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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 18/06/2025 12:35
La planta nuclear de Fordow, ubicada bajo una montaña cerca de Qom, es el enclave más inaccesible del programa atómico iraní (Maxar Technologies/REUTERS/ARCHIVO) A unos 90 kilómetros al suroeste de Teherán, cerca de la ciudad santa de Qom, yaciendo bajo una montaña endurecida por siglos de presión geológica, se encuentra Fordow, la planta de enriquecimiento de uranio más inaccesible del programa nuclear iraní. Enterrada a ochenta metros de profundidad, protegida por roca sólida y capas de concreto armado, es la pieza más difícil del rompecabezas atómico de Irán. Para los estrategas israelíes, es el Monte del Destino: inalcanzable sin ayuda externa, infranqueable sin un arma diseñada para perforar la tierra. Para los iraníes, es el núcleo de una estrategia de supervivencia. Fordow no está diseñada para la diplomacia. Fue pensada para resistir. Escondida durante años, su existencia fue revelada en 2009 por una declaración conjunta de Estados Unidos, Reino Unido y Francia que acusó a Irán de construir en secreto una instalación “incompatible con fines pacíficos”. La condena internacional fue inmediata. Rusia expresó una rara crítica. China lanzó una advertencia. Pero Teherán se mantuvo firme. “Lo que hicimos fue completamente legal”, dijo en su momento el presidente Mahmud Ahmadinejad. “¿Qué les importa decirnos qué hacer?” La planta de Fordow fue construida durante el régimen de Iran Ahmadinejad en Irán (AP/ARCHIVO) Durante el acuerdo nuclear de 2015 —el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA)— Irán se comprometió a reconvertir la planta en un centro de investigación, limitar el número de centrifugadoras operativas, suspender el enriquecimiento de uranio por 15 años y permitir una mayor supervisión internacional. Pero cuando Estados Unidos se retiró del pacto en 2018 bajo la presidencia de Donald Trump, el equilibrio se rompió. Irán retomó sus actividades. Y Fordow volvió a girar. Después de un ataque contra la planta de Natanz en 2021, que Teherán atribuyó a Israel, Irán aceleró sus operaciones en Fordow. Las centrifugadoras comenzaron a enriquecer uranio al 60 %, un nivel muy por encima del umbral permitido para fines civiles y próximo a la pureza necesaria para fabricar armas nucleares. Según el Instituto de Ciencia y Seguridad Internacional (ISIS), Fordow podría producir 25 kilogramos de uranio apto para armas en apenas dos o tres días. Y con el stock total de uranio altamente enriquecido —estimado en más de 400 kilogramos por el OIEA en mayo— Irán podría fabricar suficiente material para nueve armas nucleares en tan solo tres semanas. Defensas antiaéreas Pero Fordow no es solo una cifra en una hoja de cálculo atómico. Es un diseño profundamente defensivo. Sus salas de centrifugación, selladas en el interior de la montaña, fueron concebidas para resistir un ataque aéreo directo. Ninguna bomba convencional del arsenal israelí tiene capacidad para penetrar tanta profundidad. La única opción viable sería la GBU-57 A/B estadounidense, una bomba de 14 toneladas con guía de precisión, capaz de perforar hasta 60 metros de concreto antes de detonar. Pero esta arma solo puede ser lanzada desde un bombardero B-2 Spirit, del cual solo dispone la Fuerza Aérea de Estados Unidos. La agencia semioficial ISNA citó a la organización iraní de energía atómica, que reconoció que ya hubo un ataque, aunque insistió en que el daño fue limitado. Según imágenes satelitales analizadas por expertos independientes, las defensas aéreas alrededor de Fordow fueron alcanzadas, pero la estructura principal parece haberse mantenido intacta. La planta de Natanz, por el contrario, sufrió un corte eléctrico grave que pudo haber inhabilitado temporalmente sus centrifugadoras. Fordow fue diseñada para resistir ataques y es considerada el núcleo de la estrategia de supervivencia atómica de Irán (Maxar Technologies/REUTERS/ARCHIVO) La Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) confirmó que los ataques contra Natanz dañaron tanto instalaciones subterráneas como estructuras superficiales, pero subrayó que no hubo impacto radiológico externo. Su director, Rafael Grossi, calificó como “profundamente preocupante” el hecho de que se bombardearan infraestructuras nucleares, advirtiendo que una escalada militar de este tipo “aumenta la posibilidad de una liberación radiológica con consecuencias graves para las personas y el entorno”. Según la OIEA, el material liberado tras el ataque se limitó a partículas alfa, que si bien son peligrosas si se inhalan, no representan un riesgo inmediato mientras no ingresen al cuerpo. Además, tanto en Natanz como en Fordow, las instalaciones se encuentran enterradas bajo toneladas de roca, lo que minimiza el riesgo de dispersión al ambiente. Simon Bennett, especialista en seguridad nuclear de la Universidad de Leicester, señaló que incluso un ataque directo tendría pocas probabilidades de causar contaminación más allá del sitio, justamente por la ubicación subterránea de estos núcleos. La central de Fordow está además equipada con sistemas de defensa aérea S-300 de fabricación rusa, y responde al control de la Guardia Revolucionaria. El acceso al complejo es limitado. Cuenta con al menos dos túneles de entrada, una red de búnkeres y personal entrenado en protocolos de contención radiactiva y monitoreo permanente. Allí, el uranio enriquecido se almacena y se procesa en un entorno hermético, reforzado contra impactos y aislado de la superficie. Kenneth Petersen, presidente de la American Nuclear Society, advirtió que un ataque mal dirigido podría liberar hexafluoruro de uranio, un gas altamente tóxico que, al contacto con agua, genera fluoruro de hidrógeno, letal si se inhala. Afortunadamente, ni Fordow ni Natanz han registrado este tipo de fugas. Fordow puede producir suficiente uranio para varias armas nucleares en semanas, según estimaciones del OIEA y expertos internacionales (AP/ARCHIVO) Pickaxe, la nueva planta La historia de Fordow es también la historia de un equilibrio frágil. Un enclave nuclear que desafía tanto los límites de la diplomacia como los de la guerra. Si alguna vez Irán decidiera romper con el Tratado de No Proliferación, suspender la cooperación con el OIEA y avanzar hacia una bomba nuclear, sería probablemente aquí donde comenzaría. Por eso, en la estrategia de Israel, Fordow no es solo un objetivo militar: es el último bastión. Y sin embargo, incluso si Fordow fuera alcanzada, no sería el fin. A pocos kilómetros de Natanz, Irán construye en secreto una nueva instalación aún más profunda y mejor protegida: la montaña Pickaxe. Esta nueva planta, aún inaccesible para los inspectores del OIEA, tendría al menos cuatro entradas, mayor capacidad de almacenamiento y una profundidad superior a la de Fordow. Algunos temen que sea el futuro taller de ensamblaje de un arma nuclear si el conflicto se escala. Mientras tanto, Fordow gira en silencio. Ni el sonido de las centrifugadoras ni el grosor de la piedra que la envuelve permiten ver lo que sucede en su interior. Pero su sola existencia transforma el equilibrio de poder en Medio Oriente.
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