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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 16/06/2025 05:57
6 de junio de 1976: decenas de fallecidos y más de mil heridos en la masacre de Sudáfrica en Soweto, el peor estallido de disturbios civiles Parecía un miércoles de primavera como cualquier otro en Soweto, un barrio exclusivamente negro ubicado en las afueras de Johannesburgo, Sudáfrica. Pero aquel 16 de junio de 1976 se convertiría en una fecha imborrable en la memoria colectiva de la lucha contra el Apartheid, el brutal sistema de segregación racial impuesto por la minoría blanca que dominaba el país desde 1948. Miles de estudiantes de secundaria salieron a las calles con pancartas y consignas: “Abajo el afrikáans, abajo la ley bantú”, “El afrikáans es el idioma del opresor”, “Si aprendemos afrikáans, que Vorster aprenda zulú”. Vorster era Balthazar Johannes Vorster, para entonces primer ministro de Sudáfrica, representante de la minoría blanca y defensor de las políticas de segregación racial. Las manifestaciones rechazaban la imposición de una educación en afrikáans —la lengua de los blancos afrikáner, con raíces neerlandesas— y exigían igualdad de derechos. Pero la protesta pacífica derivó en una masacre. La policía abrió fuego contra los jóvenes manifestantes y el saldo oficial fue de 23 muertos. La cifra real, sin embargo, fue mucho mayor: se estima que murieron entre 700 y mil estudiantes. Esta matanza fue una chispa que encendió una rebelión juvenil que marcaría el principio del fin del Apartheid, un sistema que durante décadas oprimió y segregó brutalmente a la mayoría negra. La masacre de Soweto no sólo conmovió a Sudáfrica, sino al mundo entero, y dio impulso a movimientos sociales y políticos que hasta entonces habían estado silenciados o reprimidos. Los disturbios comenzaron durante una marcha de estudiantes negros contra el uso del afrikáans en las clases. La policía abrió fuego y se incendiaron coches y edificios. La foto muestra una cervecería incendiada en Soweto (Keystone Pictures USA/ZUMAPRESS) El contexto histórico: la supremacía blanca y el régimen del Apartheid Para comprender la magnitud de la masacre es imprescindible adentrarse en la historia política y social de Sudáfrica en el siglo XX. En 1948, el Partido Nacional, liderado por los afrikáners —una minoría blanca de origen neerlandés— ganó las elecciones con un programa claro: instaurar el Apartheid, un sistema legalizado de segregación racial y supremacía blanca que duraría casi medio siglo. El Apartheid consistía en separar física, social y políticamente a la población según su raza: blancos, negros, mestizos e indios. La minoría blanca controlaba todos los poderes políticos, económicos y sociales, negando derechos fundamentales a los negros, que representaban cerca del 75% de la población. Los negros no podían votar, vivir en zonas blancas, casarse con blancos ni siquiera estudiar con ellos. El Estado controlaba desde sus trabajos y movimientos hasta la educación y las viviendas. La llamada Ley de Educación Bantú, introducida en los años 50, fue una de las herramientas más crueles del régimen. Diseñada para preparar a los jóvenes negros únicamente para trabajos serviles, establecía que al menos la mitad de las materias escolares se debían impartir en afrikáans, el idioma de sus opresores, un idioma que pocos entendían y que simbolizaba la dominación. El primer ministro en el momento de la masacre era Johannes Vorster, un férreo defensor del Apartheid, que impulsaba leyes aún más represivas para mantener el control de la minoría blanca y sofocar cualquier intento de protesta o disidencia. Una pancarta se sostiene en alto sobre unos estudiantes negros en Johannesburgo, Sudáfrica, en el municipio de Soweto, donde se manifestaron tras el funeral de un estudiante negro de 16 años que murió en prisión, el 18 de octubre de 1976 (AP) La juventud negra alza la voz Pero la juventud negra, cada vez más educada y consciente de sus derechos, comenzó a rechazar ese sistema de humillación y opresión. En Soweto, un enorme asentamiento suburbano que agrupaba a miles de familias negras en condiciones precarias, el malestar era creciente. El 30 de abril de 1976, los estudiantes de la Orlando West Junior School iniciaron una huelga en protesta por la obligación de aprender en afrikáans. Pronto, esta huelga se extendió a muchas escuelas secundarias de Soweto y otras zonas. El movimiento fue apoyado por el Movimiento de Conciencia Negra, fundado por Steve Biko, un líder carismático que promovía el orgullo por la identidad negra y la resistencia pacífica. El 13 de junio, los estudiantes formaron un Comité de Acción para organizar una protesta masiva. El día elegido fue el 16 de junio, cuando unas 15 mil personas se reunieron en Soweto con pancartas y consignas para exigir el fin de la imposición lingüística y reclamar igualdad y respeto. La protesta comenzó pacífica, con cantos y consignas pacifistas, pero la policía les ordenó dispersarse. Cuando los jóvenes se negaron, las fuerzas del orden lanzaron gases lacrimógenos y perros contra ellos. En respuesta, algunos estudiantes lanzaron piedras, lo que sirvió de pretexto para que la policía abriera fuego. Hector cayó en el cruce de las calles Moema y Vilakazi. Está en brazos de Mbuyisa Makhubo, otro estudiante, de 18 años. A su lado, desesperada e implorando ayuda, va Antoinette, de 17, su hermana (AP/Sam Nzima) La masacre: el día que el mundo vio la brutalidad del Apartheid La represión fue brutal y desproporcionada. En cuestión de minutos, la manifestación pacífica se convirtió en una matanza. Los estudiantes intentaron escapar, pero la policía disparó indiscriminadamente. Las cifras oficiales reportaron 23 muertos, pero las estimaciones reales apuntan a cientos, incluso miles, de víctimas. Entre los asesinados había niños y adolescentes. La imagen que recorrió el mundo fue la del joven de 12 años Héctor Pieterson, captada por el fotógrafo Sam Nzima. Héctor fue abatido a tiros mientras era llevado en brazos por un compañero, con la hermana del niño corriendo junto a ellos. Esa fotografía estremeció al mundo, mostrando la crudeza del Apartheid y poniéndole cara a las víctimas inocentes. Sam Nzima, el fotógrafo, tuvo que esconderse tras la masacre por temor a represalias. Su foto se convirtió en un símbolo de la lucha contra el Apartheid, pero también le costó la persecución y el cierre de su medio de prensa. Al día siguiente, Soweto amaneció tomada por el ejército y la policía, que patrullaban fuertemente armados. Sin embargo, las protestas no cesaron: se extendieron por otras ciudades y barrios de Sudáfrica, con manifestaciones, huelgas y disturbios que duraron meses y años. El gobierno respondió con mano dura. Muchos líderes estudiantiles y activistas fueron arrestados, torturados y asesinados. Entre ellos, Steve Biko, quien fue capturado en 1977 y murió tras meses de tortura bajo custodia policial ese mismo año. El movimiento de resistencia juvenil y popular tomó fuerza, con una nueva generación dispuesta a enfrentarse al régimen racista. La masacre de Soweto demostró que el Apartheid no podía sostenerse sin violencia y represión constante, y empezó a erosionar la legitimidad del sistema ante la opinión pública internacional. En oposición a las estrictas normas del apartheid de Sudáfrica, un grupo multirracial de estudiantes negros y blancos huye de la policía en Johannesburgo (AP) El impacto internacional: Sudáfrica en el banquillo La masacre de Soweto tuvo repercusiones globales. La comunidad internacional condenó el uso excesivo de la fuerza y la opresión racial. La ONU emitió resoluciones contra Sudáfrica y pidió sanciones económicas y deportivas. En 1976, Sudáfrica fue expulsada de la FIFA, un gesto simbólico pero poderoso que ilustraba el aislamiento creciente del régimen. Movimientos antirracistas y de derechos humanos en todo el mundo intensificaron sus campañas de boicot contra productos sudafricanos y llamaron a la solidaridad con el pueblo negro de Sudáfrica. La masacre movilizó a intelectuales, artistas y políticos, elevando el Apartheid a un problema global de justicia y derechos humanos. La rebelión de Soweto encuentra eco en otros momentos históricos donde la juventud fue protagonista de transformaciones sociales. Desde las protestas estudiantiles de Mayo del 68 en París, pasando por el Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos, hasta las revueltas contra regímenes autoritarios en América Latina y el mundo. Como en aquellos episodios, la masacre mostró la violencia estatal frente a la valentía de jóvenes que exigían dignidad y justicia. Estos movimientos compartieron el impulso de desafiar sistemas de opresión, poniendo la vida en riesgo por un futuro distinto. No fue hasta 1993, tras décadas de resistencia, negociaciones y violencia, que Sudáfrica comenzó a desmantelar el Apartheid. Nelson Mandela, liberado tras 27 años de prisión, fue elegido presidente en 1994, inaugurando una era de reconciliación y construcción democrática. Desde entonces, el 16 de junio es celebrado como el Día de la Juventud en Sudáfrica, recordando la valentía de aquellos estudiantes que se enfrentaron a un sistema brutal. También se conmemora el Día del Niño Africano, que reivindica los derechos y la dignidad de todos los menores del continente. Las cicatrices del Apartheid aún perduran, pero la masacre de Soweto simboliza la fuerza transformadora de la juventud y la justicia. Como dijo Mandela, “la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”. Los estudiantes de Soweto dieron sus vidas por esa verdad.
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