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  • La democracia digiere un hecho inédito: Cristina condenada y presa

    Gualeguaychu » El Dia

    Fecha: 21/06/2025 21:10

    La historia no es una foto, es una película que tiene su propia dinámica: acelerada, más lenta; a veces, eterna; otras, impactante. Es algo de lo que está pasando en Argentina donde transitamos caminos nunca recorridos. Que un expresidente constitucional, elegido por el voto popular, deba purgar una condena judicial por corrupción, al menos para las nuevas generaciones es inédito. Y en ese camino la historia se va abriendo paso cargada de pasiones, de opiniones furibundas, de amenazas incumplidas y de promesas vacías. Lo real es que Cristina Fernández de Kirchner, durante años la mujer más poderosa de la Argentina, llegó a un límite: condena firme, prisión domicilia y tobillera electrónica, más la inhabilitación perpetua para el ejercicio de cargos públicos. La noticia sola causa conmoción para un país acostumbrado a romper las reglas, ignorarlas, mirar para otro lado y justificar siempre su incumplimiento. Como todo se ha reducido a una cuestión de fe, están los que “creen” y los que “no creen”, pero el fallo judicial, respaldado por casi una veintena de jueces y fiscales está ahí, y no puede ser ignorado. Es la realidad con la que se chocó Cristina, inexorable. Sin tener en cuenta otras causas judiciales en la que ella y sus propios hijos tienen incluso un grado de compromiso mayor y también podrían ser condenados. La cuestión es cómo el sistema, que ya lo hizo, y ahora la sociedad digieren semejante proceso. En eso estamos. El miércoles hubo una marcha multitudinaria que salió a respaldar a la expresidenta, a rechazar la condena y avisar que van a organizarse para “volver” como les notificó Cristina desde su departamento en Constitución. Es un proceso que de justicia no tiene, pero de político tiene mucho. ¿Por qué? Porque el peronismo está asimilando el impacto de ver cómo su principal líder quedó fuera de la cancha, ya no podrá ser candidata y hasta donde ella está dispuesta a tomarlo como rehén. Tiene dos caminos: o se recluye en su condena, dejando que Kicillof y los que estén dispuestos se hagan cargo de los nuevos tiempos o se resiste y alambra su poder, marcándole el ritmo a los que la quieren jubilar. Con o sin candidatura, su influencia seguirá existiendo. Es sólo ella la que la puede acotar. Disminuido, golpeado, abollado, sigue siendo un liderazgo profundo que, abiertamente, nadie se atreve a cuestionar. Ese desierto en búsqueda de nuevos estilos es el que el peronismo deberá atravesar si quiere volver como proclama Cristina. Sin ella, claro, porque ya no le alcanza para ganar una elección, aunque sí para hacer que los demás pierdan. Hay en la reacción kirchnerista a la ratificación de la condena algo cierto: el estado de sospecha. Pero en ese lugar se colocó sola la justicia, uno de los poderes del Estado que pide a gritos reformas, transparencia e independencia de los gobiernos de turno. Por supuesto que el kirchnerismo hizo lo suyo en las últimas décadas, pero nadie está exento de culpa. Es otra de las grandes reformas que el sistema tiene pendiente y parece ser la más dura de todas. Milei habló el jueves y utilizó una metáfora futbolística para despedir a Cristina: “Fue un partido homenaje”, ironizó. No es lo que deseaba. La Libertad Avanza quería confrontar con ella, ponerla del otro lado y acicatear en la grieta. Una y otra vez. En la vasta e impenetrable provincia de Buenos Aires donde se yergue el último bastión K, pero la Corte se apuró y el Gobierno quedó pedaleando en el aire. ¿Cambiará demasiado la ecuación sin Cristina candidata? Quizás lo sea Máximo, o el peronismo unido fruto de la movida judicial. Eso también está por verse, aunque la intensidad de la pelea no será la misma. Es otro camino que hay que recorrer para saber hasta dónde la sombra de la expresidenta se proyectará sobre el resto de los candidatos. La democracia argentina, playita y joven en muchos aspectos, está atravesando uno de los desafíos más grandes: digerir que uno de sus integrantes, omnipoderoso durante muchos años, vaya preso con condena firme y nunca más pueda volver a la función pública. Nunca pasó. Cristina no fue condenada por mala praxis, por ser progresista o por haber estatizado malamente YPF (que todavía lo estamos pagando). Fue condenada por quedarse, a través de un sistema montado para eso, con dinero de los argentinos. La mística K afirma que le hacen pagar porque se atrevió a enfrentar a las corporaciones (Clarín y Magnetto, los empresarios, los jueces y una larga lista de enemigos) y que es un pase de facturas. Los argumentos forman parte del basamento ideológico que se sustentó con el relato de los Kirchner en el poder. Para hacer política, sostienen algunos, hay que tener plata. Todo vale pues. Ayer, en el Día de la Bandera, el prócer Manuel Belgrano nos recordó a todos, desde su Olimpo, que la grandeza de los pueblos se construye con ideas, honestidad y valores. Igual a los que vemos hoy ¿no?

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