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  • Del fondo del mar a la avenida Corrientes: así se vivió el mundo submarino de La Sirenita, el musical

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 11/06/2025 06:00

    La Sirenita, interpretada por Albana Fuentes, se robó los suspiros y alaridos del público de todas las edades (Soy Prensa) Las luces del Teatro Gran Rex encendieron de magia una noche anticipada por grandes y chicos que, a pocos días del gran estreno, se acercaron en familia y con amigos para ser parte de una función muy especial. La avenida Corrientes, siempre vibrante, tomó un aire de maravillada espera cuando la marquesina brilló tejiendo promesas sobre la ciudad. Una alfombra azul, que evocaba el reino de las profundidades, marcó un sendero distinto hacia el interior, donde las caras iluminadas de nenes y adultos reflejaban la emoción única de presenciar, finalmente y en vivo, la mágica historia de La Sirenita. Por generaciones, Ariel logró suscitar sueños y nostalgias, y esta vez, el centro porteño abrió sus puertas para sumergirse de lleno en esa fantasía, juntando a un público donde la ilusión y la expectativa se sentían palpables, incluso antes de que el telón subiera. Esa ilusión colectiva se sentía en la atmósfera, en los abrazos y las fotos, en el ambiente festivo que rodeaba las afueras del teatro. Figuras reconocidas de la televisión argentina, entre las que destacaban caras como Graciela Alfano, José María Muscari, Vicky y Stefi Xipolitakis, Fer Dente, incluso los Rottemberg, posaban para las cámaras junto a familias enteras como las de Fabián Cubero y Mica Viciconte, e incluso la de Valeria Mazza, compartiendo un mismo rito de paso: el de entrar, todos juntos, en la promesa de la magia escénica. Horas antes, los alrededores del Gran Rex ya vibraban con movimiento. Algunos invitados confesaban que conocían la historia de memoria, otros se mostraban intrigados por la superproducción que acababa de arribar al centro porteño, y los más chicos preferían abrazar la sorpresa. La ciudad parecía preparada para dejarse arrastrar, aunque fuera por una noche, por las mareas de una vieja leyenda. Ariel, interpretada por Fuentes, junto a Flounder, su aliado en esta historia El momento clave llegó cuando el telón se elevó lentamente pasadas las 20 y un haz de luces azules cubrió el escenario, lo que dejó a más de uno sin aliento. “Esta no es cualquier sala, sino que es bajo el mar”, decía la voz del icónico cangrejo Sebastián, quien en esta oportunidad fue encarnado por José María Listorti. El murmullo se apagó en un instante y ese océano humano se transformó en expectación pura. El arranque fue visualmente impactante: un mundo submarino cobraba vida con una puesta en escena que combinaba tecnología de punta y detalles artesanales, entre corales iluminados, reflejos acuáticos y olas que parecían cruzar de la platea al escenario. A la par lo acompañaba un sinfín de burbujas que salían de diferentes direcciones y preparaba el terreno para la gran aparición. La sorpresa, perfectamente orquestada, no tardó en llegar: Ariel, la protagonista del cuento, irrumpió sobrevolando la sala desde el techo del teatro mientras dejaba oír su gran voz. El efecto fue inmediato: niños incrédulos, adultos boquiabiertos y una gran cantidad de luces en diferentes tonalidades azuladas flotando entre el público como si se tratara de un sueño compartido. El Gran Rex, por un instante, dejó de ser un teatro para convertirse en el reino de las profundidades, un lugar donde la magia y la realidad podían confundirse sin esfuerzo mientras las reacciones de los presentes no pasaban desapercibidas a poco tiempo de comenzar la función. En un gran traje de cangrejo, Listorti supo encarnar el rol de Sebastián, el consejero real de la historia La encargada de dar vida a Ariel fue Albana Fuentes, quien logró cautivar desde el minuto cero con su frescura y destreza mientras un arnés la llevaba hasta el medio del escenario. Albana, elegida entre nada menos que 1700 jóvenes, desafió la gravedad y la lógica con sus vuelos por el aire, pero también con la autenticidad de su sonrisa y la calidez de su interpretación. Su cabellera rojiza y el traje de lentejuelas multicolor resultaron tan llamativos como su carisma y el magnetismo de su aparición ante las miles de butacas. Así, se preparó para darle riendas a esta historia que no solo era la suya, sino también de su contrapunto romántico, que llegó de la mano del príncipe Eric, interpretado por Pablo Turturiello, quien sumó a la fantasía su voz y una impronta fresca, ajena a cualquier cliché. Lejos del estereotipo, el príncipe se mostró como un joven reflexivo, atrevido, dispuesto a desafiar las normas con sus propios sueños de navegar con su tripulación en un barco que no paraba de moverse entre barriles y olas. Los aplausos florecieron en cada diálogo suyo y se repitieron en las secuencias de baile enérgico, confirmando que este príncipe también quiere escribir su propio destino. Pese a las prohibiciones de su padre, la protagonista busca que la deje perseguir sus sueños en la superficie Como hilo conductor, el humor resultó esencial, especialmente en las escenas junto a Flounder, su inseparable amigo, encarnado por Valentín Zaninelli, quien no solo dejó a más de uno sorprendido con su pequeño skate que lo acompaña desde los laterales de la sala hasta el centro de la escena, sino también a la hora de intentar ayudar a la pequeña sirena. Las miradas cómplices entre los más pequeños del auditorio daban cuenta de la identificación instantánea con la sirenita inquieta, quien hacía oídos sordos a cada una de sus acotaciones e, incluso, a sus declaraciones de amor. Al igual que su contraparte animada, el pez amarillo y azul intentaba jugar como la consciencia de la protagonista, quien con su carismática sonrisa se salía con la suya en cada ocasión arriba de las tablas. Uno de los grandes momentos de la noche se vivió con la participación de Osvaldo Laport como el imponente Rey Tritón. Alejado de su zona de confort televisiva y con 68 años, se reinventó para la comedia musical al ponerse en la piel del conocido regente de los mares. Su interpretación osciló entre la autoridad de un padre protector y la vulnerabilidad de alguien dispuesto a reconocer sus errores y miedos de lo desconocido para el futuro de la joven Ariel, quien hace su aparición en escena luego de los comentarios de las otras sirenas y Sebastián. Laport, encarnando al rey Tritón, y Muscari, como sebastián, en medio de una de las charlas sobre Ariel La energía del espectáculo creció todavía más con la irrupción de Evelyn Botto como Úrsula, la bruja del mar. Botto se apoderó de la escena desde su primera entrada, desatando una ola de aplausos y risas cómplices, a diferencia de las reacciones que uno acostumbra ante la aparición del antagonista en la historia. A sus costados, sus secuaces Flotsam y Jetsam, dos anguilas manipuladas como títeres de mano con ojos brillantes, se acercaban entre sombras y rayos, mientras que ella, combinando movimientos teatrales precisos, voz potente y grandes dosis de carisma, compuso una villana imponente, divertida y temible a la hora de presentar su cometido: aprovecharse de la inocencia de Ariel para convertirla en su esclava a costas de su hermano, el soberano del mar. El diseño de su vestuario repleto de tentáculos negros brillosos y el maquillaje que combinaba con su enorme peluca acentuó cada uno de sus gestos, pero fue su personalidad el que convirtió a Úrsula en la gran estrella de la noche. Su actuación, por momentos hilarante y por otros intimidante, generó una de las dualidades más celebradas por el público: la de ser temida y adorada en igual medida mientras aparecía y desaparecía desde la parte central del escenario. Una vez más, la emotividad tiñó de luces azules la sala y fue el turno de Ariel de volver a hablar. La construcción de su personaje no se limitaba a los despliegues visuales; su voz contribuyó a crear los momentos más emotivos de la noche. “Ese lugar”, la canción emblema del personaje, resumió en pocos minutos la fuerza de los sueños y la valentía de quien se anima a cruzar el umbral de lo desconocido pese a los límites que intententaba imponer su padre. Ella, subida en un arnés que le permitía aparentar un nado por los rincones de su escondite repleto de “cachivaches”, continuó dejando en claro su deseo por dejar atrás su reino submarino y vivir nuevas experiencias. Pese a que la voz de la joven sirenita estaba ausente gracias a Úrsula, eso no impidió que ella y el príncipe se divirtieran juntos En el bloque más festivo y familiar de la noche, Listorti volvió a conquistar a todos con su interpretación de Sebastián, el cangrejo. La explosión de “Bajo el mar”, la canción más emblemática del musical, marcó un punto culminante: la sala completa agitaba las palmas, los niños se reían a la par de sus pasos y hasta los adultos se sumaban a la energía con una alegría contagiosa. La emoción en la sala se elevó cuando llegó la escena más esperada: el naufragio que dejó al príncipe librado a las mareas turbulentas, con la promesa de un inevitable destino. Las luces se tornaron azules y plateadas, simulando olas embravecidas sobre el escenario, y de pronto Ariel emergió en escena, suspendida en el aire, para salvarlo del abismo. El silencio se apoderó del público mientras el príncipe, aún aturdido y sin reconocer el rostro de su salvadora, quedaba prendado de un eco: la melodía de Ariel, que luego se convertiría en el faro de sus sueños. La conexión instantánea entre ambos encendió murmullos de asombro en la platea y miradas cómplices entre quienes vivían la historia por primera vez o la recordaban con nostalgia. Ya en las profundidades, Ariel regresaba a su mundo con el corazón agitado, incapaz de disimular el flechazo que le provocó ese joven humano. Fue Flounder, su inseparable amigo, el primero en captar el cambio en la sirenita. El pequeño pez, desbordado entre el enojo y la preocupación, corrió a contarle todo a las hermanas mayores de Ariel. El escenario fue invadido por un estallido de luces y voces: las sirenas, entre coreografías y armonías perfectamente ensambladas, protagonizaron un número musical donde el talento vocal y la chispa actoral de Valentín Zaninelli hicieron brillar al carismático Flounder, logrando risas y aplausos espontáneos entre el público más joven. El secreto no tardó en llegar al poderoso Tritón. Su entrada imponente alteró el clima, y de inmediato enfocó su enojo en el santuario de objetos “cachivaches” coleccionados por Ariel. Justo cuando Ariel tocó fondo, los secuaces de Úrsula se encargaron de conducirla hacia la bruja del mar. Botto apareció en escena y desplegó toda su potencia escénica interpretando “Pobres almas en desgracia”. Con tentáculos negros y actitud seductora, convenció a la sirenita de entregar su voz a cambio de unas piernas humanas. El público, absorto, presenció cómo la joven firmaba el contrato y se lanzaba a lo desconocido, mientras la gaviota Scuttle y sus amigos, desde la playa, la ayudaban a descubrir el andar torpe de quien aprende a vivir un sueño. El reencuentro con Eric no tardó en llegar. Turturiello fue rescatado por la muchacha desconocida y, sin saberlo, al amor de su vida. Juntos recorrieron el castillo, se unieron en cenas llenas de gestos y miradas que decían más que las palabras, en este caso Ariel sin su voz, y compartieron momentos de pura complicidad. Momentos más tarde, Listorti, en la piel de Sebastián, aportó el toque de humor y calidez en la famosa escena en la cocina, esquivando ollas y cazuelas al ritmo de una coreografía frenética. “Bésala”, la icónica canción, tiñó de romanticismo el ambiente de la función mientras luces semejando luciérnagas flotaban sobre la escena que asemejaba un pantano y niños y adultos contenían el aliento esperando el ansiado beso, truncado por la intempestiva aparición de las anguilas de Úrsula. Ariel y el príncipe Eric, juntos, en una escena que el baile dijo más que mil palabras (Soy Prensa) La villana reapareció con toda su fuerza, interrumpiendo la felicidad de los enamorados y lanzando una frase que provocó carcajadas y complicidad en la audiencia: “¿Qué es más fuerte que el amor verdadero…? ¡Las hormonas!”. Entre bailes y tensión, Úrsula desplegó sus trucos para quedarse con Ariel como rehén y poner a Tritón de rodillas, llevándolo a conocer la verdad sobre la trágica historia de la madre de Ariel. La batalla final mantuvo en vilo a la sala hasta el instante en que Ariel destruyó el objeto encantado y la bruja desapareció en una nube de luces rojas. Con la calma finalmente restaurada, Tritón reconoció el valor y los sueños de su hija y le regaló la posibilidad de una vida en la superficie. El reencuentro de Ariel y Eric, con ambos luciendo trajes nupciales, desató una ovación que pareció no tener fin. Niños y adultos, de pie, gritaron y aplaudieron mientras todo el elenco volvía al escenario para saludar. El cierre fue pura emoción: los protagonistas, abrazados, agradecieron junto al público esa felicidad compartida de creer, por una noche, en la magia y el poder de los sueños imposibles. A lo largo de noventa minutos, La Sirenita en el Gran Rex demostró que las grandes historias nunca dejan de emocionar, más allá del paso del tiempo y las transformaciones tecnológicas. Al salir del teatro, mientras la ciudad retomaba su ritmo apurado y volvía a abrirse la noche sobre Corrientes, la mayoría conservaba en la mirada esa chispa especial reservada para las experiencias únicas: la de haber compartido, al menos por unas horas, la felicidad de creer lo imposible posible, bajo el encanto eterno del escenario. Crédito de fotos: Soy Prensa.

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