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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 06/06/2025 08:37
Este estudio del MIT podría cambiar ese rumbo, devolviéndonos al origen: aprender de la biología, no solo imitarla (Imagen Ilustrativa Infobae) Durante décadas, la neurociencia construyó su narrativa alrededor de las neuronas. En ellas depositamos nuestra fe, nuestras metáforas, nuestras ambiciones científicas. Las sinapsis eran el escenario donde se representaba la obra: pensamientos, recuerdos, emociones. Todo parecía nacer —y morir— allí. Pero una nueva hipótesis, desarrollada por investigadores del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y publicada en Proceedings of the National Academy of Sciences, viene a romper con este relato hegemónico. Y lo hace desde un lugar inesperado: las sombras del sistema nervioso, donde habitan los astrocitos. Jean-Jacques Slotine, uno de los pioneros en teoría del control adaptativo y profesor en el MIT, junto al físico teórico Dmitry Krotov, del laboratorio de inteligencia artificial MIT-IBM Watson, plantean una idea disruptiva: los astrocitos —tradicionalmente consideradas células de soporte— podrían ser actores clave en el almacenamiento de la memoria. No como asistentes, sino como coprotagonistas computacionales del cerebro. La propuesta no es menor. Si esta hipótesis se valida, no solo reformula los pilares de la neurociencia moderna, sino que también interroga los fundamentos mismos de la inteligencia artificial contemporánea. Porque mientras OpenAI, Google, DeepMind y Meta AI buscan ampliar la capacidad de modelos cada vez más energívoros, el cerebro humano sigue ganando en eficiencia, almacenando y recordando con una sofisticación que Silicon Valley apenas empieza a vislumbrar. Podríamos estar frente a una arquitectura capaz de superar no solo los límites biológicos conocidos, sino también las fronteras tecnológicas actuales Lo fascinante de esta teoría radica en su elegancia: los astrocitos, a diferencia de las neuronas, no transmiten impulsos eléctricos, sino señales de calcio. Esa comunicación lenta, casi poética, permite una coordinación profunda entre millones de sinapsis. Como lo describe Leo Kozachkov, coautor del estudio y neurocientífico del MIT, estos patrones espacio-temporales de calcio podrían codificar información de largo plazo con una eficiencia que desborda cualquier modelo de red neuronal artificial actual. ¿El resultado? Un nuevo tipo de arquitectura que combina memoria asociativa densa con sinapsis tripartitas, donde neurona presináptica, postsináptica y astrocito actúan como un trípode funcional. Esta estructura permitiría almacenar órdenes de magnitud más información que las redes de Hopfield clásicas, que hasta ahora eran el modelo estándar para simular la memoria humana. Pero, ¿qué implica esto a escala global? Para empezar, una invitación a repensar las bases del aprendizaje automático y los límites actuales de la IA. Como señala Slotine, “durante los últimos 50 años, la neurociencia tuvo escasa influencia sobre el desarrollo real de los algoritmos de IA”. Las redes neuronales profundas, que hoy sustentan desde asistentes virtuales hasta sistemas de vigilancia masiva, se han alejado de su inspiración biológica. La metáfora neuronal se volvió marketing. Este estudio del MIT podría cambiar ese rumbo, devolviéndonos al origen: aprender de la biología, no solo imitarla. Más aún: esta investigación abre un dilema filosófico. Si el almacenamiento de memoria no ocurre exclusivamente en las neuronas, entonces la inteligencia no es solo eléctrica, ni binaria, ni centralizada. Es química, distribuida, plástica. Está más cerca del flujo, de lo relacional, del intersticio. En otras palabras: pensar no es un disparo, sino un tejido. Lo fascinante de esta teoría radica en su elegancia: los astrocitos, a diferencia de las neuronas, no transmiten impulsos eléctricos, sino señales de calcio No sorprende que investigadores como Maurizio De Pitta, del Instituto Krembil de la Universidad de Toronto, elogien esta hipótesis como una de las más prometedoras para explicar la verdadera capacidad del cerebro humano. “En principio, una red neurona-astrocito podría almacenar una cantidad arbitraria de patrones, limitada únicamente por su tamaño”, afirma. Es decir: podríamos estar frente a una arquitectura capaz de superar no solo los límites biológicos conocidos, sino también las fronteras tecnológicas actuales. Las implicancias no se limitan al laboratorio. En una era donde la IA amenaza con reemplazar capacidades humanas sin replicar sus fundamentos, este hallazgo funciona como un llamado de atención. No basta con entrenar modelos en datasets. No basta con mejorar la velocidad de cómputo. Quizás la verdadera innovación radique en observar cómo la naturaleza resuelve lo complejo con economía, sutileza y equilibrio. Desde Harvard hasta Stanford, y desde la Universidad de Tokio hasta el Instituto Allen para la Ciencia del Cerebro, la comunidad científica comienza a mirar de nuevo hacia la neurobiología como fuente de inspiración. Ya no como una metáfora lejana, sino como blueprint real. Las células gliales, antaño ignoradas, vuelven al centro del escenario con un mensaje poderoso: lo invisible importa. Lo que no brilla puede sostener al sistema entero. Como ingeniera química, especializada en energía y tecnología, formada entre América Latina y el MIT, encuentro en esta propuesta un paralelismo inevitable con los desafíos del presente. Así como necesitamos una transición energética que sea eficiente, descentralizada y sostenible, también necesitamos una IA que no dependa exclusivamente de la fuerza bruta, sino que aprenda del diseño evolutivo del cerebro humano. En los astrocitos hay una lección silenciosa sobre el poder de lo que no se ve. Son las células que no hablan, pero escuchan todo. Las que no ordenan, pero entienden. Las que no compiten, pero coordinan. Si son capaces de almacenar y orquestar la memoria humana, quizás también nos ofrezcan una guía para construir una inteligencia verdaderamente colectiva, resiliente y ética. Porque tal vez la próxima gran revolución cognitiva no vendrá del silicio, sino del redescubrimiento de nuestras propias estrellas internas.
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