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» El litoral Corrientes
Fecha: 22/06/2025 04:13
Por Enrique Eduardo Galiana Moglia Ediciones Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas” “Homenaje a la memoria urbana” Octava parte n Que los correntinos tenemos historias tenebrosas no hay ninguna duda, la costumbre de matarnos entre nosotros para que algunos vivos aprovechen es una lección que viene de acullá. Todo el territorio está sembrado sangre, peleando contra otros foráneos o para entretenernos entre familiares cercanos. En Saladas en el siglo XIX allá por 1890 al país se le ocurrió entrar en quiebra, las especulaciones estaban a la orden del día, los billetes de bancos, las acciones se convirtieron en papeles sin valor, en suma una catástrofe financiera. La política veía con asombro el cambio de camisetas y color a una velocidad increíble, unos se consideraban moralistas, los otros también, todos en definitiva eran buenos muchachos. Los grandes dirigentes se ponían de acuerdo pero su gente hacía lo que le parecía conveniente. Los antiguos vecinos de San José de las Lagunas Saladas o Aladas cuentan y repiten de generación en generación que en ciertas noches, ven pasar a un pobre hombre con cabeza casi separada del cuerpo; otros agregan más cualidades y así el fantasma adquiere mayor dimensión por la acumulación de decires. La cosa se puso seria cuando un clérigo saladeño volvía una noche a la iglesia y se encontró de frente con el espectro. Por más sacerdote que fuera se arrugó por el susto, lanzó una batería de oraciones, promesas, besó el crucifijo ante la mirada atónita del hombre degollado del más allá. El cura se recompuso y pidió a su superior que intercediera por el alma en pena que recorre el pueblo buscando justicia, que no tuvo. El espíritu boyante se apiadó del pobre hombre, con palabras que salían del fondo de las penurias explicó quién era, qué quería; no es mucho expresó: “Sólo que de vez en cuando se me cite en la misa como a mis compañeros de infortunio, en la Masacre de Saladas”. El interpelado aterrado, paralizado y frío, como pudo contestó con voz trémula: “Sí señor…” El habitante del supra o inframundo articuló: “Soy el maestro degollado en la Masacre de Saladas”. En ese momento desapareció tal como vino, de la nada hacia la nada. El pobre cura no tenía idea de lo que le había dicho. Recurrió entonces a los arandú del pueblo, “¿Qué es la Masacre de Saladas?”, interrogó. Los requeridos se miraron entre sí, contestaron con la historia sangrienta de ese día o días. “Mire padre, por desencuentros políticos los autonomistas entraron desde Be-lla Vista por el Anguá, la gente mostraba el color rojo en sus pañuelos, vestidos para evitar el saqueo o la muerte. Pero el Señor de la Muerte venía en un tren expreso desde Corrientes, en el ferrocarril Nordeste Argentino. Esa gente venía enfurecida, como a muchos, algunos sobrevivieron, sacaron al viejo maestro de escuela Nicasio Saturnino Amarilla. La familia gritaba, pataleaba, el hombre que recibió de entrada golpes y patadas, estaba acusado de ser posiblemente el más inteligente, era muy querido en el pueblo. Cuando llegó al sitio en que se acuartelaron los gubernamentales (mandados por el Gobernador Ruiz) fue recibido sin ton ni son a balazos, ni había terminado de caer el docente anciano, se abalanzaron sobre él los asesinos para meterles puñaladas de todo tipo. El pobre hombre hocicaba buscando algo de la vida que tenía, se le escapaba por las heridas con su sangre, no terminó allí. Un tal Llano ordenó “degüéllenlo” saltando sobre el cuerpo casi inerte del maestro, lo degolló limpiamente, su cabeza quedó casi colgando, la risa de los asesinos hasta hoy parece sonar entre los esteros y lagunas de la zona. El cuerpo pegaba brincos en el pasaje a la eternidad, partió en muerte más que violenta, violentísima”. El sacerdote con mucha tristeza terminó de escuchar los desastres de unos y otros, aunque su deuda y empeño era con el maestro degollado que le apareció, dio su palabra. El domingo habló de los hombres justos y de las muertes injustas. En la primera parte de su sermón nombró a don Claudio Marín, el que ayudó a los heridos, a la señora Dolores Fernández que ofreció y puso su casa para atender heridos, sin preguntar a qué bando pertenecían, Pedro Galarza herido ayudaba a sus cherapichás (hermanos, amigos), un justo también fue un tal Lino Benítez que dio escape a un condenado Castor Rodríguez. Luego habló de los muertos de ambos bandos, puso énfasis en el viejo maestro Nicasio Saturnino Amarilla, se cuidó muy bien en decir que se le presentó una noche. La concurrencia sabía bien de má kó, que el alma vagabunda del otro plano se les apareció a muchos, por eso guardaron silencio al ver al sacerdote rezando por él, sabían de antemano que le salió al cruce con la cabeza casi colgando de un pedazo de carne, esa era la horrible figura del fantasma del maestro saladeño. Otros afirman que los muertos de ambos bandos suelen aparecer, se cuidan mucho de decirlo, el miedo atroz lo llevan adentro, rezan en sus casas, encienden velas por las almas de los difuntos sin preocuparse qué día es, las ánimas en pena que tuvieron muertes violentas no quieren pasar a su destino final, pretenden vengarse pero sus ver-dugos hace rato que omanó kó (murieron), tendrían que cruzar el portal y buscarles allí.
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