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  • Michel Nieva y la distopía que llegó hace rato, un largo camino de Borges a Silicon Valley

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 22/06/2025 08:55

    El escritor y ensayista Michel Nieva dice: "El gran motor narrativo y mitológico del capitalismo es la tecnología" Michel Nieva es escritor, poeta y ensayista pero sobre todo, es un hombre muy inteligente. Y en este tiempo reciente, se ha convertido en uno de los autores más lúcidos y sagaces de una nueva generación de la literatura contemporánea argentina. Su obra se caracteriza por un cruce entre ciencia ficción “criolla”, la sátira política y una contundente metacrítica social, siempre atravesada por una certera mirada irónica. Una especie de cyberpunk con alto octanaje de hiperrealismo ¿mágico? latinoamericano. Ahí están como muestra la magnífica novela La infancia del mundo (2014), los eruditos ocho ensayos contenidos en Tecnología y Barbarie (“sobre monos, virus, bacterias, escritura no-humana y ciencia ficción”, reza el subtítulo), la reedición dos-en-uno Ficciones gauchopunks de la novelas ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos? y la colección de cuentos Ascenso y apogeo del Imperio Argentino, y también el super actual ensayo Ciencia Ficción Capitalista. Cómo los multimillonario nos salvarán del fin del mundo. En casi todos los casos hay escenarios apocalípticos, todo tipo de deformaciones y monstruos biotecnológicos -no muy ajenos de la realidad actual, por cierto- y un paisaje argentino desolador (aquello que pudimos ser y no fuimos). Resalta su capacidad para revisar géneros populares desde una refinada óptica literaria y su abordaje de temas complejos como la identidad argentina, el colonialismo interno, el cambio climático y la transformación tecnológica, plagado de sátira y referencias a la historia reciente. Novelas, cuentos y ensayos, parte de la cosecha creativa de Michel Nieva —En Ciencia Ficción Capitalista hablas de “magnates borgeanos” ¿Por qué? —Es una ironía, porque lo que lo que disparó ese libro fue cómo los magnates de Silicon Valley inspiran muchos de sus productos, de sus narrativas, a partir de la ciencia ficción. Pero leída de una manera completamente literal. Pienso que son como una especie de Quijotes o Madame Bovary leyendo literatura de ciencia ficción. Es que todo este caldo de cultivo, esta ideología californiana, surge al mismo tiempo que el cyberpunk, un género que, digamos, aventuraba un futuro en donde las condiciones de vida de las personas eran peores por culpa de un avance del capitalismo a través de tecnologías que precarizan la vida. Estos personajes empezaron a leer estas novelas y en vez de alertarse sobre estos futuros sombríos, trataron de sacar esas tecnologías narradas para aplicarlas y monetizarla con sus compañías. El ejemplo más emblemático que menciono en mi libro es Snow Crash, un libro de Neal Stephenson, que es un referente del género y que transcurre en un futuro no muy lejano, en el siglo 21, en Los Ángeles: se privatizaron hasta los más elementales servicios y la mayoría de las personas no tienen trabajo o tienen trabajos muy mal pagos. Y para disfrutar un mínimo de placer vital tienen que subir a un metaverso en el que se pueden convertir en lo que quieran. Elon Musk o Jeff Bezos leyeron este libro y en vez de pensar “qué terrible este futuro”, dijeron “oh, esto es increíbles, tenemos que inventarlo y hacerlo realidad.” Michel Nieva en un bar porteño, al comienzo del otoño: "Me impactó Philip K. Dick porque encontré en su obra muchas temáticas que también estaban en Borges", cuenta Muchos de los conceptos que surgen de esa novela, como el metaverso mismo que después lanzó Mark Zuckerberg, lo convierte en el emblema de su corporación. Esta novela también es tomada dentro de todo este tipo de redes sociales. Lo mismo el Google Maps y muchas otras ideas. El escritor de ciencia ficción es una figura privilegiada para pensar nuevos avances tecnológicos y cada vez más son contratados por estas corporaciones. Mi libro surge de pensar esta colaboración entre los escritores de ciencia ficción y este nuevo paradigma de utopías tecnológicas que surgen en Sillicon Valley y que con el tiempo fueron adquiriendo más poder hasta nuestro presente. En la asunción de Trump, los representantes de la oligarquía plutocrática del país eran todos magnates digitales: Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Elon Musk... Y bueno, de ahí surge esto: son magnates borgeanos, como lectores del género. De izquierda a derecha: Mark Zuckerberg, Lauren Sanchez, Jeff Bezos y Sundar Pichai el día de la asunción de Donald Trump (Foto: Kenny Holston/Pool via REUTERS) —Entonces ¿no entendieron o decidieron negar lo que transmiten esas novelas y convertirlo en algo que les pueda reportar ganancia? Una cosa cínica detrás de este positivismo tecnológico. —Sí, completamente cínica. Leyeron literalmente ese futuro como algo que inevitablemente iba a pasar. Volviendo sobre lo que yo llamé “magnate borgeanos” tiene que ver con con el cuento de Pierre Menard, que es esta persona que quiere escribir El Quijote. Y no hace metáforas para reelaborarlo sino que lo escribe literalmente. Por eso esta idea de la escritura literal. Hay un entusiasmo muy fuerte por la tecnología y lo que vuelve tan fascinante son sus narrativas... No hay confianza en ningún tipo de ideología política. La fascinación por el avance tecnológico permite cautivar a grandes mayorías. En una época en que la izquierda y los progresismo carecen de propuestas utópicas, a gran escala y en un futuro inmediato, estas ideas triunfan porque cuentan, digamos, con esas características que son fundamentales para una narrativa política. —¿Parecen profetas, no? Sobre todo Musk. —Sí. Hay una combinación entre la tecnología de punta y una figura muy arcaica de Occidente, que era el patriarca salvador de la humanidad. Un mesías que también tiene características de profeta. Y es lo que vuelve tan personalista a estas narrativas enfocadas en hombres, en una época de crisis absoluta de las narrativas democráticas occidentales: el patriarca y profeta que va a salvar a la humanidad. Este tiempo de derrumbe de todo tipo de creencias y convicciones ideológicas, hace que las personas adhieran tanto a esas ideas como a las figuras que las encarnan. Elon Musk cuando fungía como funcionario de un área del flamante gobierno de Trump: el "Departamento de Eficiencia Gubernamental", D.O.G.E. sus siglas en inglés (Foto: REUTERS/Nathan Howard/Archivo) —¿Entonces ahora la ciencia ficción tiene un “prestigio” que, digamos, no tenía en consonancia con una gran popularidad, hace 40 o 50 años? —Creo que hubo un cambio. Es un género que surge de forma popular en revistas que se vendían en los puestos de diarios e impreso con pulpa, con formatos muy estereotipados de aventuras, del espacio, de gadgets. Pero ahora vivimos una época en donde el gran motor narrativo y mitológico del capitalismo es la tecnología. En el libro también juego con esta idea de que la ciencia ficción no es literatura y que por ahí sigue sin serlo. Pero es la filosofía política de nuestro tiempo, porque es un discurso que permite entender otra perspectiva. Los desafíos del presente están completamente marcados por por la experiencia tecnológica. —¿Y cuál fue el primer libro de ciencia ficción que leíste o cuál fue el que más te impactó al momento en que te formabas como lector? —Si bien había leído alguna que otra cosa antes, quien me impactó muchísimo fue Philip K. Dick, porque encontré en su obra muchas temáticas que también estaban en Borges, como la diferencia entre un simulacro y la realidad de los problemas temporales. Un montón de cuestiones metafísicas que en Borges son juegos filosóficos, están muy puestas en un contexto de hiper capitalismo extremo. Se plantean universos de desamparo absoluto del Estado frente al poder de las grandes corporaciones. Yo sentía que dialogaba muy bien con el presente argentino. En mi caso, mi infancia fue durante durante el neoliberalismo menemista y y encontraba que había una conexión no solo con la literatura de Borges sino con la realidad argentina. Y encontré a través de ese género, una manera de tratar de entender la realidad de nuestro país. Philip K. Dick (1928-1982), el autor que abrió las puertas de la ciencia ficción a Michel Nieva —En ese sentido, tu novela La infancia del mundo trae esa narrativa de ciencia ficción (que siempre estaba relacionada al primer mundo) a un escenario bien argentino. ¿Por qué? —La ciencia ficción latinoamericana siempre fue marginada. Tengo amigos escritores de 20 años más que yo, que me cuentan que ponían sus libros en las secciones de “ciencia ficción” y que los lectores decían “Si es latinoamericano y de ciencia ficción tiene que estar en la categoría de ‘literatura latinoamericana’” Muchos fenómenos cambiaron esa cuestión. El cambio climático o los virus le han dado un estatus planetario al pensamiento del futuro. Hay inundaciones en Bahía Blanca como también hay en India o incendios en Estados Unidos. Hay un montón de experiencias de carácter planetario que ya no permiten esa distinción. De todas formas, también creo que es importante tener en cuenta que no es que no tenemos un acceso inferior a la tecnología, sino que es distinto. En mi literatura me interesa reivindicar, mostrar cómo hay experiencias tecnológicas de Sudamérica que son muy distintas a las de otros países. Por ejemplo con las falsificaciones, que es un tema que aparece en La infancia del mundo. O cómo la tecnología es puesta al servicio de la represión política. O la extracción de recursos naturales. Y pensar cómo se pueden desarrollar tecnologías desde una idiosincrasia sudamericana. La expansión del telégrafo fue importante para las comunicaciones en la conquista del desierto: circa 1876 en el Fortín Primera División (Foto: Archivo General de la Nación) —En tu libro de ensayos Tecnología y barbarie, hay uno que hablar de la literatura argentina con “la pampa” como paisaje e inspiración para nuestra conformación como nación ¿De dónde viene esa idea? Andrés Di Tella ha hecho una gran película sobre más o menos el mismo tema... Y vos avanzas sobre el canon literario argentino. —Siempre me interesó el ensayo como género. Y también por los escritores argentinos que me gustaban, como Borges, que creo que impone un canon de que para escribir literatura en Argentina no solo hay que escribirla, sino generar las condiciones de lectura para esos textos que sean entendidos. Y después se repite un poco esa figura. César Aira, Piglia, Saer son escritores que repiten esta cuestión de que hay que escribir ficción y no ficción que participe de ese proyecto literario. A mí me gusta pensar mi escritura ensayística (como yo la llamo “ciencia no ficción”). El primer ensayo que publiqué fue porque me invitaron a dar una conferencia en Rafaela sobre Cyberpunk. Me invitaron porque había publicado una novela de “cyberpunk gauchesco”. Entonces, como procedimiento alternativo, en vez de decir que no existe el cyberpunk argentino, propuse que el origen de la literatura argentina es cyberpunk. Y también es el germen de Tecnología y barbarie. Ahí pienso como a partir de “civilización o barbarie”, que es fundacional en la configuración del país, y en el festejo de la tecnología que se funda en las grandes matanzas, como fue la conquista del desierto o o la desaparición de 30 mil personas durante la dictadura. Antes o después, las tecnologías se importaron con el pretexto de la civilización y para configurar una matriz agroproductiva: el alambre de púa, el fusil Remington, el telégrafo, la picana para el ganado. Después esas fueron las tecnologías que se usaron para la violencia política, tanto para el genocidio indígena como en la última dictadura militar. El ensayo conecta eso: cómo el cyberpunk, que es un género que propone que la tecnología no va a mejorar la vida, sino empeorarla;sirve como óptica para entender esa relación que Argentina tiene con la tecnología que se importó en el siglo 19. [Fotos: Gustavo Gavotti]

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