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» Elterritorio
Fecha: 21/06/2025 16:53
Madre del Festival del Litoral y de la Escuela Municipal de Danzas, Nora Urdinola (84) es una institución dentro de Misiones de la que se enamoró de adolescente y a la que dedicó toda su vida profesional. Amores, pasiones y anécdotas sábado 21 de junio de 2025 | 8:00hs. Nora recuerda sus vivencias son una sonrisa y sin arrepentimientos. Foto: Guadalupe de Sousa Es una tarde lluviosa en Posadas y en la casa de Nora Urdinola afloran los recuerdos que todavía se sienten vívidos. Aquella noche de 1962 en el escenario del Festival de Cosquín donde sujeta a su mellizo Eduardo bailó Misionerita y juntos asombraron a un público que se desgastó las manos aplaudiéndolos de pie. La vuelta a Misiones y una conversación con Lucas Braulio Areco sobre su congoja por la ausencia de la música del Litoral en aquel celebrado escenario. Los amores, su gran amor que no es otro que la danza, las llamadas a los primeros artistas que actuaron en el primer Festival del Litoral sin recibir un centavo, la pasión y la herencia cultural que 62 años después sigue perdurando. Nora Urdinola es ya una institución, fundadora del festival misionero junto con el recordado maestro Ricardo Ojeda, recién ahora es consciente del legado que deja a este rojizo terruño que le tiñó los pies porteños en su llegada adolescente. Con seriedad, declara que así como se puede cambiar de nacionalidad, debería poder hacerse lo mismo con la provincianía. Su cuerpo de 84 años fue perdiendo la soltura de la bailarina joven que fue. Profesión que en parte le trajo los achaques en la rodilla y la columna que sufre en la actualidad, pero no se arrepiente de nada y, perspicaz, señala en un rincón a sus compañeros de baile en la vejez: el bastón, el trípode y el andador. En esta, la última entrevista que concederá “porque todo tiene principio y fin y han surgido nuevas personalidades a las que hay que darles oportunidades”, lo hace con El Territorio que fue el primero que le hizo una nota hace más de seis décadas. ¿Cómo se convirtió la danza en uno de los amores de tu vida? En “el” amor de mi vida. Nací en Buenos Aires, por eso el shesheo, que nunca me lo pude sacar. Mi papá era funcionario de banco y lo trasladaron a Cruz del Eje, Córdoba en 1949. Allá no había agua corriente y me enfermo de tifus, los médicos no daban en la tecla. Entre ellos estaba el doctor Arturo Umberto Illia -luego presidente de la Nación- y fue él quien me salvó la vida. Pasé 40 días en cama y como vivía a dos cuadras de mi casa, iba a verme todos los días, lo recuerdo con mucho cariño y por eso me hice radical. Un día iba a actuar Margarita Palacios, que era una cantora y bailarina catamarqueña que estaba muy de moda, y fuimos a verla al Tenis Club con mi familia. Fue toda una institución en la historia del folclore argentino y hoy ya está olvidada. Yo tenía 9 años y quedé fascinada al verla bailar, cuando salimos le digo a mis papás que quería ser como ella cuando sea grande, que yo quería bailar. Mi madre me dice que para eso había que estudiar y así empezó todo. Así comenzó a tomar clases de danzas folclóricas y lo siguió haciendo en cada nuevo destino dentro del país que le daban a su padre por su rol de gerente de banco. Estudió en Mendoza, en Jujuy, en Buenos Aires, donde obtuvo su título en el Instituto Fontova, y en Misiones desarrolló su carrera. ¿Recordás ese día en que llegaste a Posadas? Llegamos un 19 de marzo con los chivatos ya florecidos. Tendría ya unos 18 años y vinimos en hidroavión, el viaje duraba poco más de cuatro horas. Para subir al hidro te subían a una lancha y te trasladaban hasta el avión que estaba esperando en el medio del Río de la Plata. Llegamos y estaba todo verde, todo florecido, hacía calor, la tierra roja, el río Paraná. Era una maravilla, soñado, me dije que este era mi lugar y así fue. Éramos seis hermanos, así que el banco tenía que buscar una casa grande para nosotros, y nos alquiló una casa en Ayacucho 218, enfrente vivía la familia Larumbe y fue con Carmen que fundamos nuestra primera academia de danzas. Las calles del centro en esa época eran de tierra y para ir a las peñas que se hacían en la Peña Itapúa o en el Palacio del Mate llevábamos nuestros tacos en una bolsita para cambiarlos cuando llegábamos. El primer lugar donde diste clases fue en un garaje. Como Carmen Larumbe vivía enfrente y era profesora de danzas españolas y clásicas, hablamos de poner una academia. Pensamos en mi casa porque había espacio, pero papá no quiso saber nada. Doña Silvia Bonetto de Giménez, que era profe de geografía, nos cede su garaje que tenía desocupado. Ahí algunos días daba yo clases de folclore y otros días Carmen de clásico y español. Empezamos a tener cada vez más alumnos y el garaje nos quedaba chico, en el 61 empiezo a trabajar en la Municipalidad, don Raúl Zapelli fue nombrado intendente y era un amigo de la familia. Quería que sea su secretaria y papá me mandó a estudiar dactilografía. Gracias a eso tuve la oportunidad de crear la Escuela Municipal de Danzas en el Palacio del Mate, dando clases a los hijos de los empleados municipales. Se lleno de chicos. Cuando se reformó la vieja terminal de ómnibus, se mudó a ese espacio y está hermosa ahora. Di varios años clases ahí y no seguí, lo voy a decir, porque el gobierno peronista me echó de los trabajos porque yo no lo era. ¿Sos consciente del legado cultural que estás dejando con el Festival del Litoral? Recién ahora, de grande. Cuando podía salir a caminar que la gente me reconocía en la calle. Creo que siempre me quedó la esperanza de que iba a mejorar, pero fui empeorando. Con el festival tengo conciencia de que lo que hicimos fue muy importante. Cuando fuimos a Cosquín la gente no paraba de aplaudir y nos hicieron repetir la presentación, la orquesta folclórica al mando del maestro Ojeda se lució. Fue el número no profesional más aplaudido. Había el sentido de que no se escuchaba chamamé en el escenario, a la orquesta no sabían cómo clasificarla y le dieron una mención especial porque era un lujo, por su calidad. Cuando volvimos lo fuimos a ver a Lucas Braulio Areco, le llevamos el reconocimiento que nos dieron porque él era el director de Cultura de ese entonces. Cuando le planteamos la idea del festival, nos dijo que eso costaba mucho dinero y que no había. Pero lo pudimos hacer, llamaba a los artistas y les hacía la invitación, les pagábamos sólo el pasaje en colectivo o en tren y la estadía en hostales o casas de familia. ¿Recordás la última vez que pudiste bailar? Me provoca mucha angustia saber que hace muchos años que dejé la danza. Me preocupa mucho más, pero no por una cuestión de egocentrismo, que hay mucha gente que vino a pedirme ayuda y siempre he ayudado a la gente joven. Pero me sentí usado porque después de que lograron sacar su nombre en el diario, nunca más se acordaron de Nora Urdinola. Me sentí usado por mucha gente y eso me dolió porque las cosas se alcanzan por mérito propio. Nunca le pedí a la política nada, absolutamente nada, ni siquiera un cargo. La gente joven cree que el triunfo se logra cuando sale su nombre una vez en el diario, pero nunca los vi haciendo nada, nunca me enteré que estuviesen bailando en un hospital como lo hacíamos nosotros, íbamos a bailar al leprosario, a la cárcel, a los asilos y eso la gente no lo olvida. Lo olvidan los jóvenes de ahora que están “en la movida” y ese duele, ni se acuerdan de que existe. Perfil Nora Urdinola Ex profesora de danzas y bailarina. Nora Urdinola nació en Buenos Aires, pero adoptó a Misiones como su tierra desde que la pisó por primera vez a los 18 años. Por el trabajo de su padre recorrió varios puntos del país y en todos ellos estudiaron danzas. Con 20 años fundó su primera academia en Posadas junto a Carmen Larumbe. Fue una de las impulsoras del Festival del Litoral y la fundadora de la Escuela Municipal de Danzas. “Si vos no empezás por las raíces, por dónde vas a empezar”, sostiene Nora que en los tiempos en que sus piernas eran de roble se caminaba las picadas y pasaba días en las comunidades mbya para conocer cómo vivían, su música y para llevarles un poco de salud. Nora es desapegada de lo material, en su casa le quedan algunas cosas -que ya tienen dueño luego de que su corporalidad ya no existe- y otras ya las regaló, entre ellas su material de estudio y libros folclóricos. Una gata peluda y gris es su compañía diaria y su guía. Una parte de su vida fue inspectora general de Etam, una casa de ropa, con la que recorrió el país entero y pudo conocer las Islas Malvinas un año antes de que estallara la guerra. Una foto de ese momento decora un gran mueble de su casa y tiene recuerdos muy gratos de los habitantes de la isla que la acogieron como una más. ¿Tus papás cómo eran? Mamá se llamaba Lía y papá Jorge. Se separaron de grandes ellos, pero era algo que lo veíamos venir porque mamá era mamá gallina y papá era un hombre que tenía su libertad. En las cenas sociales, si no había alguien que nos cuide, mamá no nos dejaba solos y él se iba. Mi papá era el típico niño mimado porque era el único hijo varón en una familia donde había cinco mujeres, nunca le faltó nada. Siempre andaba suelto y nunca faltaba alguien que dijera “mirá, el gerente del banco anda solo y la estúpida de la mujer en la casa cuidando a los hijos”. Hacía de las suyas, le descubrí una amante y se lo dije, me acerqué a saludarlo, no le perdono eso. ¿Sabes cómo nos avisó que separaba? Por una carta donde nos comunicaba que se separaba de mamá porque se quedaba en Salta, donde había conocido a la mujer de su vida. ¿Te interesó en algún momento formar una familia propia? Tuve oportunidades de formar una familia, pero mis trabajos eran tan insólitos. Sin embargo, no terminé enemistada con las parejas que tuve. Los hijos de Hugo, un novio que tuve, hasta el día de hoy me escriben. Con Miguel Ángel, un señor muy buen mozo, a él le dije que no me quería casar, pero hasta ahora seguimos hablando. Él se volvió a casar, formó su familia, tuvo hijos. Él y su esposa Manola me invitan a su casa de Córdoba todos los años, este año no pude ir por mis problemas de salud. ¿Hiciste todo lo que querías o te quedó alguna cuenta pendiente? Me faltó tener un hijo. Me tuvieron que operar de los ovarios, tenía un cáncer y quedó imposibilitada de tener hijos. No quise adoptar porque justo una amiga casada había adoptado, el chico se crió en una guardería porque los dos trabajaban. Yo estaba todo el día afuera laburando y sola no iba a poder, dejé pasar y después tomé la determinación de que no era para mí, aunque los chicos me apasionaban. Dios decide lo que quiere hacer con tu vida. Pero me dio el gusto de hacer de todo, menos drogarme. Empecé a fumar a los 25 o 30 años recién. También fui locutora, no le perdoné nada a la vida (se ríe), en TV Canal 2, el primer canal que hubo aquí, estaba al lado de mi casa. Algunas fotos en blanco y negro adornan un gran mueble. La figura de sus padres, algún tío al que quiso mucho, grupos de amigas que fueron su refugio, Raúl Alfonsín, una fotografía junto a Ernesto Sábato, al que frecuentaba porque era amigo de su padre, varias fotos de su idolatrado perro caniche Amancio, reconocimientos varios de su carrera y el afiche de aquel primer Festival del Litoral de noviembre del 1963. Nora sonríe y recuerda con vehemencia, como no queriendo que se le escapen esos suspiros de vida que la hicieron tan feliz y ser quién es hoy.
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