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Crespo » Paralelo 32
Fecha: 12/06/2025 10:03
Juan Laurentino Ortiz nació en Puerto Ruiz (Gualeguay) el 11 de junio de 1896, y falleció en Paraná el 2 de septiembre de 1978. Hijo de José Antonio Ortiz y Amalia Magallanes, es el menor de una familia de diez hermanos. En 1910, después de vivir sus primeros años en la localidad de Mojones Norte, en el Departamento Villaguay, cursó la educación primaria en la Escuela Mitre; años más tarde, ingresó a la Escuela Normal Mixta de Maestros de Gualeguay. En 1913 se trasladó a Buenos Aires a estudiar filosofía y allí conoció a grandes figuras del ambiente literario porteño de los años 20. En 1915 volvió a entre Ríos, en donde se casó y tuvo un hijo. Residió en Gualeguay hasta 1942, año en que se mudó a Paraná, lugar en el que permaneció hasta su muerte. Sus años en nuestra región marcaron definitivamente su poesía contemplativa de extensos y cuidados versos. La contratapa de Al Villaguay (y otros poemas) –incluido en la colección Los Nuestros, con introducción y notas de Luis Alberto Salvarezza–, sintetiza: “En todo poeta verdadero, la niñez, su conmoción inaugural ante la naturaleza y la instalación vital en una lengua y un paisaje, son primordiales. Máxime si pensamos que por entonces, 1899-1905, Villaguay era hacia el noreste la criollísima Selva de Montiel y hacia el este las novedosas colonias judías (…)”. Entre sus más recordados poemas se erigen los escritos evocando este pago: “Villaguay” dedicado a su amigo Justo Miranda, “Al Villaguay” que habla de nuestro arroyo y “El Doctor Larcho”. Sus obras más importantes son: La Luna (1933), El alba sube... (1937), El ángel inclinado (1938), La rama hacia el este (1940), El álamo y el viento (1948), El aire conmovido (1949), La mano infinita (1951), La brisa profunda (1954), El alma y las colinas (1956), De las raíces y del cielo (1958), En el aura del sauce (1971), y su obra completa, editada por la Universidad Nacional del Litoral (2005). Villaguay (fragmento) (Para Justo Miranda) ¿Dónde está mi corazón, al fin? Ah, mi corazón está en todo. En las vidas más increíbles, próximas y lejanas. Está en las más hermanas de aquí y de allá, caídas o incorporadas sobre sí mismas, en el límite del martirio, con la sonrisa de la fe. En todo, mis amigos. En los finos tallos que tiemblan al anochecer en una apenas blanca luz que va a morir, medio desamparada: ¿qué presentimientos los de las maduras hierbas altas? Está en todo mi corazón pero allí estuvo también mi infancia. Allí las siestas del monte, dulces para siempre de ubajay, con su silencio lleno de flores raras y de lazos invisibles, verde sobre los tajamares y sus fantásticas criaturas de luz... Allí las primeras heridas de la crueldad inútil que aún me sangran la adhesión a los “amiguitos inocentes...”. Allí en el pueblo otra vez el monte, y el arroyo que he vuelto a ver y oír en su purísimo sueño discretamente abierto o misteriosamente sensible bajo los arcos de las ramas con enredaderas estrelladas... El canto del arroyo en la tarde que de repente se pierde en su propio olvido y vuelve con una pena imposible: la paloma... ¿Qué secreto alado o íntimo, quiebra, eterno, sobre las piedras, ese canto?
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