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» El Ciudadano
Fecha: 17/06/2025 10:02
El Museo del Louvre, el más visitado del mundo y símbolo global del arte y la cultura, permaneció cerrado este lunes, no por la guerra ni por una amenaza terrorista como pasó en otras ocasiones, sino por una huelga de sus trabajadores. La imagen era impactante: la casa histórica de las obras de Leonardo da Vinci y de miles de tesoros del arte universal, paralizada por quienes deberían recibir a las y los visitantes en sus salas, lo que generó un verdadero caos. Más que una protesta laboral, el cierre refleja una crisis mayor: el Louvre se ha convertido en emblema del sobreturismo global, un palacio desbordado por su propia fama, en un momento en que destinos como Venecia y la Acrópolis también buscan limitar las multitudes que los visitan a diario. La huelga espontánea estalló durante una reunión interna rutinaria, cuando los vigilantes de sala, agentes que registran los boletos de ingresos y personal de seguridad se negaron a ocupar sus puestos en protesta por las multitudes incontrolables, la falta crónica de personal y lo que uno de los sindicatos calificó como condiciones de trabajo “insostenibles”. “Es el lamento de la Mona Lisa aquí afuera”, dijo Kevin Ward, de 62 años y oriundo de Milwaukee, uno de los miles de visitantes confundidos agolpados en filas inmóviles bajo la pirámide de vidrio de la plaza central donde está el ingreso. “Miles de personas esperando, sin comunicación, sin explicación. Supongo que hasta ella necesita un día libre”, planteó con cierto humor. Es poco común que el Louvre cierre sus puertas al público. Ocurrió sólo durante guerras, durante la pandemia y en unas pocas huelgas, incluidas protestas espontáneas por aglomeraciones en 2019 y por motivos de seguridad en 2013, por una serie de amenazas. Pero pocas veces fue como ésta: turistas haciendo fila en la explanada bajo el sol, con boletos en mano y sin una explicación clara de por qué el museo, sin previo aviso, simplemente dejó de funcionar y no podían ingresar. La interrupción llegó pocos meses después de que el presidente Emmanuel Macron presentara un ambicioso plan a diez años para rescatar al Louvre precisamente de los problemas que hoy están desbordados: filtraciones de agua, oscilaciones peligrosas de temperatura, infraestructura obsoleta y un flujo de visitantes muy por encima de su capacidad real. Pero para los trabajadores, ese futuro prometido se siente lejano. “No podemos esperar seis años para recibir ayuda”, dijo Sarah Sefian, del sindicato CGT-Culture. “Nuestros equipos están bajo presión ahora. No se trata sólo del arte, se trata de las personas que la protegen”, planteó. En el centro de todo está, como siempre, la Mona Lisa: un retrato del siglo XVI que atrae multitudes modernas más propias de una celebridad que de una obra de arte. Unas 20 mil personas al día se amontonan en la Salle des États, la más grande del museo, sólo para tomarse una selfie con la enigmática mujer de Leonardo da Vinci tras el vidrio protector. La escena suele ser ruidosa, caótica y tan densa que muchos apenas miran las obras maestras que la rodean, entre más, pinturas de Tiziano y Veronese, que pasan casi desapercibidas. “No ves un cuadro”, dijo Ji-Hyun Park, de 28 años, que voló desde Seúl a París. “Ves teléfonos. Ves codos. Se siente el calor. Y luego, te empujan hacia afuera”. El plan de renovación de Macron, bautizado como “Nuevo Renacimiento del Louvre”, promete una solución. La Mona Lisa tendrá finalmente una sala exclusiva, accesible con entrada cronometrada. También se planea una nueva entrada cerca del río Sena para 2031, con el fin de aliviar la presión sobre la actual pirámide. “Las condiciones de exhibición, explicación y presentación estarán a la altura de lo que la Mona Lisa merece”, dijo Macron en enero.
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