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Concordia » Diario Junio
Fecha: 20/06/2025 19:06
Siempre he sostenido que las guerras, sean justas, necesarias o evitables, son un retroceso civilizatorio, porque siempre destruir es mucho más fácil que construir. Y mientras más guerras haya, las consecuencias no las padecen los líderes que las originan, ni las clases que los representan. Las falsas ideas mesiánicas, ultranacionalistas y supremacistas, en cualquier época, han envuelto al mundo en un mar de confusión, desigualdad y pobreza. Esta nueva y «vieja» guerra entre el Estado de Israel y la República de Irán tiene antecedentes que no legitiman de ninguna manera una escalada bélica que tiene fecha de comienzo pero no de finalización. Tanto es así que hemos llegado a un estado de cosas que hace casi imposible cualquier intento de negociación en busca de una paz estable y sostenida en el tiempo. Por ejemplo, la OTAN quiere sostener la guerra en Ucrania contra Rusia hasta por lo menos el 2030, para finalmente estar preparados para luchar contra Rusia, condenando a los pueblos europeos a una aniquilación masiva. Es que son tan mediocres y fundamentalistas las élites europeas, que no han comprendido que Europa ya ha entrado en un período de decadencia y que ha quedado abandonada por Washington en el diseño del nuevo orden mundial que se avecina. Volviendo al conflicto Israel-Irán, este ha entrado en una fase cuasi terminal a partir del ataque de Israel en forma sorpresiva, cuando el mitómano de Donald Trump les hizo creer a los iraníes que el límite de espera era el domingo siguiente. Como hizo siempre, Israel atacó a Irán a través de asesinatos selectivos de la cúpula militar iraní, ciberataques y enfrentamientos indirectos, con aviones apoyados por EE. UU. en el abastecimiento de combustible en el aire, porque la autonomía de los cazas israelíes no les daba para regresar a la base. Además, se atacaron centros nucleares, lo cual está prohibido por la Convención de Ginebra y por la Organización de Control y Regulación Nuclear, al mando del argentino Rafael Grossi, quien cedió los planos de la infraestructura iraní para que fueran un objetivo de ataque. Lo que no imaginó nunca la plana mayor de Israel fue que Irán respondiera con una contundencia tal que dejó a la famosa «Cúpula de Hierro» de Israel en una antigua máquina inútil para las necesidades estratégicas de defensa, demoliendo el mito de infalibilidad. Ya que si había servido en años anteriores, no pudo, aún con la ayuda de EE. UU., evitar que los misiles de nueva generación de los iraníes, con una velocidad de más de 10 mach, pulverizaran muchos centros neurálgicos de Israel, incluso el edificio central del Mossad, el famoso servicio secreto hebreo. Además de mucha población civil que ellos mismos llaman «daños colaterales». Ahora bien, ha llegado la hora de las decisiones difíciles. Israel clama a EE. UU. para que se sume a la guerra activa, ya que encubiertamente está moviendo sus fuerzas operativas por tierra, mar y aire para lo que sería el «zarpazo final» contra Irán. Pero Trump duda, a pesar de las presiones de los 81 legisladores del Congreso que tienen doble nacionalidad. Por una parte, está la declaración de Rusia y China, que han manifestado su apoyo a Irán, a la que se sumó Pakistán, que tiene armas nucleares, junto con los hutíes de Yemen y Hezbolá, que cuenta con misiles estratégicos. Además, Donald piensa si en esta aventura no pone en peligro las elecciones del año que viene; que de perderlas, tendríamos el síndrome del «pato rengo», o sea, gobernar sin poder legislativo. No obstante, no hay que olvidar que tanto Trump como Netanyahu han declarado que lo que también buscan es un cambio de «régimen», destituyendo o asesinando al Ayatolá Jameneí (los dos lo declararon). Lo que desataría una reacción descontrolada. El objetivo de largo plazo de EE. UU. en Medio Oriente es fragmentar a los países más pequeños en entidades débiles que no puedan actuar independientemente y que estén gobernadas por fuerzas proestadounidenses. Esta motivación proviene de la naturaleza del capitalismo global y su necesidad de supervivencia mediante el imperialismo. El ataque a las instalaciones energéticas responde al objetivo de debilitar al gobierno y a la sociedad, y en determinado momento realizar lo que se hizo en Ucrania en 2014, en lo que se llamó el Euromaidán, con un golpe de Estado donde tomó el poder el «payaso» Zelensky para atacar a Rusia apoyado por EE. UU. y la OTAN. Así les fue. Lo mismo hicieron en Irak y en Siria. Pero el nivel del poderío misilístico de Irán hace dudar de los pasos a dar, porque —como ya se comprobó en los últimos días—, en cuanto al poder destructivo, quienes sufrirían las consecuencias serían el pueblo israelí, que ha quedado atrapado en manos de fanáticos de una ilusión mesiánica. No basta con mostrar una escena de un hospital israelí víctima de un misil que fue a dar a metros de una base judía, con víctimas inocentes. Es cierto. Pero se ocultan casi 40 hospitales bombardeados en Gaza, con cuerpos infantiles desnutridos y destrozados. Es que esta es una guerra que tiene a las «narrativas» y medios de comunicación dominados por las corporaciones, y ni qué decir de la censura explícita a la libertad de expresión. Pareciera que la humanidad está regida por entes insensibles empecinados en retrotraernos a la Edad de Piedra. Y que la evolución tecnológica ha crecido en forma inversamente proporcional a la evolución humana. El «hombre» actual no logra separarse de su origen animal, para poder lograr el certificado de «un ser humano» de verdad.
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