14/06/2025 17:55
14/06/2025 17:55
14/06/2025 17:53
14/06/2025 17:46
14/06/2025 17:45
14/06/2025 17:45
14/06/2025 17:45
14/06/2025 17:31
14/06/2025 17:30
14/06/2025 17:30
» Diario Cordoba
Fecha: 14/06/2025 03:46
Hace unos días, el Instituto Nacional de Estadística publicó un informe con el número de personas que ha adquirido la nacionalidad española en el último año. El resultado es que la cifra de residentes que logró el DNI de nuestro país aumentó un 5,1%, hasta 252.476. De ellos, en torno a un millar lo hicieron en Córdoba, una de las cifras más altas de los últimos ejercicios. El estudio ahonda incluso en lugar de procedencia de los que lo que solicitan, mayoritariamente de Sudamérica. Aunque aparentemente es sólo un análisis, uno más, de los que elabora el INE a lo largo del año, sí es relevante para certificar que la inmigración y la integración de las familias que vienen de fuera es un fenómeno del que Europa en su conjunto se está viendo afectada y no necesariamente para mal. En el imaginario colectivo, tendemos a identificar inmigración con la entrada masiva de personas de terceros países en una situación de extrema necesidad, de peligro para sus vidas o de un anhelo individual de obtener un futuro mejor en el que presume de ser el continente más avanzado en derechos, libertades y bienestar social. Pero la realidad tiene muchos prismas y ese es sólo uno de ellos. Europa es lo que es gracias a un sistema productivo en el que la libertad empresarial y los derechos laborales han evolucionado, con matices, casi a la par. Todo eso ha derivado en una serie de prestaciones públicas y condiciones de vida dignas y de progreso para la gran mayoría de la sociedad impensables en otros rincones del planeta. La cruz de esa situación es que la población ha ido envejeciendo y la natalidad cae en picado año tras año. Con este panorama, mantener ese nivel de confort social y económico sólo es posible con la incorporación a nuestro mercado laboral de ciudadanos de otros países. Sin ellos, nuestra modelo de vida no funcionaría y ya hay sectores que sin esa población sería prácticamente imposible su viabilidad. Entre ellos están, por ejemplo, algunos servicios como la hostelería, la agricultura o el sector de los cuidados, entre otros. Eso no significa mirar para otro lado en el control de quienes buscan en nuestra tierra un proyecto vital más seguro, sino todo lo contrario, velar aún más para que dentro de un orden se puedan incorporar a nuestra sociedad con todas las garantías legales y en la mismas condiciones que el resto. De hecho, es lo que viene a decir el INE, ya que muchos de ellos apuestan claramente por ser españoles. Hay casos en los que la propia dinámica del sector económico del que se trate, como en el primario, dificulta la incorporación continuada de trabajadoras y trabajadores, ya que están sujetos a las expectativas de campañas agrícolas en las que juegan factores impredecibles, como el meteorológico. Pero incluso en esas casuísticas, hay soluciones, como demuestran en Huelva, sin ir más lejos, los productores de frutos rojos. Una iniciativa, la de los contingentes, que bien podrían recuperarse en Córdoba para determinadas actividades como la recogida de la aceituna, la naranja o el ajo. En cualquier caso, la sociedad tiene que concienciarse de que la inmigración no es una amenaza para Europa, sino la solución para mantener unos estándares de calidad de vida y de justicia social que a las generaciones que nos precedieron les costó mucho esfuerzo conseguir. E insisto, no podemos caer en la trampa de, ya que hablamos también de aceituna, mezclar churras con merinas, porque nada tiene que ver la emergencia de quienes huyen de la guerra o de la miseria con los que simplemente buscan, por los cauces administrativos vigentes, incorporarse a nuestra sociedad para sumar a nuestro proyecto común como sociedad. El compromiso de la ciudadanía europea, y también de la cordobesa, debe ser el de asimilar que esa es la realidad que nos ha tocado vivir y que no tiene por qué ser necesariamente negativa para nuestro futuro más inmediato, más bien al contrario, porque todo enriquecimiento cultural refuerza aún más nuestros valores. Y esa asunción de la nueva realidad tiene que pasar también necesariamente por el rechazo a esos negacionistas que nos quieren vender el mensaje falaz de que la inmigración es el principio del fin de Europa y que es una amenaza para nuestra forma de vida. Es la única salida que les queda a los mezquinos que defienden un supremacismo que en nada se parece ni a lo que ha sido nuestro histórico pasado, ni nuestro presente cambiante, ni el futuro que queremos para nuestras hijas e hijos. *Presidente de Comercio Córdoba
Ver noticia original