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Victoria » Diario Victoria
Fecha: 08/06/2025 16:14
En una soleada Plaza de San Pedro, el papa León XIV presidió este Domingo de Pentecostés la Santa Misa ante miles de fieles de diversas nacionalidades. Durante su homilía, el Sumo Pontífice exhortó a los presentes a poner en práctica «el mandamiento del amor» y a abrirse a la acción transformadora del Espíritu Santo, centrando su mensaje en la superación de muros, divisiones, egoísmos y prejuicios. Inspirado por el relato de los Hechos de los Apóstoles, el Papa recordó que, al igual que en el Cenáculo, hoy también “desciende sobre nosotros el don del Espíritu Santo como un viento impetuoso que sacude”. Subrayó que esta sacudida nos impulsa a abrir fronteras, en línea con lo expresado por Benedicto XVI en 2005: “El Espíritu Santo supera la ruptura iniciada en Babel y abre las fronteras. […] La Iglesia debe llegar a ser siempre nuevamente lo que ya es: debe abrir las fronteras entre los pueblos y derribar las barreras entre las clases y las razas”. León XIV trazó una ruta clara para una Iglesia sin muros ni despreciados, buscando una Iglesia de hermanos y hermanas libres en Cristo. Para ello, destacó tres dimensiones esenciales de la acción del Espíritu Santo: su capacidad de abrir fronteras en nuestro interior, en nuestras relaciones y entre los pueblos. “El Espíritu abre las fronteras dentro de nosotros” El Papa León XIV señaló que la primera obra del Espíritu es interna: romper las barreras del egoísmo, del individualismo y del miedo, para dar espacio al amor. “El Espíritu Santo viene a desafiar, en nuestro interior, el riesgo de una vida que se atrofia, absorbida por el individualismo”, explicó el Santo Padre. Con pesar, denunció cómo en un mundo hiperconectado, millones de personas permanecen solas y desorientadas: “Es triste observar cómo en un mundo donde se multiplican las ocasiones para socializar, corremos el riesgo de estar paradójicamente más solos, siempre conectados y sin embargo incapaces de ‘establecer vínculos’, siempre inmersos en la multitud, pero restando viajeros desorientados y solitarios”. Frente a esta realidad, el Pontífice recordó que el Espíritu de Dios “nos hace descubrir un nuevo modo de ver y de vivir la vida”. Por un lado, “nos abre al encuentro con nosotros mismos, más allá de las máscaras que llevamos puestas”, y por otro, “nos conduce al encuentro con el Señor enseñándonos a experimentar su alegría y nos convence de que sólo si permanecemos en el amor recibimos también la fuerza de observar su Palabra y, por tanto, de ser transformados por ella”. “El Espíritu abre las fronteras en nuestras relaciones” El Espíritu Santo también hace madurar en nosotros los frutos que ayudan a vivir relaciones auténticas y sanas. “Cuando el amor de Dios mora en nosotros, somos capaces de abrirnos a los hermanos, de vencer nuestras rigideces, de superar el miedo hacia el que es distinto”, aseguró el Pontífice, recordando que el Espíritu actúa entre las personas, transformando aquellos peligros ocultos que contaminan nuestras relaciones, como los malentendidos y los prejuicios. Denunció con firmeza las formas de violencia y dominación, citando con dolor los recientes casos de feminicidio: “Pienso también -con mucho dolor- en los casos en que una relación se intoxica por la voluntad de dominar al otro, una actitud que frecuentemente desemboca en violencia, como desgraciadamente demuestran los numerosos y recientes casos de feminicidio”. Finalmente, el Papa rememoró cómo en Pentecostés las lenguas no dividieron, sino que unieron: “El caos de Babel es apaciguado por la armonía del Espíritu”. Recordó que hoy, las divisiones “no son ocasión de división y de conflicto, sino un patrimonio común del que todos podemos beneficiarnos, y que nos pone a todos en camino, juntos, en la fraternidad”. La homilía concluyó con un llamado del Papa a poner en práctica “el mandamiento del amor”, recordando que “el Espíritu rompe las fronteras y abate los muros de la indiferencia y del odio” en un mundo desgarrado por guerras y migraciones forzadas.
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