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  • La ciencia descubrió por qué olvidamos los nombres de las personas

    » Sin Mordaza

    Fecha: 13/06/2025 15:11

    A veces nos puede pasar que nos presentan a alguien, intercambiamos unas palabras e, incluso, puede que la conversación nos parezca interesante, pero unos minutos después o al despedirnos o cuando volvemos a a encontrarnos con esa persona pasa que nos olvidamos su nombre. No es que no nos importe la persona o que no estuviéramos prestándole atención, sino que, simplemente, se esfumó de nuestra memoria y se trata de una experiencia tan común que casi podría considerarse un rito en cualquier encuentro social. A menudo, atribuimos este olvido a una memoria floja, a la distracción o, incluso, a una falta de educación, pero la ciencia tiene una explicación más benévola y, sobre todo, más precisa. La psicología estudió a fondo este fenómeno y llegó a una conclusión tranquilizadora: olvidar los nombres de las personas no significa que tengamos mala memoria. Significa que nuestro cerebro tiene sus propias prioridades. No recordamos etiquetas, recordamos historias Para entender por qué los nombres se nos escapan tan fácilmente, basta con observar cómo funciona nuestra memoria. No es una grabadora que almacena todo lo que ve y oye, sino que es una red de asociaciones: guarda mejor lo que puede conectar con emociones, imágenes, experiencias previas o conceptos que ya conocemos. Un experimento especialmente revelador lo demuestra y es la llamada paradoja Baker/baker. En este estudio, a dos grupos se les mostró la misma fotografía de un rostro desconocido. A unos se les dijo que esa persona se apellidaba Baker; a los otros, que era panadero (baker en inglés). Curiosamente, los que supieron que el individuo era panadero recordaron mucho mejor esa información que los que simplemente oyeron su apellido. La clave está en el contexto. “Panadero” activa una cascada de asociaciones: el olor del pan, el sonido de una panadería por la mañana, la imagen de alguien amasando masa. En cambio, “Baker” como nombre propio no evoca nada. Es un dato aislado, sin conexiones ni significados asociados y ahí es donde nuestra memoria empieza a flaquear. El caso especial de los nombres propios Este fenómeno no se limita al idioma ni a contextos específicos. Hay una razón más profunda y universal: los nombres propios son, desde un punto de vista cognitivo, palabras poco “memorables”. En 1991, los investigadores estadounidenses Deborah Burke y Donald MacKay explicaron por qué: los nombres tienen un vínculo débil entre su forma fonológica (cómo suenan) y su carga semántica (su significado). Palabras como “maestra”, “bicicleta” o “lluvia” nos remiten a imágenes mentales comunes. Pero “Laura” o “Pablo” no tienen un significado compartido para todos: su contenido depende únicamente de la persona concreta a la que se refieren. Hasta que ese nombre no se asocia a una historia, una emoción o una experiencia, sigue siendo un dato flotante, sin anclaje. De ahí que, aunque estemos atentos al escuchar un nombre, no haya nada en nuestra memoria de donde poder agarrarse. Y sin un punto de apoyo, la información se pierde. Es importante insistir en que olvidar un nombre no significa que no nos importe la persona, lo que ocurre es que la memoria está diseñada para priorizar ciertos tipos de información. Lo que tiene relevancia emocional, lo que amenaza o nos beneficia, lo que podemos narrar o categorizar, se graba con más facilidad. Los nombres, por sí solos, no cumplen con estos requisitos. Salvo que la persona en cuestión se convierta en parte estable de nuestra vida (y entonces el nombre se asociará a emociones, recuerdos, historias compartidas), lo más habitual es que ese dato aislado se disuelva con el tiempo. Se puede mejorar Aunque la estructura de nuestra memoria no se puede reprogramar, sí podemos entrenarla a nuestro favor. Hay técnicas nemotécnicas simples, como repetir el nombre en voz alta durante la conversación, asociarlo mentalmente a una imagen o vincularlo a algún rasgo distintivo de la persona. Si conocemos a una Inés que lleva una bufanda llamativa, podemos crear una imagen mental que una esos elementos. Cuanto más absurda o visual sea la asociación, más posibilidades tendrás de recordarla. También ayuda activar la intención consciente de recordar. Si al conocer a alguien, pensamos activamente “quiero acordarme de su nombre”, estamos enviando una señal de prioridad a tu memoria. Fuente: TN Tecno

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