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Fecha: 12/06/2025 08:20
Por Rogelio Biazzi La ética de la creencia explora cómo se forman las creencias y qué poder tiene una verdad percibida, sea o no indubitable. No hablamos de fe, un concepto que apela a fundamentos místicos, sino al total convencimiento de que algo es verdad en base al camino recorrido para llegar a esa creencia: los hechos, la información disponible, los indicios, las evidencias. Y esa creencia se hace más fuerte aún cuando es compartida por una gran cantidad de individuos. Cuando se someten ciertas situaciones a un proceso judicial, el resultado de ese proceso dicta una verdad institucional que se asume como verdad. Aunque esa verdad sea discutida por algunos, la creencia de que algo es verdad corre en paralelo al resultado de ese proceso y es percibida como una verdad más real que cualquier otra conclusión formal. Vivimos tiempos marcados por mentiras. El juicio a Cristina es para la sociedad argentina una piedra de toque, literal. Es lo que conduce al conocimiento de la bondad o malicia de una cosa. Antes de que se conociera el fallo de la Corte, Cristina ya era culpable para la gran mayoría de sociedad argentina. El veredicto es importante porque galvaniza la creencia general como verdad indiscutible, pero hace tiempo ya que la creencia de que Cristina era culpable estaba instalada. Según una encuesta realizada por el Observatorio de Psicología Social de la UBA, en 2022 el 80% de los encuestados ya la consideraban culpable. Había una firme creencia popular sobre su culpabilidad, aunque no se hubiese declarado judicialmente todavía. La sociedad enfrentaba un dilema moral que no se podía resolver porque no había veredicto judicial, pero ya había una creencia establecida de que era corrupta y por lo tanto Cristina, y su partido político, tenían un deber ético de apartarse de cualquier lugar de poder público. Sin embargo, siguió siendo vicepresidenta de los argentinos hasta 2023. No faltarán quienes desacrediten la condena de Cristina Fernández cargando contra los jueces. Este razonamiento es erróneo y parte de la confusión entre la responsabilidad moral y política con la responsabilidad jurídica. Si se sigue este camino se termina justificando que todo lo legal es moral, pero, sin embargo, el orden jurídico no puede existir sin un orden moral y político que le sirva de sustento. Existen normas no escritas que resulta imprescindible cumplir y exigir que se cumplan, y sufrimos continuamente el precio de no respetarlas. El principal enemigo de la democracia es la mentira, una sociedad enferma es la que acepta la mentira como norma y permite que sus líderes mientan. Si la verdad y la ética no importan, seguiremos siendo gobernados por tiranos que nos ofrecen sacarnos del caos que ellos mismos han creado, a cambio de hacernos perder nuestra libertad.
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