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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 18/06/2025 04:37
Aprender una segunda lengua representa un proceso exigente para la mayoría de las personas. Requiere memoria, habilidades fonológicas, dominio del vocabulario y comprensión gramatical, todo ello sostenido a lo largo del tiempo. Sin embargo, para quienes tienen dislexia, este camino puede presentar obstáculos adicionales que no siempre son visibles a simple vista. La dislexia es un trastorno del aprendizaje que afecta la forma en que se procesan las palabras, tanto de manera escrita como verbal. Si bien suele asociarse con la infancia, en realidad es una condición persistente que acompaña a las personas a lo largo de su vida. Por ello, al enfrentarse al aprendizaje de una lengua extranjera, quienes la presentan requieren apoyos específicos y un enfoque pedagógico adaptado a sus necesidades. Numerosas investigaciones demuestran que la dislexia influye no solo en la lectura y la escritura, sino también en la producción oral de un segundo idioma. Este hallazgo pone en evidencia que las dificultades no se limitan a lo ortográfico, sino que se extienden a dimensiones más profundas del lenguaje y la cognición, como el acceso al léxico, la memoria de trabajo y la planificación discursiva. Dislexia en otro idioma, más allá de la ortografía De acuerdo con el estudio “Habilidades lingüísticas de adultos con dislexia en inglés como lengua extranjera: propuesta de una hipótesis de déficit de espontaneidad lingüística”, publicado en la revista Springer Nature, las personas adultas con dislexia tienden a tener un rendimiento más bajo en lectura, escritura y producción oral en lenguas extranjeras, en comparación con sus pares sin esta condición. Si bien es previsible que experimenten dificultades ortográficas —dado que ya enfrentan retos similares en su lengua materna—, lo más llamativo es la complejidad añadida al hablar. En tareas de producción oral, como describir imágenes o narrar situaciones, las personas con dislexia suelen emplear un vocabulario más limitado, construcciones gramaticales simples y cometer más errores que sus compañeros. Esto contrasta con el desempeño escrito, donde, aunque persisten los errores ortográficos, la estructuración de ideas puede resultar más rica. Este fenómeno parece estar relacionado con ciertas características neuropsicológicas comunes en quienes tienen dislexia. Entre ellas, destaca la lentitud en el acceso al léxico y las dificultades con la memoria de trabajo, lo que compromete la fluidez en contextos donde se requiere una respuesta inmediata, como la comunicación oral espontánea. A partir de estos datos, se ha propuesto la existencia de un posible “déficit de lenguaje espontáneo en lengua extranjera”, una hipótesis que requiere mayor investigación pero que ofrece un marco explicativo para estas dificultades. Un trastorno que varía según el idioma Los efectos de la dislexia no se manifiestan de la misma manera en todos los idiomas. Paula Alarcón, una joven argentina diagnosticada recientemente con dislexia, asegura que sus dificultades siempre fueron mayores en español que en inglés. “Para comprender un texto en español tengo que leerlo tres o cuatro veces. En cambio, el inglés siempre me resultó más fácil”, afirma. A pesar de las barreras, Paula logró terminar la carrera de Derecho, trabaja en una empresa financiera y ha iniciado el aprendizaje del sueco. El caso de Alex, entrevistado en el documental “Dislexia: Lenguaje e Infancia” de la BBC, aporta una perspectiva similar. Criado en Japón por padres británicos, Alex manifiesta su dislexia únicamente en inglés, su lengua materna, mientras que el japonés —adquirido en la infancia— no le genera mayores complicaciones. “Algunos maestros pensaron que era perezoso, pero simplemente no podía deletrear bien en inglés”, comenta. Estos casos ilustran una realidad antes discutida por la comunidad científica: la dislexia varía según las características del idioma. Francisca Serrano, profesora e investigadora de la Universidad de Granada, explica que “el español y el inglés son lenguajes alfabéticos, en los que cada símbolo representa un sonido. En cambio, el japonés tiene un sistema logográfico y silábico que exige otro tipo de procesamiento cognitivo”. La diferencia entre los sistemas de escritura tiene implicaciones significativas en el procesamiento cerebral. Wai Ting Siok, neuróloga de la Universidad de Hong Kong, demuestra que la lectura del chino (otro sistema logográfico) activa más regiones bilaterales del cerebro, incluyendo zonas frontales asociadas con la memoria y la planificación. Por el contrario, la lectura de lenguas alfabéticas como el inglés o el español se centra mayoritariamente en el hemisferio izquierdo. Esto sugiere que el aprendizaje de un idioma como el chino o el japonés podría representar menos dificultades para algunas personas con dislexia, al requerir estrategias de memorización visual en lugar de decodificación fonológica. De esta forma, no es inusual que un individuo manifieste dislexia en un idioma pero no en otro, dependiendo del sistema de escritura y de cómo se enseñe y adquiera. La importancia de adaptar la enseñanza Saber elegir el idioma adecuado también puede marcar una diferencia. El español, por ejemplo, tiene un sistema fonético más predecible y regular que el inglés, lo que puede facilitar su aprendizaje para personas con dislexia. Tiene cinco vocales bien definidas, reglas ortográficas más consistentes y una menor cantidad de excepciones. Independientemente del idioma, lo fundamental es adaptar los métodos de enseñanza. Para Francisca Serrano, “la clave está en cómo se enseña”. Las estrategias multisensoriales, altamente estructuradas, se consideran eficaces tanto en la alfabetización como en la enseñanza de lenguas extranjeras. Sin embargo, muchas escuelas no ofrecen este tipo de instrucción especializada. En estos casos, los padres y cuidadores pueden jugar un papel clave solicitando adaptaciones, desde más tiempo en las evaluaciones hasta la posibilidad de sustituir exámenes orales por tareas escritas. Algunas instituciones también permiten reemplazar el requisito de idioma extranjero por materias alternativas como cultura general o literatura. Otras consideran opciones como el Lenguaje de Señas Estadounidense (ASL, por sus siglas en inglés), que al no requerir ortografía escrita, puede ser una alternativa más accesible. Una práctica común en el ámbito educativo es sustituir las evaluaciones escritas por exámenes orales con el objetivo de facilitar el proceso a estudiantes con dislexia. Sin embargo, en el caso del aprendizaje de lenguas extranjeras, esta medida podría no ser efectiva. Si se espera que el estudiante utilice un vocabulario variado, estructuras complejas y transmita ideas abstractas, es posible que obtenga mejores resultados mediante la expresión escrita, siempre que no se penalicen los errores ortográficos. Otra adaptación clave es ofrecer mayor tiempo para realizar las tareas. Distintos estudios, como el publicado en Exceptional Education International (EEI, por sus siglas en inglés) y titulado “Estudiantes universitarios con un historial significativo de dificultades de lectura: ¿Qué se compensa y qué no?”, mencionan que cuando no se imponen límites estrictos de tiempo, las personas con dislexia pueden alcanzar niveles de desempeño comparables al resto de sus compañeros. Asimismo, se recomienda evitar actividades que demanden respuestas rápidas o improvisadas. En su lugar, puede ser más efectivo entregar previamente las preguntas, permitir la toma de apuntes y facilitar una preparación reflexiva antes de responder. En cuanto a la ortografía, uno de los obstáculos más persistentes, es fundamental reconocer que la dificultad no radica en la falta de atención o estudio. Incluso tras múltiples exposiciones a una misma palabra, las personas con dislexia pueden seguir escribiéndola de forma incorrecta. Por ello, se recomienda una enseñanza explícita de los patrones ortográficos, el uso de estrategias visuales (como subrayar letras problemáticas) y la memorización progresiva de palabras irregulares.
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