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  • Néstor Medrano: “Para mí el mural no me pertenece, es de la gente”

    Gualeguay » Debate Pregon

    Fecha: 08/06/2025 18:06

    En esta entrevista con El Debate Pregón, repasa sus últimas experiencias, reflexiona sobre la cultura y el patrimonio, y confirma que su búsqueda es, ante todo, colectiva. —Néstor, recientemente fuiste seleccionado para una muestra organizada por la embajada de Palestina. ¿Cómo fue ese proceso y qué significó para vos? —Mirá, fuimos invitados varias veces por la embajada de Palestina. Es una convocatoria abierta que al principio era solamente a nivel nacional, después se amplió a nivel sudamericano, y esta última edición fue internacional. El tema específico es “Palestina libre” y está centrado en la técnica del grabado. Se hace una preselección entre quienes participamos, y de ahí se eligen 25 obras para formar parte de una carpeta. Esa carpeta nos la entregan a cada uno de los seleccionados: uno se lleva su propio grabado, pero también los de los otros 24 artistas que fueron seleccionados. El objetivo es visibilizar lo que ocurre en Palestina, en especial en la Franja de Gaza. Es muy emotivo, porque ha trascendido mucho. Este año participaron grabadores de Estados Unidos, Europa, África, China… La carpeta tiene una mirada internacional, pero también difunde el grabado como técnica dentro de las artes plásticas. —¿La obra original se expone en algún lugar? ¿Queda en la embajada? —Sí, desde la inauguración se hizo una muestra en la embajada. Se realiza una exposición formal el día del acto de entrega de las carpetas y también de una medalla que es un recordatorio. Se ha viralizado mucho, y además, cada tanto, ellos están exponiendo estas obras donde lo requieren. Al pertenecer a la embajada, tienen la posibilidad de difundir la obra en todo el mundo. —Imagino que tuviste una conexión personal con este trabajo… —Sí, hay una cuestión genética. El recuerdo que tengo de mi abuelito, que se llamaba Hassan Shaban Ahmed… cuando bajó del barco, me imagino que cuando le preguntaron cómo se llamaba, alguien dijo: “Ah, perfecto. Ángel Jacinto Chabán”. Ese era mi abuelito. Y también mi mamá se llamaba Naife. Así que tengo algo de todo eso. Pero independientemente de esto, conmueve la impunidad y cómo estamos también… —Hace poco estuviste en Hernández, en un homenaje que mezcla arte y memoria popular. ¿Cómo fue esa experiencia? —Eso fue muy interesante. Surgió de un grupo de amigos de Hernández, fanáticos de Diego. Había un pueblo vecino que se desafiaba con ellos para ver quién hacía primero un mural de Maradona. Empezaron con esa idea y después el intendente Luis Gaioli, junto con un grupo de amigos, entre ellos su secretario de gobierno, empezaron a madurar la idea. Ese amigo, que era su secretario, falleció durante la pandemia y eso les dio el empujón final. A Luis lo conocía de vista, y me convocan para este trabajo. Les pedí ayuda con algunas imágenes. Querían hacer un mural más grande del que terminó siendo, pero igual tiene grandes dimensiones: 5 metros de alto por 7 de ancho. Lo tuve que modular para poder trabajarlo acá. Se transformó en 70 placas de 50 cm de alto por 1 metro de ancho. En cinco o seis días lograron colocarlo, fue increíble. La inauguración fue muy emotiva. Estuvieron las hermanas de Diego. Nunca habían visto algo similar, ni en Villa Fiorito ni en Italia. Según ellas, están orgullosas porque es el mural más grande del mundo en técnica de mosaico. Han investigado mucho y han visto trabajos notables, pero este mural tiene su identidad. A mí me dieron la libertad de trabajar con una cantidad de imágenes que resumían lo que para mí representa Diego: con la Selección, con la camiseta de Boca, jugando con la pelota en la cabeza… Fotos icónicas. Jugué con todo eso y terminó siendo lo que por suerte resultó ser: un impacto visual muy interesante. —¿Cómo te conecta eso con lo popular? —Es lo que más me entusiasma de todo mi recorrido. Lo que más me interesa es investigar, siento que todo es un aprendizaje permanente. Ahora mismo estoy aprendiendo con lo que estoy haciendo. No solamente con los murales, también con las líneas, los azulejos, los grabados. Cuando se trata de murales, como es una obra pública, siento que no me pertenece. Al contrario, para mí es una presión que el parecido sea lo más real. Culturalmente tenemos esto de que aunque no sepamos nada, cuando vemos algo buscamos el error. En el caso del mural de Diego, la última vez que lo vi fue cuando hice la trasposición del boceto al papel a escala. Ahí corto, modulo y empiezo a trabajar. Después lo veo terminado junto con todos. Tomo distancia y ahí veo lo que pasó. Muchas resoluciones aparecen del accidente, y eso lo hace más interesante. Después, el alivio de haber cumplido con la tarea. —También estás trabajando en un mural muy significativo en Concepción del Uruguay, dedicado al Colegio del Uruguay. ¿Qué podés contar sobre eso? —Sí, muy contento y agradecido. La primera impresión fue la seriedad y el formalismo con que se tomó todo. Desde la municipalidad y el intendente José Eduardo Lauritto decidieron armar una comisión de seguimiento. Hay profesores, funcionarios del área de Cultura, concejales de distintos bloques, especialistas en museo, artistas plásticos… Son ocho personas. Hice un primer avance con un boceto que me pareció interesante. El mural tiene 3 metros de alto por 12 de ancho. Como es muy grande, me pareció que hacer solo la fachada era un pecado. El colegio tiene mucho más para decir. Han pasado por ahí personas que llegaron a ser presidentes, personalidades destacadas a nivel nacional. Concepción del Uruguay es conocida como “La Histórica”. El patrimonio no es solo local o provincial, es del país. La comisión se ha apropiado del boceto y eso me da más tranquilidad, porque como es obra pública, eso también me permite después encarar directamente el trabajo práctico, que es empezar a poner los azulejos. Calculo que llevará aproximadamente un año, como lo de Maradona. Para mí, de eso se trata la obra pública: es lo único que pasa a ser patrimonio de un Estado, porque es única, auténtica y original. Lamentablemente, esa concepción no se comparte en muchas localidades, pero es lo que somos, nuestro origen. La historia lo demuestra. En las guerras, el patrimonio siempre fue la cultura: los mármoles, los libros. Para muchos estados, la cultura sigue siendo un gasto y no una inversión. —¿Cómo llegaste a la técnica del mosaico? —Por accidente. Arrancó con un llamado de María Esperanza García, una trabajadora social que estaba en la Unidad Penal. Me convocó para un mural en una pared que daba al sur. Yo venía con un recorrido en la Facultad de Arquitectura, estudiando historia los sábados, y ahí descubrí la obra de Gaudí. Tal vez por ahí arranca. Cuando se hablaba de mural, uno pensaba en pintura. Yo decía: “Voy a estar pintando y restaurando toda la vida”. Entonces se me ocurrió el mosaiquismo. En un principio iban a ser 11 figuras, incluyendo a Derlis Maddoni y Antonio Castro, a quienes conocí y con quienes expuse. Durante el proceso fallecieron dos más, entre ellos Chacho Manauta. Terminaron siendo 14. Acá me dieron vueltas para decirme que no. Me fui con ese boceto a la provincia, y ahí enseguida me dijeron que sí. Conseguí financiamiento para hacerlo en mosaico. No eran azulejos, sino piso cerámico. Elegí cinco tonos y con eso trabajamos siete meses corridos junto con Charly Zárate, de madrugada hasta las 9 de la mañana, de lunes a lunes. Después vino uno en Paraná, en la Casa de la Cultura. Más tarde me conecté con Rubén, un arquitecto de Paysandú. Se interesó muchísimo por la técnica. Yo tenía una imagen de Artigas que me habían encargado desde la provincia. Hubo un cambio de gestión y logré emplazarla en Paysandú, frente a la plaza Artigas. Luego vinieron murales de Los Iracundos, de Líber Seregni del Frente Amplio… No sé cuántos ya, pero varios. —¿Cómo es el tema del material? —Ahora está mucho más difundido. Hay casas de reposición de azulejos en Rosario y Buenos Aires. Y un detalle que me parece importante: cuando estudié a Gaudí, él utilizó esta técnica, que allá se llama trencadís, como revestimiento decorativo. La particularidad de lo que yo hago es que son rostros, y eso requiere un ajuste más preciso. Cada uno tiene su forma, y hoy también se hacen rostros con azulejos, pero con otros cortes. Lo bueno es que hay libertad para expresarse, pero también garantía de que la obra va a perdurar. Es un material muy noble. Eso sí: no permite muchos errores. Así como es noble, también hace visibles las imprecisiones.

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