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  • De la gaita a la guitarra

    » Diario Cordoba

    Fecha: 19/06/2025 08:07

    Entre los muchos actos culturales que se celebran estos días en que todo parece precipitarse ante la llegada del paréntesis estival, me ha sorprendido, por su mezcla de sobriedad nostálgica y alegría, el Día de las Letras Gallegas. Tuvo lugar en esta ciudad el pasado viernes, con retraso en cuanto a su fecha habitual desde que la Real Academia Gallega lo instituyó el 17 de mayo de 1963 para conmemorar otro día igual, pero de un siglo antes, aquél que marcaría el renacimiento de la cultura en esa lengua al publicarse el primer ejemplar de los Cantares gallegos de Rosalía de Castro, adoptada como «patrona laica» de la Academia galaica como Góngora lo es de la cordobesa. El acto, serio y festivo a la vez, como suelen ser los gallegos (el tópico de indefinidos puede casi tanto como su fama de hospitalarios), se celebró en la capilla barroca del instituto de las Tendillas, seguido luego de un sabroso epílogo gastronómico en la Casa de Galicia, organizadora del evento. Acudí a él por casualidad, invitada por unos amigos que son socios desde la fundación en 1986 de esta especie de embajada de la galleguidad, íntimamente enraizada en la sociedad cordobesa. Tanto que constituye un armónico cóctel Norte-Sur de saberes y sabores, que se refleja en la convivencia bien avenida de las diferentes costumbres y hasta en sus miembros, mitad de allí y mitad de aquí. La cita fue de lo más completa y equilibrada, un ejercicio de fusión cultural en toda regla. Desde los versos de Lorca que acompañaron la salutación, seguida de un breve recital de piano a cuatro manos (las de María Jesús Monedero y Alberto Rubio interpretando a Mozart), a la conferencia en gallego con algunas gotas de castellano debida a la escritora coruñesa Rosalía Morlán. Esta poeta y dramaturga se extendió sobre «as cantareiras y pandereteiras», mujeres humildes del campo transmisoras de la tradición oral a través del canto y la pandereta, a las que se rendía homenaje. Pero lo realmente memorable vino al final (aunque no tanto, porque duró más de una hora) y fue la actuación del cantautor y productor orensano Antonio Luz, «un gallego con alma andaluza», como él mismo se define. En su búsqueda de nuevos sonidos combinando distintos lenguajes musicales, Luz dejó apabullado al público con su voz potente y un muy personal estilo que funde sones galaicos y flamencos, valiéndose lo mismo de la guitarra que de la gaita, la flauta o lo que sea. No pudo escoger la Casa de Galicia en Córdoba, presidida actualmente por la dinámica Rosa Outeiriño, mejor fin de fiesta para un curso, como todos según cuenta, lleno de actividades. Ya no publican la revista Airiños, donde ese objetivo de traer aires con reminiscencias celtas a la orilla del Guadalquivir tomaba carta de naturaleza escrita, y el grupo de danza y gaita que llegó a tener treinta componentes desapareció, pero cuentan con el Coro Martín Códax, de amplio repertorio en el que destaca la polifonía popular. Impulsan la asociación Amigos del Camino de Santiago y mantienen el Premio de Poesía Rosalía de Castro, patrocinado por la Xunta y la Diputación cordobesa, que está dotado con 3.000 euros y la publicación de la obra. No faltan tampoco las citas lúdicas, como el Magosto del 11 de noviembre, fiesta de San Martín, que en el Noroeste celebran con bailes y hogueras para asar castañas a modo de bienvenida al otoño, o el encuentro en la Feria de Nuestra Señora de la Salud. Pero sobre todo la Casa de Galicia dispone de una envidiable sede -ya la quisiera nuestra Academia, alma errante por la ruina de la suya- adquirida en 1990 frente a la iglesia de San Pedro. Un nido confortable de amistad y rica convivencia entre las dos culturas, mucho más cercanas de lo que parece. *Periodista

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