas (Lc 9,11-17). Jesús acoge a la multitud, les habla del Reino de Dios y sana a los que lo necesitaban. Son los tres verbos que delinean su estilo misionero: acoger, hablar, sanar. Él no improvisa ni actúa con prisa. Se detiene, escucha, mira con compasión. Sabe que esa gente no es una masa anónima, sino un conjunto de rostros, historias, heridas y búsquedas. Antes de multiplicar el pan, les pide a los discípulos que los organicen en grupos de cincuenta. En tiempos donde todo tiende a la masificación, Jesús vuelve a recordarnos el valor de lo comunitario, del encuentro cara a cara, del nombre y la historia de cada persona. Es una imagen muy gráfica de la Iglesia que se reúne en las diversas comunidades esparcidas en el campo del mundo. Por eso elegimos esta celebración para que los representantes sinodales de las diversas comunidades y carismas realicen hoy su profesión de fe y compromiso de participación en el Tercer Sínodo de San Juan. Como nos enseñó el Buen Pastor de Cuyo, “este sínodo es la obra de todos” (Siervo de Dios Monseñor José Américo Orzali). Cinco panes y dos pescados. Eso es todo lo que hay. Pero “para el amor no hay nada pequeño” (Siervo de Dios Monseñor José Américo Orzali) aunque para tantos, parece insignificante. Pero Jesús no desprecia lo poco; lo toma, lo bendice, lo parte y lo entrega. Así también actúa con nuestras vidas: lo que en nuestras manos es poco —nuestra energía, nuestro tiempo, nuestro saber limitado—, en las suyas se vuelve fecundo, se multiplica. El milagro no es solo una multiplicación material, sino una transformación del corazón: los discípulos aprenden a confiar, la multitud se siente cuidada y todos comen hasta saciarse. Los gestos que realiza Jesús son los mismos que repetirá en la Última Cena y en el encuentro con los discípulos de Emaús. Los que renovamos en cada misa. Participar del Cuerpo y la Sangre de Jesús es dejarnos modelar por su estilo. Es sabernos enviados a acoger, hablar y sanar como Él. Las doce canastas que sobran muestran la sobreabundancia de la mesa del Reino, y la misión que continúa hoy. Salimos de la misa con la certeza de que no hemos estado en una celebración privada, sino en una asamblea de hermanos convocados por el amor de Dios. El “Amén” que decimos al recibir a Jesús en la comunión no es solo una afirmación de fe, sino también un compromiso de vida: “Amén, quiero ser pan partido para otros. Amén, quiero ser comunión donde haya división. Amén, quiero que lo poco que tengo, lo poco que soy, se multiplique en las manos del Señor”. En la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Jesús, contemplemos el misterio de un Dios que se nos da por entero. Acerquémonos al altar con gratitud y fe, con hambre de vida y de comunión. Y salgamos al mundo como discípulos misioneros, dispuestos a seguir el camino de Jesús: acogiendo, anunciando y sanando. Porque el Pan que recibimos nos une, nos transforma y nos envía. Y porque el Cuerpo de Cristo no está solo en la hostia consagrada, sino también en cada hermano y hermana que encontramos en el camino.
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