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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 08/06/2025 03:20
Cristina Fernández de Kirchner La dimos por muerta en 2009, hace catorce años, cuando fue derrotada por un político fugaz en la provincia de Buenos Aires. Pero dos años después ganaba las presidenciales en primera vuelta por 54 a 17 por ciento. La volvimos a dar por muerta en 2013, cuando perdió contra la escisión del fugaz disidente Sergio Massa. Otra vez en 2015, cuando su candidato, el ahora libertario Daniel Scioli, fue derrotado por Mauricio Macri. Y de nuevo en 2017, cuando ella misma fue humillada al perder en la provincia de Buenos Aires contra Esteban Bullrich. Era la época en que la sociedad estaba impactada por los bolsos de José López, su secretario de Obras Públicas: imposible que alguien sobreviviera a tanto escarnio, tanta vergüenza. Pero no: otra vez resucitó como vicepresidenta. La velamos luego cuando el gobierno de otro de sus candidatos, Alberto Fernández, derrapó mal. De esa sí que no se podría recuperar. Pero ahí está. La despedimos tantas veces que, naturalmente, es muy difícil resistir la tentación de hacerlo ahora, de nuevo, cuando se presenta para ser candidata a un cargo tan menor como el de ¡diputada provincial!: justo ella que fue diputada nacional, senadora nacional, presidenta dos veces, vicepresidenta. ¿Diputada provincial? ¿De verdad va a aceptar semejante degradación? Por si fuera poco, está cercada por la Justicia. O sea que todo está preparado para la despedida tanto tiempo anunciada. Nunca, a decir verdad, estuvo tan mal. Solo que: ¿será así? ¿No habrá algún motivo para sospechar que, tal vez, nuestros análisis, nuestras percepciones, sobre ella hayan sido -sean- un poco sesgados? Es que si uno suma y resta a la manera tradicional, Cristina realmente parece terminada. Ese punto de vista es muy razonable. Si ella no se presenta en la elección grande, la de diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires, es porque tiene miedo de perder. Entonces, se recluye en el territorio donde el peronismo nunca jamás perdió en toda su historia: el Sur del gran Buenos Aires, esa zona de donde surgió el 17 de Octubre, donde ella ganó siempre aun cuando perdiera en todo el país. O sea: para asegurarse un poquito de poder, lo poco que le queda, hace trampa, elige el territorio donde todos los peronistas ganaron siempre. A cambio de eso se achica como nunca. Renuncia a liderar al peronismo en el resto del país, donde es más débil que nunca, y en la provincia de Buenos Aires. Se atrinchera, se protege, retrocede, se encierra. ¿Cómo termina este proceso? ¿Como candidata a concejal de La Matanza, consejera vecinal en Florencio Varela? Cristina Kirchner en La Matanza No solo eso. La movida de Cristina obedece a un déficit evidente de su liderazgo. No hay cerca suyo nadie que pueda postularse en la pelea chica, la provincial, para luego presentarse ella en la grande. ¿Qué dice de ella que, después de tantos años, no tenga a ningún candidato para presentar en un distrito bonaerense? Además, en estos largos años fue perdiendo gobernadores, intendentes, diputados, senadores, sindicalistas. Lideró al peronismo hacia su peor momento, que es este. Es muy impresionante el contraste entre la Cristina todopoderosa del 2011 y la Cristina aislada de estos días. Ya ni Axel Kicillof le obedece. Ni siquiera Mario Secco, el intendente de Ensenada. Ni Andrés Larroque. De nuevo: la matemática tradicional obliga a pensar que ya está, que ya fue, que mejor olvidarla. Pero, claro, la política obedece a otras reglas que las matemáticas más sencillas. Porque, al mismo tiempo, a diferencia de cualquier líder local, de aquí a septiembre se hablará como nunca de “la tercera sección electoral”. Cristina se achica al recluirse allí, pero al mismo tiempo agranda ese territorio en términos simbólicos. El día de la elección todo el mundo político va a estar mirando cómo le fue a Ella en “la tercera sección electoral”. Apenas Cristina anunció su nueva aventura, la cuenta de Santiago Caputo –esa graciosa entidad de estos tiempos- pronosticó que el oficialismo le ganaría con cualquiera. Y echó a rodar la versión de que el candidato de la Casa Rosada sería el Gordo Dan –otra simpática entidad de estos tiempos. Tal vez sea así y, ese día, habrá certidumbre sobre el final de Cristina. Pero, ¿y si no lo fuera? ¿Y si ella ganara, digamos, por quince o veinte puntos en su territorio? ¿Alguien se animaría a darla por muerta? Si, claro, si es lo que sucede siempre. Pero, ¿y si después la economía se complicara? Es que la dimos por muerta tantas veces que con ella nada es seguro. Es un organismo realmente resistente, por decirlo de alguna maneral. Por otra parte, ¿cuántas veces gente como nosotros lo habrá dado por muerto a Perón entre 1955 y 1973? Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti En el medio, claro, otro drama se está gestando. Porque podría ser que la Corte Suprema de Justicia interfiera en este proceso y la mande a detener en las próximos días. Varios colegas que no la quieren lo han anunciado. En ese caso, todo cambiaría. Es fácil de anticipar que esa decisión proyectaría a Cristina, ante un sector muy grande de la población, a la categoría de mito. Ya podría decir para siempre que la corrieron de la batalla política por una decisión judicial y no por el rechazo del pueblo. El encanto de la democracia consiste en que todos tienen opiniones y muchos pensarán con todo derecho que está presa e inhabilitada porque robó y está bueno que quien las hizo las pague. Otros creerán que se trata de la confirmación de una persecución. Cuántos crean una cosa o la otra, se verá. Pero que su eventual detención fortalecerá los vínculos emotivos entre Cristina y los suyos cae de cajón. Y los suyos son, todavía, muchos. Menudo dilema el de los miembros de lo que queda de la Corte Suprema. Si la detienen ahora, habrán corrido de carrera a un candidato competitivo: ante mucha gente parecerán los artífices de una proscripción muy tangible. Si, en cambio, posponen la decisión hasta después de las elecciones puede suceder que Cristina gane y luego, ante un eventual desgaste de Javier Milei, crezca en las encuestas. En ese caso, la Corte desplazaría a una potencial Presidenta. La única manera de quitarle presión a esa decisión es que ella sea derrotada y después le caiga encima la sentencia. Pero los dilemas no se agotan ahí. Las democracias sufren cuando sus líderes roban, pero también cuando son impedidos de postularse. Eso ocurrió en Brasil. ¿Habría ganado Bolsonaro si le permitían presentarse a Lula? ¿Es correcto que ahora sea Bolsonaro el que no puede presentarse? ¿No hubiera sido injusto que la justicia norteamericana impidiera que más de la mitad de los votantes pudieran elegir a Donald Trump como presidente? Ese era el argumento original de los libertarios para rechazar la ley de Ficha Limpia, que con esa ley Trump habría quedado afuera. El presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva y la ex presidenta de Argentina Cristina Fernández Es que se trata de una encrucijada sin solución. Trump, por ejemplo, estaba investigado por delitos muy graves. La popularidad de un político no debería ser un atajo para garantizarle impunidad. Pero, al mismo tiempo, si era castigado como merecía, se habría coartado la libertad de elegir de una mayoría indiscutible. O sea, si no se lo castigaba para proteger a un líder político, se consagraba la impunidad, se dañaba la idea de igualdad ante la ley. Pero si se lo castigaba, se dañaba la confianza en la democracia de una mayoría que se veía impedida de elegir a su líder. Por eso: pavada de dilema el de los miembros de lo que queda de la Corte. Encima, hay un punto en el que la ex presidenta tiene razón. La Justicia argentina actúa en dos velocidades muy contrastantes. Cuando un acusado es kirchnerista, avanza, rauda y potente. Cuando, en cambio, perteneció a las huestes de Mauricio Macri, o se trata del mismísimo ex presidente, ni siquiera es llamado a declarar. No los imputan, no los procesan. Simplemente, las causas mueren de causa natural. ¿A qué se deberá esto? Sería aburrido enumerar todos los casos en que sucedió pero cualquier persona con honestidad intelectual, si mira seriamente el asunto verá un doble estándar bastante escandaloso. En un caso, los citan, los detienen, los procesan, los condenan, hasta dejan que los fotografíen en pijama. En el otro, ni siquiera los molestan. Claro, cada vez que habla, Cristina omite la mitad de la historia. Ella se queja del evidente doble estándar judicial, pero no reconoce la corrupción gravísima de su Gobierno, que no podría haber ignorado: en su relato no existen José Lopez, Amado Boudou o Lazaro Baez. Ni los menciona para defenderlos. Ella recuerda las campañas sucias que sufrió, pero omite las que armó su Gobierno: por ejemplo, cuando inventaron, con la ayuda de un juez propio, que Francisco de Narvaez era narco, en medio de una campaña electoral, o cuando lograron que otro juez disciplinado procesara a Mauricio Macri por una estupidez. El lawfare se aplicaba en otros tiempos, también, solo que en sentido inverso. Y así, desde siempre, en todo. Ella, en su relato, solo aparecen como una gran estratega, una líder generosa, o una perseguida. Si la llegan a detener, ese relato tendrá nuevos argumentos para fortalecerse. Cada gesto que ella haga desde la prisión será una noticia. Y ella sabe, casi como nadie, respetar los tiempos del drama. Cada declaración, cada visita que reciba, será otra noticia. Habrá reacciones internacionales. Reels de Instagram. Largos posteos en X, saludos desde la ventana de una casa. En las familias y en las redes se volverá a hablar de ella. Mucha gente celebrará la detención, que estaba esperando hace años. Se ensañarán con desprecio. Otros la defenderán son lágrimas en los ojos y la obedecerán, más que nunca, hasta el final. Yegua, líder, montonera, Evita, chorra, perseguida, corrupta, presa o muerta. Y nosotros, los periodistas, también hablaremos del asunto, como hace tanto tiempo. Aunque esta vez, sí. Se terminó. ¿No es evidente que si ella se postula en ese lugar es porque ya fue? Seguro. Solo hay que saber sumar y restar. Como dice el Presidente, se está por colocar el último clavo en el ataúd del kirchnerismo. Y quién podría dudar de su palabra.
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