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» El Ciudadano
Fecha: 15/06/2025 06:18
Por Candela Ramírez Primero, los hechos: el 16 de junio de 1955, durante cinco horas, aviones de la Marina arrojaron entre 9 y 14 toneladas de bombas en el centro de Buenos Aires. Murieron más de 300 personas y hubo cientos de heridos. El objetivo era matar al presidente y tomar el poder ejecutivo. Las Fuerzas Armadas y sus aliados políticos lo lograrían recién tres meses después. Pero antes, contexto: en 1951 hubo un intento de golpe de Estado, en 1953 un atentado durante un acto de la CGT —con seis muertos— y cinco días antes del bombardeo una movilización opositora muy potente. En el marco del 70° aniversario del bombardeo a la Plaza de Mayo, El Ciudadano repone los acontecimientos que precedieron a tal ataque e intenta un ejercicio de memoria en lo que muchos historiadores coinciden calificar como un momento bisagra acerca del tipo de violencia ejercida desde el Estado. Hay al menos tres aspectos a resaltar: la masacre fue planificada, tuvo como búsqueda generar terror en la población y fue coordinada desde sectores de las Fuerzas Armadas en conjunto con grupos civiles —algunos organizados en partidos políticos— y eclesiásticos. ¿Por qué interesa revisar hechos del pasado, marcar efemérides en el calendario? A veces, para intentar encontrar palabras-llave para pensar nuestro presente. Poner la lupa para detectar repeticiones, rupturas o continuidades que, con suerte, iluminen y otorguen claves para leer mejor la coyuntura. Desde 1930 la vida de Argentina estuvo signada por un ciclo de más de cincuenta años en que las Fuerzas Armadas usurparon el poder e instauraron regímenes autoritarios una y otra vez. Para muchos historiadores, desde el golpe de Estado ejecutado en septiembre de 1955 y el antecedente del bombardeo a Plaza de Mayo significaron una escalada en el tipo de violencia estatal. Una que tuvo por finalidad, también, provocar terror en la población: temor a participar, a opinar, a votar y caminar libremente. Qué pasó En 1955, el 16 de junio cayó jueves, día laboral. Amaneció nublado y estaba previsto un desfile de aviones que sobrevolarían la Catedral ubicada en la Plaza de Mayo, pleno centro de Buenos Aires. Ese desfile tenía un motivo muy reciente: cinco días antes, el 11 de junio, se realizó el tradicional Corpus Christi, que movilizó a la Catedral a miles de personas y se convirtió también en un fuerte acto opositor al gobierno. Liberales, socialistas y comunistas, laicistas y ateos marcharon junto a los fieles. Las cosas venían mal entre la Iglesia Católica y la segunda gestión de Juan Domingo Perón. El sector eclesiástico que había sido un gran aliado del líder justicialista cuando se presentó por primera vez a elecciones, en febrero de 1946, pasó a ser un ferviente opositor político. Hay muchas razones que erosionaron el vínculo, por mencionar algunas: en la reforma constitucional de 1949 no se consagró al catolicismo con guía y religión oficial de la nación y en cambio se dio rango constitucional a la libertad de credo; en aquellos años se aprobó la ley de divorcio, se equiparó a hijos “legítimos e ilegítimos”. La dictadura del 43 había establecido la obligatoriedad de la enseñanza católica en escuelas públicas primarias y secundarias. Perón la derogó. En este contexto la Iglesia lanzó su propia rama partidaria, el Partido Demócrata Cristiano, hecho leído por Perón como una clara afrenta ya que para él y sus adherentes el justicialismo encarnaba los valores del cristianismo. La movilización del Corpus Christi del 11 de junio de 1955, que se eligió para el día sábado y así permitir que se acercara más y más gente, se convirtió en un acto opositor de enorme envergadura. En esas circunstancias se prendió fuego una bandera argentina. Por este motivo, el gobierno nacional organizó un acto de desagravio. La fecha elegida fue la mañana del jueves 16 de junio y el acto incluía un desfile de aviones por la Plaza de Mayo y la Catedral. Los conspiradores tomaron nota y advirtieron que la fecha era “ideal” para cometer el ataque y consumar el golpe de Estado, por su “efecto sorpresa”. Estaba previsto que el bombardeo iniciara a las diez de la mañana, pero por la cantidad de nubes en el cielo que dificultaban la visión tuvieron que demorar el mismo dos horas más. El plan era bombardear durante tres minutos con aviones de la Marina y de la Fuerza Aérea, teniendo como principal blanco la Casa Rosada donde esperaban que estuviera el presidente y sus principales ministros. Además esperaban concretar un ataque por tierra a través de la Infantería —no lo lograron— y tenían al menos treinta hombres civiles y armados dispuestos alrededor de la Casa Rosada, conformando una suerte de anillo que permitiera entrar rápido y tomar el espacio una vez que mataran a los funcionarios. Esos comandos sí llegaron a tomar Radio Mitre y emitieron un mensaje: dijeron que Perón estaba muerto. Era mentira, ¿lo sabían? ¿No lo sabían? Lo que importa es el efecto. Las primeras bombas cayeron a las 12.30. La peor parte empezó después de las 15. Durante cinco horas treinta aviones de la Marina, con inscripciones en sus alas que rezaban “Cristo Vence”, arrojaron toneladas de explosivos. De las 100 bombas, 29 estuvieron concretamente dirigidas contra la Casa Rosada. Ahí mataron a doce personas. En la Casa Rosada, más de setenta granaderos, resistieron el ataque. El Ejército impidió el avance por tierra de la Marina. Las crónicas en medios gráficos dieron cuenta del horror, por ejemplo este extracto publicado el 18 de junio del 55 en el diario La Nación: “Junto con el mortal estrépito de las bombas prodújose una intensa lluvia de esquirlas y menudos trozos de vidrios. La violencia de la expansión del aire con la explosión provocó la rotura instantánea de centenares de vidrios y cristales en todos los edificios de ese sector céntrico. Al mismo tiempo restallaron los cables rotos de los trolebuses y mientras se oía el brusco aletear de millares de palomas que alarmaban la plaza, se escuchaban los ayes y lamentos de docenas de heridos”. Sigue la crónica: “Fue un momento de indescriptible y violenta sorpresa. Los cronistas que se hallaban en la Sala de Periodistas de la Casa de Gobierno vieron desplomarse el techo de la amplia oficina. Cayeron arañas sobre la mesa de trabajo y las máquinas de escribir fueron acribilladas con trozos de mampostería y vidrios. Gateando para sortear las nuevas explosiones salieron de la Casa de Gobierno, tropezando con los soldados de la guardia de Granaderos que se precipitaban por los corredores a reforzar las guardias, y se dirigieron al edificio del Ministerio de Ejército, pasando entre coches destrozados, cadáveres yertos, heridos clamantes y ramas de árboles desgarradas”. En todos los registros la cantidad de muertos supera los 300, algunos llegan a más de 350. En una investigación de 2010 se contabilizaron y nombraron 309 civiles y 9 granaderos que defendieron la Casa Rosada. No hay una lista cerrada porque no hubo un trabajo de recopilación oficial en ese momento y la mayor reconstrucción se dio más de cincuenta años después. Cómo se llega a una masacre colectiva No hay antecedentes de un hecho así. Hubo —hay— ciudades a lo largo de todo el planeta que fueron bombardeadas por Fuerzas Armadas, pero Argentina dio la nota: fue el primer país donde sus tropas atacaron a su propia población. No se dio en el marco de una guerra y no fue un ataque de fuerzas externas, de otros países. Además la masacre contó con el activo apoyo de sectores políticos y eclesiásticos. El anillo que rodeó la casa de Gobierno, ansiosa de usurpar el poder, estaba conformada por hombres que no integraban ni la Marina ni la Fuerza Aérea ni el Ejército: civiles armados dispuestos a defender y llevar adelante semejante atentado. Una matanza en nombre del fin de “una tiranía”, tal como calificaban al gobierno de Juan Domingo Perón. En Argentina la conformación de comandos civiles armados fue una constante en diversas décadas. Se podría mencionar a las Ligas Patrióticas de los años veinte, por ejemplo. Cuando Perón asumió en el 46 también se conformaron grupos de este tipo pero los mismos empezaron a operar con mayor ferocidad durante la segunda gestión justicialista, desde 1952. Un año antes, en 1951, ya se había producido un intento de golpe de Estado en manos de Benjamín Menéndez y Orlando Ramón Agosti. El primero, tío de quien veinte años después se convertiría en una de las caras más conocidas de la represión ilegal en Argentina, Luciano Benjamín Menéndez. Y el segundo, integrante de la Junta Militar que tomó el poder el de marzo de 1976. En abril de 1953 la CGT organizó un acto en Plaza de Mayo en el que haría una alocución Perón desde el balcón presidencial. Ahí hay un antecedente notable de la violencia que se estaba gestando en Argentina: aquel día comandos civiles colocaron tres artefactos explosivos, dos de ellos explotaron. Uno estaba colocado en la parada de subte de la Plaza, mató a cinco personas en el acto. Y hubo un muerto más. Y al menos doce personas sufrieron heridas de tal gravedad que les provocaron mutilaciones o discapacidades de por vida. Fue el primero de varios atentados hasta el bombardeo del 55. Aquellos años, organismos oficiales y hasta la propia Policía fue informando al gobierno nacional de planes para derrocarlo, secuestrarlo o asesinarlo. En julio de 1952 falleció Evita y ese mismo año Perón fue reelegido con el 63 por ciento de los votos, habiendo consagrado el derecho al voto a las mujeres en 1947. El 16 de junio de 1955 la Marina y la Armada intentaron tomar el poder, no lo lograron, huyeron a Uruguay. Cuando el bombardeo aún no había terminado, el presidente dio un mensaje a través de Radio del Estado (ahora Radio Nacional) donde pidió a la población tranquilidad, que fueran a sus casas, que no se expusieran al riesgo, «para no ser criminales como ellos». Después de la masacre, pidió calma. Temía más muertes. No se equivocaba. El Ejército ese día se mantuvo leal. Esto cambiaría hacia septiembre donde efectivamente las tres fuerzas lograron dar el golpe y expulsaron del país al presidente bajo la amenaza de seguir matando a la población: el 16 de septiembre empezó el alzamiento militar, tres días después la Marina ancló seis buques de guerra frente a Mar del Plata y bombardeó los depósitos de combustible y la Escuela de Artillería Antiaérea de Camet. Las tres Fuerzas coordinadas expresaron su amenaza: si el presidente no firmaba su renuncia avanzarían con bombardeos en Buenos Aires y Ensenada. Perón renunció, pidió asilo en la Embajada de Paraguay, llegó al país vecino y luego siguió su exilio en Madrid. En Gran Bretaña, el primer ministro Churchill celebró el derrocamiento y lo calificó como el mayor triunfo después de la Segunda Guerra Mundial. El Gobierno de Estados Unidos también celebró el fin de lo que ellos también nombraban como una tiranía. Una de las primeras medidas que tomó la nueva dictadura, autoproclamada Revolución Libertadora, fue la disolución y prohibición del Partido Justicialista en todo el país. El peronismo pasó 18 años sin poder presentarse a elecciones, sus electores —en aquel momento más de la mitad de la población— durante 18 años no pudieron votar al partido que los representaba. Pero la proscripción no terminaba ahí, la Libertadora —Fusiladora, renombraría más tarde el pueblo— con el apoyo de un consejo asesor integrado por los partidos políticos antiperonistas de la época prohibió pronunciar palabras. No es metáfora, en aquella Argentina pronunciar públicamente nombres como Perón o Evita o cantar la Marcha Peronista podía costar meses o años de cárcel, según las circunstancias. Lo mismo pasaba si públicamente se hacían referencias al amplio universo justicialista: desde imágenes, obras artísticas, fotografías, banderas. Todo aquello, prohibido. También hubo perseguidos, exiliados y fusilados. Reparación y rol del Estado La primera vez que el Estado argentino hizo una referencia pública de este atentado fue en 1994 cuando gobernaba Carlos Saúl Menem. El entonces presidente colocó una placa en el Ministerio de Economía, aunque no hubo referencias a las víctimas ni al carácter terrorista del atentado. Fueron los gobiernos de Néstor Kirchner, desde 2003, y de Cristina Fernández, desde 2007, quienes tomaron estos acontecimientos como parte de la amplia narrativa de memoria que impulsaron. Aunque los autores y ejecutores del bombardeo y masacre de junio del 55 nunca fueron juzgados. En 2008 se instaló un monumento en homenaje a las víctimas del bombardeo, al lado de la Casa Rosada. Y en 2009 se promulgó una ley que otorgaba el derecho a indemnización a las víctimas, por el daño provocado por el Estado argentino. Ya habían pasado 54 años. En ese contexto, en 2010, se publicó una investigación titulada “Bombardeo del 16 de junio de 1955”, a cargo del Área de Investigaciones Históricas dependiente de la Dirección Nacional de Gestión de Fondos Documentales del Archivo Nacional de la Memoria, Secretaría de Derechos Humanos, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Muchos de los datos compartidos en esta nota fueron tomados de aquella investigación que llevaron adelante Juan Salinas, Ricardo Ragendorfer, Ricardo Yacomini, Rosa Elsa Portugheis, Cecilia García, Gabriel Roth, Carlos Flaskamp, Marcelo Gil, Mariano Fatala, Carlos Hugo Morete, Enrique Sokolowicz y Liliana Bacalja. Para llevar adelante el estudio minucioso de los hechos —55 años después— además de revisar las publicaciones en la prensa, se visitaron hospitales y cementerios, se buscaron los registros de organizaciones políticas y sindicales, se revisaron registros de Defensa Civil y del Archivo Nacional de la Memoria, entre muchas otras instituciones. El objetivo de la publicación fue reconstruir fehacientemente cómo se dieron los hechos, caracterizar víctimas y victimarios y establecer genealogías. Hay una pregunta fundamental que atraviesa la publicación: cómo se llega a una masacre colectiva. ¿Qué hechos fueron naturalizados antes del bombardeo? Naturalizados o minimizados o directamente ocultos. Hoy, una pregunta que perturba: ¿cuáles son los hechos que naturalizamos, que minimizamos, que ocultamos en el presente?
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