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Crespo » Paralelo 32
Fecha: 07/06/2025 17:42
En la era de la posverdad, donde los sentimientos y creencias personales pesan más que los hechos comprobables, donde la verdad deja de importar si lo que dice confirma lo que el público quiere oír, cuando la emoción le gana a la evidencia, es tiempo de repensar el lugar que ocupa el periodismo profesional. Es un tiempo, no nuevo, donde cualquier persona con una conexión a internet puede “comunicar”, guiada tan solo por su interés personal, sus frustraciones, sus anhelos, su acendrada ideología, su vocación o su pasión por trascender y sumar seguidores. Pero eso no equivale automáticamente a ‘hacer periodismo’. Periodismo profesional no es el que se queda con la primera imagen que filma y comenta u opina en tiempo real sin conocer el contexto de la acción que muestra, no está interesado en buscar la verdad y transmitirla con responsabilidad. El que sale con un celular a mostrar cómo se tapa un bache en la ruta y maltratar a los obreros que presuntamente lo hacen mal, y en el acto suelta improperios contra el organismo vial o el gobierno en su conjunto, carece de método para indagar, carece de fuentes (es él y su primera impresión), no contextualiza, no discierne, y mucho menos asume una responsabilidad pública como el periodista que responde ante la sociedad, no solo ante su audiencia o su tribuna ideológica. No se puede llamar periodismo a todo aquello que se limita a opinar sin datos, no puede ser llamado así quien con un celular en mano remata con frases como “yo te muestro, vos sacá tus propias conclusiones”, posición que resulta muy cómoda porque no implica pasarse horas al teléfono o haciendo antesala para entrevistar a alguien, a efecto de chequear o contrastar sus datos, u otorgar el derecho a defensa. Muchos youtubers, streamers, influencers o tuiteros se autodenominan “periodistas”, o terceros los llaman así, porque comentan la actualidad o “descubren cosas”. Pero eso no los convierte en tales. Pueden ser útiles, pueden revelar aspectos interesantes o incluso marcar agenda, no podemos negarles utilidad ni es nuestro propósito, pero si no siguen los principios básicos de verificación, ética e independencia, están haciendo comunicación personal, no periodismo. También hay que reconocer que el universo de los medios tradicionales se ve nublado, por no decir oscurecido, por los que invierten para ser propietarios de medios en defensa de sus intereses y para asistirse con ellos con afán de multiplicar sus negocios políticos o económicos, para presionar gobiernos, etcétera, por lo que el periodismo tradicional (nosotros lo somos) debe hacer su mea culpa porque aquellos son parte de la decepción de la sociedad para con el periodismo en general. En cuanto a lo que nos ocupa en esta nota, periodistas y no periodistas somos conscientes de vivir bajo la lógica de los algoritmos, que privilegian el impacto sobre el rigor. De vivir en la era de “la noticia deseada”, donde muchas personas solo quieren leer o escuchar al periodista que les confirma lo que ellos creen, suponen, o gustan. En ese contexto, los contenidos periodísticos compiten en desigualdad con aquellos que apelan a lo emocional, lo escandaloso o lo sensacionalista, y esto ha erosionado la autoridad del periodismo tradicional. Pero eso no debe llevarnos a relativizar su definición. Una defensa necesaria En un mundo saturado de voces, el periodismo es más necesario que nunca. No como un oficio arrogante, sino como una tarea humilde y persistente de quienes entienden que la verdad no es un bien de consumo rápido, sino un compromiso. Que no todo el que habla o escribe informa, y que no todo el que informa lo hace con responsabilidad profesional. Por eso, si el periodista investiga, contrasta, contextualiza y discierne con honestidad, hace periodismo. Si solo da su opinión o su propia interpretación sesgada por preconceptos, se hace eco de rumores o prioriza su interés o ideología sin declarar sus fuentes ni respetar los hechos, no lo hace, aunque tenga miles de seguidores o “me gusta”.
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