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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 07/06/2025 04:30
Federico D’Elía: “Hoy la moda es tener razón, hay un nivel de susceptibilidad insoportable” Federico D’Elía siempre supo que quería ser actor. “No se me ocurría otra cosa”, dice en diálogo con Infobae. Repasa su infancia en la ciudad de La Plata, su mudanza a Buenos Aires y sus primeros trabajos, hasta que llegó la gran oportunidad. Después irrumpió en los hogares de millones de argentinos con su personaje en Los Simuladores, y habla de la situación actual de la esperada película. Padre de tres hijos y en pareja hace de más de 30 años con Deborah Cosovschi, comenta que está en un gran momento profesional y personal. Uno de esos instantes donde los planetas parecen alinearse y hay una suerte de equilibrio en ambos planos de la vida. Agotan entradas en cada función de la comedia El jefe de mi jefe en el Paseo La Plaza, junto a su coequiper, Diego Peretti. No trabajaban juntos desde 2004, cuando se emitió el último capítulo de la ficción creada y dirigida por Damián Szifron, donde se ponían en la piel de Mario Santos y Emilio Ravenna. “Con Diego antes habíamos hecho El enemigo de la clase, que es donde lo conocí; y en Campeones también coincidimos, pero casi no teníamos escenas juntos”, recuerda. Diego Peretti y Federico D'Elía protagonizan el éxito teatral El jefe de mi jefe (Crédito: Gastón Taylor) —En el imaginario colectivo todos Los Simuladores son amigos. Tienen que ser amigos. ¿Es así? —Sí, es así. Somos amigos. En realidad empezó antes, con Poliladron, donde nos conocimos todos. Y éramos todos solteros, salvo Martín Seefeld, que ya estaba casado. Los demás con novias, pero no estábamos casados. Y después la vida te va pasando por arriba, y el vínculo fue muy fuerte desde el principio porque estábamos todo el tiempo juntos. Íbamos al gimnasio juntos, pusimos bares, convivíamos todo el tiempo. Y quedó una amistad muy fuerte porque cada uno empezó a formar su familia, a ser padres, y nos conocemos mucho. Aunque discutamos o peleemos, nos conocemos de memoria. —No quiero spilear la obra, pero digamos que Diego Peretti interpreta a un actor bastante particular. ¿A vos te pasó de hacer cosas que tal vez no eran las que querías, pero era parte del recorrido? —De todo. La profesión propiamente de actor conlleva inestabilidad. En su momento íbamos a varios colegios y hacíamos cosas medio circenses. Algunas cositas patéticas y otras un poco más dignas. También me disfrazaba de un perro gigante para repartir folletos en la calle en Villa Gesell para que vaya la gente al canódromo. Hoy estaría prohibidísimo, obviamente. —Fuiste perro. —Fui un perro gigante y me mordían los perros de verdad porque veían un muñeco grandote y me iban directo al tobillo. Los nenes me pegaban mucho en la cara porque mi cara estaba a la altura del pecho. Tenía unas manoplas de gomaespuma y con eso trataba de cubrirme. También vendía rifas en un momento. Pero yo siempre quise ser independiente, y no quería dar muchas explicaciones. Entonces no les iba a manguear guita a mis viejos, yo laburaba de lo que sea. Terminé la secundaria y me vine a estudiar teatro. —Un busca. —Sí, un busca. Así fue como llegué a Capital. Y porque quería, porque tenía a mi vieja que si le pedía me bancaba, y mi papá, que estaba acá también. Pero no, me metí en un hotel muy fulero a vivir. No tenía para morfar. Viví con cinco personas que no conocía en San Telmo en un departamento, que fue lo primero que alquilé solo después del hotel ese. Y hasta un chorro tuve adentro de esa casa. Nos enteramos después. Un tipo macanudo, divino, que a nosotros no nos robó nada. Todo es un aprendizaje. Lo sufrí un poquito en su momento, pero también me divertí mucho. Federico D'elia y Deborah Cosovschi llevan 30 años en pareja. —Era un recorrido que vos querías hacer. Vos mismo identificas que no había necesidad, porque hay mucha gente que no tiene otra. —Tal cual. Yo me levantaba en San Telmo en ese departamento y había un sillón que después se prendió fuego porque dejamos un sahumerio prendido. Me levantaba y decía: “¿Qué hago acá?“. Y me largaba a llorar. Pensaba: “En casa mis hermanos están con mamá que les está haciendo la merienda”. Y los fines de semana me iba a La Plata a veces, recargaba energías y volvía. —¿Tu papá vivía en La Plata o estaba en Capital? —Mi papá vivía en Capital, y en ese momento estaba casado con Silvina Savater, y justo nace un hermano mío, Demián. Un bebé en la casa y mi viejo obviamente me preguntaba cuándo me iba a poner a laburar. Me llamaron por primera vez para Yo fui testigo en Canal 13, que fue lo primero que hice. Y con ese bolo en aquella época alquilabas por un mes, y ahí alquilé el hotel. —¿Ahí dormías solo? —Sí, con un armario desvencijado, todo de costado, hecho pelota. —¿Hasta ese momento le habías dado dolores de cabeza a tu mamá? —Era medio quilombero, medio insoportable. Cambié. Estoy mucho mejor. —¿Eras de agarrarte a piñas? —Sí, me agarraba. Y ahora cuando lo veo me parece espantoso. No me peleé nunca más. Fue en mi adolescencia, a los 16 y 17 años. —¿Delitos cometiste? —Chiquitos. Travesuras de niño. Una vez me afané unos autitos de un kiosco. En la verdulería llevarme una manzana, que mi vieja me pregunte, le dijera que lo agarré de lo de Jaime y tener que ir a lo de Jaime a devolverlo (risas). —Había un potencial delincuente. —Puede ser... Creo que todo eso tenía que ver con el entorno. Vengo de una familia donde tenía contención, pero cuando se separaron mis viejos eso cambió. Mamá laburaba mucho y yo pasaba mucho tiempo solo con mis hermanos. Tenía mucha libertad, me tomaba un tren y me venía para Capital a los 11 años. Mis viejos ni se enteraban. Me iba a la cancha a ver cualquier partido y me metía en el medio de la barra. Un inconsciente. Hacía esas cosas. Era más salvaje, pero era una época diferente. —¿Y excesos en la adolescencia? —No, porque a mí el exceso de lo que sea me pasa factura muy rápido en el cuerpo. Siempre gracias a Dios me dio señales. Si fumaba tres cigarrillos yo ya me empezaba a sentir mal. Tomar lo mismo, la pasaba pésimo al otro día. Por eso no me vas a ver borracho nunca. —¿Te tuvieron que ir a buscar a una comisaría alguna vez? —Sí, más de una vez. Era una época brava. Era post dictadura, donde te metían en cana por cualquier cosa. Con mis amigos del barrio nos gustaba mucho estar en la calle a cualquier hora, aunque al otro día teníamos colegio, de golpe nos juntábamos a jugar al fútbol, y dos o tres veces fuimos en cana. Y mi papá me decía: “Tené cuidado porque la cana todavía sigue siendo la cana de los milicos”. —¿Iba tu papá a buscarte? —No, en general nos largaban después de unas horas. Y yo ya tenía mis dotes de actor. Un día nos llevaron a mí, mi hermano y un amigo, que estábamos a la noche en la calle charlando. Y nos pusieron a hacer gimnasia, maltratándonos. Me hice el desmayado. De golpe me fui al piso. Y se pusieron nerviosos y cuando reaccioné nos dijeron que nos vayamos. Se dieron cuenta que éramos tres pendejos que estábamos paseando. Esa era la infancia de los de mi edad. Nos queda ese resabio de esa porquería que nos tocó vivir. —¿La dictadura cómo había sido en tu casa? —Fue muy choto. La ciudad de La Plata era muy brava, mucha universidad, mucho estudiante, y tengo el recuerdo de escuchar las bombas. A mi tío lo mataron. Reventó una goma en el Regimiento 7, bajó a arreglarla y lo cagaron a tiros. Un médico que venía de un casamiento bajó a ayudarlo y también lo mataron. Y antes de los milicos a mi papá lo empezó a perseguir la Triple A. Toda la familia tuvo que venir a Capital a esconderse una semana. Creo que mis viejos ya estaban separados, pero nos tuvimos que venir todos igual. Otra vez fui en cana con papá porque se quedó mirando cómo detenían a alguien y la cana nos metió en un patrullero de golpe. Era una época fulera, inmunda, muy fea. —¿Y qué te pasa hoy con el revisionismo que estamos viviendo sobre lo que fue la dictadura? —Creo que siempre va a ser necesario y que está bien que ocurra, que aparezcan todas las voces, todas. Y que lo peor que podemos hacer es callarnos. Yo tengo muy clara cuál es mi posición al respecto, y no le saco responsabilidades a ningún sector. Me parece de mala gente adueñarse y creerse dueño. A todos nos pasaron cosas. Fue una etapa tan dura y difícil, situaciones tan extremas y tan límites. No tenemos que olvidarnos de lo que nos pasó, y creo que no nos pasó nada peor. —Es un dolor enorme en nuestra historia. —Enorme. Federico D'Elia con Tatiana Schapiro en Infobae (Gustavo Gavotti) —Ya que hablamos de política, ¿qué te pasa con Twitter y los cruces en las redes? —En Twitter no hablo por dos motivos. Uno porque cualquier cosa que ponga es para pelea, y segundo porque no tengo nada que decir de nuestros políticos en general. Estoy seguro que hay excepciones, que hay cosas buenas, pero yo estoy desencantado de lo que nos pasa con la política. No me gusta ser soldadito de nadie, ponerme en un lugar a defender. Me parece que justamente se trata de empezar a entendernos un poco más entre todos, de encontrar esos puntos de contacto para que tal vez la cosa se modifique. Y eso no ocurre. Sigue sucediendo lo mismo y todos se miran el ombliguito. Todos se quieren colgar una medalla y para colgarte una medalla en este país tienen que pasar muchísimos años. Muchísimos años para que algo se resuelva de lo estructural, de lo que realmente pueda llegar a modificar algo. Yo si empiezo hoy no me voy a colgar esa medalla. Y estos muchachos no quieren no recibir el aplauso y que sean ellos los… Y son responsables de muchas cagadas, no de tantos méritos Reconozco que es muy difícil, que somos un país complejo. —Dentro de esta dinámica pareciera que si se le cuestiona algo al gobierno actual sos kirchnerista. —Sí, está esa lógica ilógica. Esa tontería. Dejame ser lo que tengo ganas de ser, dejame expresar y decir lo que siento. Equivocado o no equivocado para vos. Lamentablemente hoy la moda es tener razón, y te lo defienden con uñas y dientes. Y hay un nivel de susceptibilidad para todo que para mí es insoportable. —Hablaste de Israel y el nivel de antisemitismo que se está viviendo en el mundo. —Sí, y hay que aprender a separar. Porque no estaba hablando de los políticos de Israel, del presidente o el primer ministro de Israel. Hablaba de otra cosa. Lo que pasó el 7 de octubre de 2023 fue terrible. Fue la barbarie. A mí me conmovió de verdad. Me atravesó, y yo no soy judío. No lo puedo creer. Y me pasa que yo siempre quise conocer Israel, no sé por qué, pero justo fuimos en diciembre anterior a todo esto, en 2022. Pensé que me iba a encontrar con un país súper armado, y eso no ocurrió. La pasé genial. —¿No te sentiste en peligro? —Cero. Cuando estuvimos en Israel no recibí ningún maltrato. Vos escuchás de afuera: “No, porque si vos vas a Israel vas a ver lo mal que te tratan por católico”. No, yo te aseguro que no. Israel en ese sentido es como abierto. Ves árabes en el Congreso. —A veces desde las redes se dice cualquier cosa. —Sí, y ahí es donde digo que no seamos soldaditos. Cuando gané el Martín Fierro por ATAV subí y dije: “El año que viene a lo mejor acá estamos premiando a los actores turcos, porque no hay laburo”. Y fue así, tal cual. No hay. Y empezaron en las redes a decir que yo quería que pague el Estado tal y tal cosa. Y yo lo que quería decir es que si nosotros no nos ponemos de acuerdo, desaparecemos. Cosa que está ocurriendo. —Cuando se asocia que el Estado banque la ficción te relacionan enseguida con el kirchnerismo. Y vos no sos kirchnerista. —Mi vieja me asociaba. Mi vieja no quería nada al kirchnerismo. No soy kirchnerista, y tampoco tengo odios en particular. Falta charlar mucho sobre esto. Yo no sé si quiero que el Estado me banque o no me banque, lo que no quiero seguro es que nos ninguneen y que digan: “Si yo cierro el INCAA toda esa plata va a ir a los pobres y van a comer”. ¿De qué plata están hablando? Eso es una gran mentira, que los actores son ricos por el INCAA. Eso no existe. Me parece que tiene que ver con una venganza de este gobierno con el kirchnerismo, más que con una realidad. Entonces lo primero que tenemos que preguntarnos es si el Estado tiene que estar presente, y en el mundo el Estado en general está presente. También es real que en países que están rotos, el Estado está un poco menos presente. No soy experto en eso, pero la gente confunde todo. Cree que el INCAA ponía plata en novelas, en series de plataformas. No entiende que es solo para cine. Ni para el teatro ni para ninguna otra cosa, y se intenta generar recursos con eso. Piensan que es el actor el problema y atrás del actor hay camarógrafos, servicio de catering, transporte, un montón de cosas. Un gran movimiento de guita alrededor. Ahora con El Eternauta decían que se generaron 40.000 puestos de trabajo. Yo estoy de acuerdo con que se revise todo lo del INCAA, pero una cosa es revisar y otra cosa es matar. —Actuaste en la serie de Maradona. ¿Te gustó participar? —Me gustó mucho. Pero si soy honesto lo que me gustó fue estar metido dentro de un mundo audiovisual tan grande. —Muy grande internacionalmente, muy groso. —Totalmente. Viajé mucho por el mundo para grabar las escenas. Estaba poquitos días y pasaba un mes entero en Barcelona o en Nápoles. Veía un motorhome para cada actor, más carpas y vestuarios, una cosa muy grande. Después en cuanto a la serie en sí misma yo tenía un personaje muy pequeño. Y me fui solo, sin mi familia, sin Debi, sin mis hijos. Fue mucho tiempo y además coincidió con que cuando estaba en Nápoles grabando falleció el marido de mi vieja, con quien me crie también. Federico con Debbie y sus hijos Teo, Juan y Miranda cuando eran chiquitos. —¿Qué edades tienen tus hijos? —Teo cumple este año 25. Juan tiene 23. Miranda 17. —¿Ya se fue alguno de casa? —El más grande, Teo, se está yendo ahora. —¿Y cómo estás con eso? —Mezcla de sentimientos. Gran alegría, y los miedos. Yo me fui muy pendejo de casa, a los 18 años. Y este ya tiene 25. Está más difícil para los pibes hoy irse. De golpe le agarró la necesidad de irse, de no bancarnos más en la cotidiana todos los días. Sé que van a empezar a irse todos, que nos vamos a quedar solitos con Debi. A su vez me gusta mucho que sean independientes, que empiecen a resolver y a ver cómo les va en la vida. —Siempre y cuando sean de Estudiantes. —Siempre, pero ya son, así que no tengo ningún tipo de problema. —Sería una enorme traición para vos, ¿no? —Siento que es un error de los padres que los dejan ser tan libres. No, en mi caso no. No son del equipo que quieran. Son de mi equipo. Vamos a disfrutar de lo lindo que es ir juntos a la cancha, de sufrir juntos, de pasarla mal juntos. En otro deporte que sean de lo que quieran. —Uno de tus hijos la rompe en streaming. —Teo, el más grande. Le gusta. Había empezado, después dejó porque quiere ser actor. Pero él se divierte mucho y entrena mucho la imaginación hacer streaming. Y ahora está con otros dos amigos haciendo Planazo en Instagram, que son pequeñas ficciones. Yo los veo y digo “qué bárbaro, qué lindo”. —¿Se te cae la baba con ellos? —Lo disfruto mucho. Me gusta que sienta que pueden hacer esas cosas. En nuestra época teníamos que esperar a que nos llamen. —Tenías que ser tocado por una varita mágica. —Exactamente, y hoy con un teléfono hacés todo. —¿Estás hace casi 30 años con Debi? —Sí. Con Debi nos casamos en diciembre del ‘99 y ya hacía tres años que estábamos juntos. —¿Hay recetas? —Creo que no. El estar enamorado va mutando y cambiando, pero la decisión de estar casado tiene que ver con el desafío del día a día. Y las demandas van cambiando. —¿Sos muy demandante? —No, no soy demandante para nada. A mí me encanta la soledad, me gusta estar solo. Es raro que demande algo. Pero en la cotidianeidad el actor muchas veces está en su casa, cuando no está laburando, y a veces molesta eso. Es como un futbolista que deja de jugar, va a la casa, y la mujer lo mira y le dice: “Raja de acá, estuviste toda tu vida afuera y ahora te tengo acá adentro encerrado”. Pero no se dan mágicamente las cosas. Hay que laburarlas conscientemente. Saber que hay momentos que son malos, atravesarlos, pelearlos. Mientras estén esas ganas, un matrimonio puede seguir 30 años. Si no hay ganas se acaba en un segundo. —¿Y si Debi viene un día y te propone por ejemplo el mundo swinger? —Yo hace 30 años que estoy porque le digo a todo que sí (risas). Me cuesta imaginarlo, pero si me lo planteara y tuviera una necesidad real de eso yo le diría cuáles son todos mis miedos. Sé que existen las fantasías, pero a mí me aterroriza solo de imaginarlo. Los celos, la desconfianza, todas las inseguridades me empiezan a aparecer. Las nuevas generaciones me parece que con el tema de la sexualidad son más libres. Estamos todos nosotros acá porque alguien tuvo sexo. El sexo es algo muy común, pero siento que todavía hay mucho tabú. —¿Te parece? ¿No sentís que los chicos lo tienen mucho más claro? —Sí, los chicos están mucho mejor en ese sentido, pero igual quiero ver cómo se sigue desarrollando todo eso. Y de alguna manera todos nosotros también hicimos un laburo para que eso vaya mejorando. —No pasa solo con el sexo. Del dinero nos cuesta un montón hablar, y de la muerte. —Sí. Con el dinero yo no tengo pudor, pero sí ubicación. Hablar del dinero en un país como el nuestro, donde hay tanta desigualdad, es delicado. El que se rompe el lomo doce horas y no le alcanza para llegar a fin de mes no se merece que hablemos gratuitamente de algunas cosas. —Con cierta empatía y una mirada social se puede hablar, pero crecimos entendiendo que está mal ganar plata. —Para mí está muy bien ganar plata, y ojalá todos ganen mucha plata. A mí el que me da pena es el que no la gana. —¿Te administras vos? —Sí, con Debi. —¿Quién se ocupa de que no corten la luz en tu casa? —Yo me ocupo más que Debi de esas cosas. De las compras me ocupo yo. Me encanta ir al supermercado. Me gusta mucho. Es como un paseíto para mí. Están más lindos los supermercados, y hay de todo. —Te vas con la listita. —Me voy con la listita y con los anteojos, porque no veo nada sin eso. Ando con el teléfono con la linterna leyendo la listita sino. Y Debi se encarga más de lo estructural, lo más grande. —Debi es una gran productora, que la rompe, y que trabaja muchísimo. —Sí, está laburando en Pasapalabra y antes en Bake off. —¿Te gustan los programas de tele? —Mucho. Yo soy consumidor de tele, súper, desde siempre. —¿Qué mirás? —Hoy particularmente veo mucho deporte. Pero soy jugador. Todo lo que tenga que ver con preguntas y respuestas me encanta. Soy un nene. —¿Programas de espectáculos? —No. Me parece que fueron cayendo a una zona en general, no digo todos porque hay cosas que están mejor, me imagino aparte y debo desconocer de un montón, pero siento que los quilombos son siempre los mismos. —Si te tengo que inventar a vos un quilombo. ¿Con quién lo armamos? —Con Peretti. Pongan que somos pareja con Diego, que estamos juntos hace 25 años y que nunca se supo. —¿La vas a dejar a Debi para irte con Diego? —No, ni loco. La fachada siempre. —Quiero saber qué pasa con película más esperada en el país, que es la de Los simuladores. —Hoy, yo creo que no. Sé que la expectativa es muy grande e inmanejable. Pasaron más de 20 años, y seguimos hablando de Los simuladores, pero lastimosamente estamos con la película súper parada, cuando hace tan poco teníamos todo para poder hacerla. —Martín Seefeld estuvo hace poquito y me dijo que el libro está, ya existe. —Sí. Existe. —Necesito saberlo. —No se puede, pero Damián Szifron se quemó las pestañas escribiéndolo y seguramente sigue escribiendo y reescribiendo y pensando. Es una pena porque podría haber salido en 2024 y todo el mundo podría haber ido al cine. Pero cambió el mundo, cambiaron las plataformas, cambió todo. Y caímos en esa volteada. Siempre fue complejo Los simuladores. Fue complejo hacerlo en su momento, porque era hacer cine en un canal de televisión donde el ritmo era totalmente a contramano. —¿Y qué pasa ahora? ¿Es cara? ¿Es un tema de plata? —Sí, es cara. Es una película grande, pero creo que aunque hubiese sido una película más chiquita tampoco se hacía. Ahí hubo un planteo de la plataforma que llevaba el proyecto, que paró de producir todo, salvo lo que ya estaban produciendo. Están reestructurando todo. —Martín me decía el otro día que cree que se va a poder hacer, ¿qué hace falta? —Fundamentalmente lo primero que hay que hacer es recuperar los derechos. Estamos en esa negociación. Y después se verá. Ya aprendí y no voy a decir si se va a hacer. —Dame una cuota de esperanza. —Te la dio Martín, y está bien que te la haya dado, porque la ilusión estaba. Pero no tengo ni idea qué puede pasar, y mientras tanto nosotros vamos creciendo. Y estamos todos grandes. —¿Te jode el tema de la edad? —No, nunca tuve demasiado rollo con eso, pero ahora que tengo 58 a la noche a veces el número 60 no sé por qué me trauma. Mi abuelo a los 60 era un señor muy grande. Pero me banco el paso del tiempo, y hasta me parece en ciertas cosas que están buenísimas. Hay otras que me parecen espantosas, como que te duela el cuerpo. La cabeza quiere hacer algo que el cuerpo ya no te deja. —Charlamos de todo y hasta te inventamos un romance con Peretti. ¿Hay algo que te pregunten siempre en las entrevistas y que te moleste? —No, para nada. Siempre nos preguntan si nos molesta que hablemos de Los simuladores y la verdad que siempre respondo que no. Es nuestro hijito Los simuladores, lo hicimos entre nosotros y lo vamos a amar siempre.
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