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  • Un libro en dos mil palabras: “Rebelión en la granja”, una fábula sobre el poder y las revoluciones traicionadas

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 11/06/2025 05:23

    Un libro en dos mil palabras: "Rebelión en la granja" George Orwell escribió Rebelión en la granja en 1943 como una “fábula política”. Usó animales para contar lo que para él era el destino inevitable de las revoluciones traicionadas por sus líderes. La novela fue publicada en 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial, y generó polémica inmediata: cuestionaba de forma directa a la Unión Soviética de Stalin, entonces aliada contra Hitler. Lo que parecía un cuento para niños, en realidad era una radiografía implacable del totalitarismo. Rebelión en la granja Por George Orwell eBook Gratis Descargar En poco más de cien páginas, Orwell retrató los mecanismos del poder, la manipulación del lenguaje, la represión y el modo en que los ideales pueden degenerar en dogmas. No lo hizo desde un lugar abstracto, sino que contó una historia. Con ritmo, tensión, y sobre todo, con una lógica interna impecable. Esta es la historia que te vamos a contar -CON SPOILERS- en algo menos de 2.000 palabras. Rebelión en la granja La granja Manor era un sitio sombrío, donde el trabajo era pesado y las recompensas escasas. La dirigía el señor Jones, un granjero autoritario y descuidado, y el lugar parecía estancado en la rutina del abuso. Jones bebía en exceso, olvidaba alimentar a los animales, y cuando lo hacía, las raciones eran mínimas. Los animales trabajaban largas horas y dormían en condiciones precarias, sin esperanza de que algo cambiara. Pero una noche, una chispa se encendió. El Viejo Mayor, un cerdo venerado por su inteligencia y su edad, convoca a todos en el granero. Tiene un sueño que quiere compartir. En él, los animales son libres, iguales, y viven sin el yugo de los humanos. Denuncia la explotación sistemática a la que están sometidos. “El Hombre es el único ser que consume sin producir. No da leche, no pone huevos, es demasiado débil para tirar del arado y su velocidad ni siquiera le permite atrapar conejos. Sin embargo, es dueño y señor de todos los animales”. Su discurso, directo y apasionado, enciende algo en los oyentes: una mezcla de rabia, claridad y esperanza. Luego les enseña una canción, Bestias de Inglaterra, que se convierte en himno revolucionario. Habla de un pasado perdido, de un futuro posible. “¡Bestias de Inglaterra, bestias de Irlanda! ¡Bestias de toda tierra y clima! ¡Oíd mis gozosas nuevas que cantan un futuro feliz! Tarde o temprano viene el día. El hombre tirano sera derrocado. Y los campos fructiferos de Inglaterra serán pisoteados solo por bestias“. Días después, el Viejo Mayor muere. Pero la semilla está plantada. Los cerdos, los animales considerados más inteligentes, toman el liderazgo ideológico. Dos de ellos se destacan de inmediato: Snowball, elocuente, idealista y con vocación pedagógica, y Napoleón, callado, frío, ambicioso. Ambos empiezan a organizar a los animales. Redactan los principios del “Animalismo”, una doctrina inspirada en las ideas del Viejo Mayor. La presentan como un camino hacia la emancipación. Squealer, un tercer cerdo, se encarga de explicar y traducir los principios a un lenguaje más simple. Habla con rapidez y convicción. A menudo logra que los animales duden de su propio razonamiento: “Se decía de Squealer que era capaz de hacer ver lo negro, blanco”. Un día, el Sr. Jones, completamente borracho, no da de comer a los animales. El hambre, sumada al resentimiento acumulado, detona la rebelión. Sin un plan preciso, pero con fuerza colectiva, los animales irrumpen, enfrentan a Jones y lo expulsan junto con sus peones. Lo que parecía imposible ocurre en minutos. La granja es suya. Rebautizan el lugar como “Granja Animal”. Sobre una pared del establo escriben siete mandamientos, el último de los cuales dice: “Todos los animales son iguales”. Se establece una asamblea semanal para tomar decisiones, con participación abierta. Snowball asume el rol de organizador. Diseña comités, alfabetiza, impulsa mejoras. Napoleón observa, acumula poder, adoctrina en silencio a los más jóvenes. Recluye a nueve cachorros a quienes entrena en secreto: “Allí los mantuvo en tal grado de reclusión, que el resto de la granja pronto se olvidó de su existencia”. George Orwell, el autor de "Rebelión en la granja", una fábula amarga Durante un tiempo, la vida parece mejorar. Los animales trabajan con entusiasmo. Se sienten dueños de su destino. Boxer, el caballo más fuerte, se convierte en símbolo del nuevo orden. Su fuerza física y su disciplina son admiradas por todos. Su lema es simple y repetido como oración: “¡Trabajaré más fuerte!”. Pero no todo es equitativo. Pronto se descubre que la leche y las manzanas están siendo consumidas solo por los cerdos. Ante el malestar, Squealer interviene con una lógica que disfraza el privilegio: “Nuestro único objeto al comer estos alimentos es preservar nuestra salud. [...] ¿Sabéis lo que ocurriría si los cerdos fracasáramos en nuestro cometido? ¡Jones volvería!”. Es un chantaje emocional disfrazado de argumentación. Funciona. La situación se complica cuando Jones intenta recuperar la granja con ayuda de otros granjeros. Los animales se organizan y resisten. La llamada “Batalla del Establo de las Vacas” es sangrienta, pero termina con la victoria animal. Snowball dirige la defensa con inteligencia táctica. “El espectáculo más aterrador lo ofrecía Boxer, encabritado sobre sus cuartos traseros [...] Su primer golpe lo recibió en la cabeza un mozo de la caballeriza”. Tras la batalla, se establece un nuevo ritual: las condecoraciones. Snowball y Boxer reciben medallas. El relato heroico refuerza el sentido de pertenencia. Con el tiempo, se agudiza la rivalidad entre Snowball y Napoleón. El punto de ruptura llega con la propuesta de Snowball de construir un molino de viento. Argumenta que permitirá generar electricidad y facilitar el trabajo. Napoleón se opone, pero no discute en público. Espera el momento. Cuando llega el día de la votación, Napoleón hace una señal: aparecen los perros que ha criado en secreto y atacan a Snowball. El cerdo huye y desaparece. “Snowball huía a todo correr […] logró escabullirse por un agujero del seto, poniéndose de este modo a salvo”. Con su salida, termina la participación democrática. Las asambleas dominicales se cancelan. Napoleón se autoproclama “líder”. Las decisiones pasan a ser tomadas por comités controlados por los cerdos. Squealer se encarga de justificar cada medida: “La lealtad y la obediencia son más importantes”. “Napoleón siempre tiene razón” Paradójicamente, el molino de viento, que Napoleón había rechazado, es retomado como proyecto estrella. Los animales lo construyen bajo condiciones durísimas. El invierno es crudo. La comida escasea. Boxer, aún herido, trabaja sin descanso. Repite su nuevo lema: “Napoleón siempre tiene razón”. Los cerdos se mudan a la casa del viejo granjero. Duermen en camas. Clover, la yegua, intenta recordar si eso estaba prohibido. Pero al revisar los mandamientos, descubre que han sido modificados. Lo que antes decía “Ningún animal dormirá en una cama”, ahora dice: “...con sábanas”. Una tormenta destruye el molino casi terminado. Napoleón acusa a Snowball. Lo acusa de sabotaje. De traición. La figura de Snowball, antes heroica, ahora es presentada como un espía. Cada problema es atribuido a su mano invisible. La historia empieza a reescribirse. El miedo crece. Un día, Napoleón convoca a todos los animales. Hace confesar a varios —gallinas, ovejas, incluso cerdos menores— supuestas conspiraciones. Los perros los ejecutan en público. Es la primera vez que se mata dentro de la granja. Los animales quedan paralizados. Clover observa el horror sin entender cómo llegaron a ese punto. Claro que eso no era lo que habían soñado, pero no dice nada. Nadie dice nada. Más iguales que otros La violencia institucionalizada se naturaliza. Se prohíbe cantar Bestias de Inglaterra. Se sustituye por una marcha escrita por los cerdos. Los mandamientos, uno a uno, van desapareciendo o cambiando. Solo queda uno, ambiguo: “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”. Napoleón, que tristeza, se parece cada vez más al señor Jones: “No les resultó extraño cuando vieron a Napoleón paseando por el jardín de la casa con una pipa en la boca; no, ni siquiera cuando los cerdos sacaron la ropa del señor Jones de los roperos y se la pusieron; Napoleón apareció con una chaqueta negra, pantalones bombachos y polainas de cuero, mientras que su favorita lucía el vestido de seda que la señora Jones acostumbraba a usar los domingos”. El lenguaje ya no comunica: confunde. Squealer publica cifras que celebran una producción récord, aunque todos están desnutridos. Si alguien recuerda algo distinto, él lo desmiente. Con tono razonable, amable, apela a la lógica. Nadie puede discutirlo, porque nadie recuerda con claridad. La memoria se borra. “Resultaba satisfactorio el recuerdo de que, después de todo, ellos eran realmente sus propios amos y que todo el trabajo que efectuaban era en beneficio común. Y así, con las canciones, los desfiles, las listas de cifras de Squealer, el tronar de la escopeta, el cacareo del gallo y el flamear de la bandera, podían olvidar por algún tiempo que sus barrigas estaban poco menos ya que vacías”. Los años pasan. Las figuras fundadoras mueren o desaparecen. Boxer, herido mientras reconstruía el molino, sufre una caída. No puede levantarse. Los animales suplican que lo cuiden. Napoleón promete que será atendido. Envía una carreta. Benjamin, el burro, lee la inscripción: es la de un matarife. Boxer es vendido. Con el dinero, los cerdos compran whisky. Squealer anuncia que murió en paz, atendido por médicos. Dice que sus últimas palabras fueron elogios a Napoleón. Los animales quieren creerlo. Pero algo no encaja. La estructura social ya no tiene rastros del ideal original. Los cerdos caminan en dos patas. Usan ropa. Comen en vajilla fina. Hablan con humanos. Firman acuerdos. Los animales del resto de la granja los observan desde afuera. No entienden lo que dicen. Solo ven gestos. Risas. Copas que se chocan. En la escena final, los cerdos están sentados a la mesa con representantes humanos. Se celebra una fusión. Las diferencias entre especie, poder y lenguaje se borran. “Los animales asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro”. Epílogo sin moraleja George Orwell escribió esta historia para demostrar cómo la historia puede distorsionarse cuando el poder controla el lenguaje. Rebelión en la granja no es solo sobre la Unión Soviética. Es sobre cualquier sistema donde la memoria colectiva se borra, donde las palabras pierden su sentido, donde se invierte el significado de la justicia y donde la igualdad es, en el fondo, una ilusión manipulada.

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