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  • El hombre que tomaba tereré donde enterró a la mujer – MisionesOpina

    » Misionesopina

    Fecha: 15/06/2025 22:11

    Érica Fabiana Macedo era madre de tres niños menores de 7 años. Haber querido celebrar el Día de la Mujer, el 8 de marzo de 2014, fue su peor pecado, al menos para su esposo, quien un año antes había sido excluido de su hogar y tenía prohibido acercarse a su familia, por orden judicial. “Era una mujer dedicada a sus hijos, jamás los hubiera abandonado para irse con otro”, declaró una amiga cuando la Policía le consultó sobre la versión que había dado el marido, Diego Andrés Espíndola, cuando denunció la desaparición de ella en la comisaría de Candelaria. Porque esta historia se remite a esa localidad, más precisamente al barrio San Jorge. Aquel Día de la Mujer, Érica había pasado la tarde, incluso después de que el sol se escondiera, en la casa de una amiga, la misma que declaró ante los investigadores. Entrada la noche, regresó a su domicilio; pero no tenía la intención de quedarse allí, si no salir a bailar y celebrar. En noviembre pasado, cuando decidió darle una nueva oportunidad a Espíndola, ese justamente había sido el trato: que no la hostigaría ni molestaría si ella quería salir y divertirse. Pero a las palabras se las llevó el viento y trajo tempestades. En el barrio escenario del hecho, las casas están unas al lado de otras. Por esa razón se escucharon discusiones, gritos y golpes. Y de repente, silencio; un silencio ensordecedor, sepulcral. La hija de Érica, de seis años, lo habría visto todo. “Papá la llevó hacia el patio trasero, le pegó”, habría sido su relato en Cámara Gesell. El femicidio ocurrió entre la medianoche del sábado y los primeros minutos de esa madrugada; y fue macabro. Aquel silencio del que hablaron los vecinos, efectivamente, fue el final de la joven madre. Las pericias indicaron que, al parecer, recibió un fierrazo que le provocó un traumatismo de cráneo letal. No tuvo chances siquiera de reaccionar. Espíndola aguardó con la sagacidad con que la pantera espera el descuido de su presa; sobre todo para deshacerse del cuerpo. Habría acostado temprano a sus hijos y comenzó con la tarea. Para disimular, sobre todo a los ojos de los vecinos, ni bien clareó comenzó a limpiar el terreno y a efectuar movimientos de suelo. A nadie extrañó que lo hiciera, porque solía hacer tareas de albañilería. Lo que nadie sospechó, ni por asomo, es que ese hombre, de 33 años, introvertido y poco sociable, sería capaz de matar a la madre de sus hijos y de deshacerse del cadáver como lo hizo. Ese domingo y parte del día siguiente lo vieron trabajar como nunca. “No me causó sorpresa, porque siempre venía a pedirme prestada la hormigonera”, recordó un vecino. Espíndola no tenía auto ni otro vehículo, por esa razón, probablemente, no tenía manera de llevar el cuerpo a otro lugar, lejos de casa. Creen que durante la madrugada del lunes sacó el cuerpo al exterior de la casa y lo arrojó, de costado, en el pozo donde poco antes había un cantero. Y durante el día, con el “trompito” que le prestó el vecino, lo tapó con concreto. Pero, quizás, no pensó tanto o adecuadamente en la coartada que iba a dar cuando la familia de Érica se percatara que ella no estaba. En ese contexto, más por presión de la familia de ella, se acercó el miércoles siguiente a la comisaría de Candelaria para radicar la denuncia por su desaparición. “Se fue con otro hombre a Paraguay, en auto”, habría dicho a los uniformados. Pero esa versión no tuvo cabida en la familia ni en los amigos de Érica, que la conocían bien; y así como sabían de lo que era capaz, también conocían perfectamente lo que jamás haría. Y abandonar a sus hijos no era una opción. Y las sospechas sobre Espíndola terminaron de cerrarse cuando trascendió que, meses antes, la Justicia había ordenado su exclusión de hogar y prohibición de acercamiento por violencia. Fue ahí que decidieron hacerle una visita y allanar su casa. Cuando arribaron al lugar, los investigadores vieron que el sospechoso estaba sentado en el hall de la vivienda. Tomaba un tereré, enajenado de cualquier situación que lo perturbara. Los policías buscaron dentro y fuera de la casa, sobre todo en los sectores del terreno donde el hombre había limpiado. En determinado momento uno de los peritos se percató que una parte del piso de cemento del hall de entrada tenía un color más claro, como si aún estuviera fresco. Decidió entonces efectuar un agujero profundo y entonces el olor pestilente estalló en el aire dejando en evidencia la impunidad del delito que se pretendía ocultar. El asesino fue detenido en ese instante y posteriormente condenado a prisión perpetua. Se trata de un dato estadístico; pero lo triste resulta saber que tres niños menores de siete años quedaron sin su madre, con lo que ello significa. Porque por más grato y cálido que sea el amor que reciban, la ausencia de la madre es irremplazable, aunque resulte una verdad de Perogrullo.

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