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» Diario Cordoba
Fecha: 07/06/2025 21:17
Hubo un tiempo en que los teléfonos móviles no existían, o eran artefactos descomunales reservados a unos pocos afortunados. Una época sin notificaciones, pantallas encendidas constantemente, ni mensajes instantáneos. Una era en la que la única conexión con tus padres, tus amigos o el amor de tu vida pasaba por una cabina de teléfono -esa cápsula de cristal con alma metálica- o por un fijo por el que, con frecuencia, no respondía alguien que no esperabas… o que simplemente no respondía. Este lunes, el Ayuntamiento de Córdoba anunció que retirará las 26 cabinas que aún sobreviven, casi por accidente, en las calles de la ciudad. Ninguna funciona ya. La mayoría han sido vandalizadas, están cubiertas de suciedad, sin auricular o con el cable seccionado como si hubieran sido olvidadas a medias entre la historia y el abandono. Desde hace ya más de una década que nadie marca desde las cabinas, nadie escucha ese pitido agónico que recordaba que, o se echaban 25 pesetas más, o la conversación acababa abruptamente. Ahora, muchas de las cabinas están cubiertas de grafitis, llenas con anuncios de clases particulares o alquileres de viviendas, silenciosas en mitad de avenidas como la de Cádiz o República Argentina. Cientos de cordobeses caminan a diario junto a ellas sin detenerse ni mirarlas siquiera. Pero ahí permanecen como testigos mudos, no solo como una tecnología obsoleta, sino como recuerdo de una forma de vivir, de sentir y de comunicarse que ya no existe. Recordarlas es volver a un tiempo en el que todo iba más lento. A cuando hablar por teléfono exigía valentía y era algo casi íntimo. A una época en la que tal vez no fuimos más felices entonces, pero sí más conscientes de cada conversación. Más presentes. Más humanos. Antonio Mata. / A. J. González Antonio Mata: «No sé cómo nos las apañábamos» Para Antonio Mata, las cabinas telefónicas son un recuerdo vivo de sus primeros años como repartidor en la provincia. «Llegaba a un pueblo y lo primero que hacía era buscar la cabina para llamar a la fábrica, ponerme en contacto con ellos y que empezaran a preparar los nuevos encargos», recuerda con una sonrisa. Vecino del Sector Sur, Antonio se pregunta con cierta ironía: «¿Cómo nos apañábamos? No lo sé, pero siempre salíamos adelante». También rememora la larga espera que vivió en Don Benito (Badajoz) para poder llamar a su familia, después de que se produjera un terremoto, «había una cola de horas», dice mientras enseña su teléfono, aún de teclas: «Le doy bastante menos uso del que le daba a las cabinas», resume. Mª Carmen Gómez y Pedro Pablo Zafra. / A. J. González Mª Carmen Gómez y Pedro Pablo Zafra: «Mi madre se enfadaba con el contestador» «Quedábamos por ahí o hablábamos desde alguna cabina». Como tantas otras, esta pareja encontró en las cabinas telefónicas una forma de mantenerse en contacto, ya que no coincidían en el día a día. Durante años, la relación se sostuvo en parte por el hilo invisible que conectaba una cabina con el teléfono fijo con la casa de uno de ellos. Además, otro de los recuerdos de María Carmen es el de su madre enfadándose con el contestador automático: «Decía: ‘¡Señora, que no quiero hablar con usted!’». Francisco Guerrero y Ana Cano. / A. J. González Francisco Guerrero y Ana Cano:«Fueron años muy felices» «Las usaba sobre todo para avisar si me retrasaba en el bar», quienes tenían teléfono fijo en casa también recurrían a las cabinas en momentos puntuales del día a día, tal y como recuerda Francisco Guerrero. Trabajador de Telefónica, desde muy pronto tuvieron un fijo en su casa. Aunque las cabinas las usaban para situaciones puntuales, también evocan una época en la que fueron «muy felices», comenta Ana con una sonrisa. También les retrotraen a sus primeros viajes juntos, cuando llamaban desde cabinas para avisar a sus familias de que habían llegado bien. Manuel Ortiz. / A. J. González Manuel Ortiz y los trucos para no pagar Los trucos para llamar pagando lo menos posible también estaban a la orden del día, Manuel Ortiz fue un usuario bastante habitual de las cabinas telefónicas, aunque «sobre todo de las que eran cerradas y cuadradas». Durante su servicio militar en Huesca usaba un mechero para hacer contacto una vez iniciada la llamada, y así podía continuar la conversación sin tener que seguir pagando. Recuerda también cómo, cuando había largas colas en la cabina de su barrio, «muchas vecinas venían a mi casa a llamar desde el teléfono fijo que teníamos». Además, menciona la angustia que sentía cuando, en medio de una conversación importante, la comunicación se cortaba de forma repentina y no tenía dinero para poder continuar hablando. Rafael Fernández y Lola Cervilla. / A. J. González Rafael Fernández y Lola Cervilla y un espacio de «diversión e intimidad» Algunas personas admiten haber hecho más de una travesura con las cabinas telefónicas. Es el caso de Lola Cervilla, quien recuerda, entre risas, que a veces, junto a sus amigas, «cogíamos un número aleatorio y llamábamos», comenta divertida. También cuenta que, en ocasiones, usaba la cabina para hablar con su novio y tener la intimidad que no encontraba en casa: «Le decía a mi madre que iba a tirar la basura... y tardaba media hora», dice entre carcajadas. Rafael Fernández también guarda recuerdos entrañables y divertidos de aquellas cabinas, aunque en su caso se trataba de bromas entre amigos: «Cuando salíamos, uno llamaba a su novia o a su familia y los demás le vacilábamos», cuenta. Para él, las cabinas eran más que simples teléfonos públicos: «Eran un espacio de diversión e intimidad», resume con nostalgia. Mario Giménez y María José Montilla. / A. J. González Mario Giménez y María José Montilla: «Vi a un cantante muy famoso buscar dinero» «Vi a un cantante muy famoso buscar dinero en las cabinas en Madrid», entre los recuerdos que le viene a la mente a Mario Giménez sobre las cabinas está el de ver a un «famoso cantante» del siglo pasado golpear con fuerza el aparato para intentar sacar dinero. Aunque el asunto «ha prescrito», dice entre risas que prefiere no revelar su identidad. Su pareja, María José Montilla, las valora más por su papel social: «Eran un punto de reunión en los pueblos», dice con nostalgia. «Las amigas nos juntábamos con cualquier excusa, pero en realidad era el sitio donde hablábamos y pasábamos la tarde». Incluso recuerda haber enviado SMS desde algunas de ellas. Francisco Giménez y Toñi Lucena. / A. J. González Francisco Giménez y Toñi Lucena: «Sentías un agobio terrible cuando se acababa el tiempo» «Nostalgia» es la palabra que elige Francisco Giménez para describir lo que siente al ver los restos de una de las últimas cabinas. Para él, evocan los tiempos de la mili, cuando tenía que hacer largas colas para poder hablar brevemente con su pareja o su familia. También Toñi Lucena recuerda aquellas esperas interminables: «En mi barrio solo había una cabina, y a ciertas horas se formaba una gran cola. Tenías que esperar más de media hora», explica. Ambos reconocen que llevan más de treinta años sin usarlas, pero aún conservan recuerdos muy vivos. «Sentías un agobio terrible cuando veías que se acababa el tiempo y no encontrabas una moneda en el bolsillo», comenta Toñi. Francisco, por su parte, recuerda lo contrario: «A veces echaba muchas monedas y alargaba la conversación porque no sabía si me iban a devolver el dinero», dice entre risas. Paula Morán. / Manuel Murillo Paula Morán y una época de viajes «Costaba dos francos llamar a mi familia». Para Paula Morán, que observa con pena la cabina de la avenida de República Argentina, estas son un símbolo de una época en la que «viajaba mucho», comenta con una sonrisa, especialmente a Francia. Y es que, tal y como explica, por entonces eran la forma más popular de mantenerse en contacto, junto con los teléfonos de los hoteles. Suscríbete para seguir leyendo
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