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  • Unión Europea: desaprender y reaprender geopolítica

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 06/06/2025 06:50

    Unión Europea: desaprender y reaprender geopolítica La Unión Europea, el principal territorio casi posnacional del mundo, considera (o al menos consideraba hasta hace muy poco) que su modelo podría extenderse a otras regiones del mundo y, de esa manera, se alcanzarían las orillas de la “paz perpetua”, para usar los términos de uno de los más grandes pensadores alemanes. La Unión Europea se precia de ser una potencia institucional, la única del globo. El único territorio del orbe que ha logrado un grado de integración en casi todos los segmentos, principalmente en relación con la política y la moneda, y, dentro del espacio Schengen (29 países de la UE y otros países europeos), la eliminación del control de fronteras internas. Pero la experiencia, tan capital en relaciones internacionales, sobre todo hoy, no ofrece casos de potencias normativas o meramente institucionales. Las potencias han sido, son y serán completas o no lo serán. No existe un solo caso en la historia de una potencia mayor que haya alcanzado dicha condición sin contar con un robusto y respetable nivel de autoayuda, es decir, sin ocuparse demasiado de sus capacidades estratégicas-militares. Si Venecia, una potencia entre los siglos XI y XVII, no hubiera desarrollado capacidades navales que ampararan su proyección comercial en el Mediterráneo, habría sucumbido ante la ambición de poder de otras potencias cabales. Asimismo, mucho antes, si Atenas se hubiera quedado solamente como una ciudad-estado político-institucional, habría perecido rápidamente ante los Estados armados y guerreros de Persia y Esparta (siglos V y IV a.C.). El propio antecedente de integración europea, el Sacro Imperio Romano Germánico (962-1806), era una confederación de Estados y principados armados. De manera que si la UE proyecta escenarios sobre una futura configuración internacional con base en su modelo institucional, social, monetario y militar (este último más preparado para misiones de mantenimiento de paz que para misiones en las que las fuerzas enemigas “mueran combatiendo por su patria”, como decía sin ambages el general estadounidense George Patton), Europa está haciendo un diagnóstico desacertado y peligroso para su misma existencia. Hay varias realidades que explican la razón por la que la UE pueda pensar de ese modo tan curioso en política interestatal y mundial. En primer lugar, no hay allí líderes estadistas y mucho menos profetas en la UE, utilizando las categorías de liderazgo de Henry Kissinger. Hay políticos formados, sin duda, pero pertenecen a una generación que mayormente vivió tiempos de globalización, internacionalismo liberal, globalismo (que incluye otros varios ismos), medioambientalismo, tecnologismo, multilateralismo (en menor medida), etc. Por otro lado, la UE ha crecido con todas las comodidades. No tuvo que concentrarse en temas de seguridad, pues de ello se “encargaba” el “pacificador americano”, como denominó el estadounidense John Mearsheimer al amparo proporcionado por Estados Unidos. Incluso cuando se produjo el final de la Guerra Fría y el desplome de la URSS, hechos que aceleraron la mayoría de edad estratégica europea, Bruselas “procastinó” la tarea de asumir sus propios intereses y continuó en su zona de confort militar. Basta considerar que cuando la OTAN participó en la campaña en Kosovo, territorio europeo, las capacidades aéreas, las municiones y la inteligencia fueron aportadas masivamente por Estados Unidos. En tercer lugar, los dirigentes europeos (algunos de ellos excesivamente posmodernos) parecen haber hecho tábula rasa no sólo con su historia de rivalidades y confrontaciones, sino que tampoco parecen interesados en estudiar a sus grandes especialistas en política internacional: es posible que muy pocos funcionarios europeos del ámbito de la defensa hayan leído (y releído) a Lowes Dickinson, Paul Reinch, Georg Swarzemberger, Edward Hallett Carr, Raymond Aron, Hedley Bull y Norberto Bobbio, por citar apenas algunos de la riquísima cantera de pensadores europeos. Además, como bien sostiene Stefan Theil en Foreign Policy, el hecho relativo con la inexistencia de una guerra a gran escala en el continente entre 1945 y 2022 (una paz notablemente larga, de acuerdo a los estándares históricos), pareció demostrar el éxito del proyecto europeo. Pero en algún punto del camino, los europeos también comenzaron a creer que la guerra estaba desapareciendo en otros lugares, y que si no, los estadounidenses los mantendrían a salvo. Junto con el avance de su proyecto de fusión entre Estados, fue sin duda esa percepción optimista la que llevó a que poco antes de que se produjera una situación interna en Ucrania, que terminó con la anexión rusa de la península de Crimea en 2014, los libros blancos de defensa de la UE prácticamente descartaran conflictos interestatales en el continente. Es decir, si había que considerar la geopolítica en Europa, solo era posible hacerlo en términos de pasividad, de fusión interestatal, no en los términos de intereses proyectados sobre territorios con fines relativos con lograr ganancias de poder. Es decir, este modo de la geopolítica había sido prácticamente erradicado de Europa. Sin embargo, la guerra silenciosa que tenía lugar en el este de Ucrania a partir de 2014, sumada al sensible deterioro de las relaciones internacionales, el retroceso del modelo multilateral, los notables incrementos en el gasto militar mundial, la rivalidad cada vez más enconada entre Estados Unidos y China, la llegada de la pandemia y, final y particularmente, la invasión de Rusia a Ucrania, llevaron a las élites europeas a reconsiderar su autopercepción y enfoque sobre la realidad que implicaba la política internacional a escala global en general, y a escala continental en particular. La falta de realismo en el seno de la UE se constató en su propia condición de “potencia institucional”, pues el mayor activo o bien público desde ese estatus era la diplomacia. Pero la diplomacia europea nunca logró, si es que verdaderamente lo intentó, persuadir a Ucrania de que abandonara su política exterior y de defensa basada en marchar a todo o nada, descartando otras alternativas, hacia la OTAN (tampoco desde la Alianza Atlántica hubo un intento; más bien, todo lo contrario, pues hacia finales de 2021 consideraba el eventual ingreso de Ucrania). Esa falta de realismo en política internacional, que debió haberse expresado a través de la diplomacia europea en una cuestión mayor que tenía lugar en territorio europeo, terminó permitiendo que se produjera la “gran falla estratégica y geopolítica” que precipitó la invasión rusa a Ucrania el 24 de febrero de 2022: haber consentido que un actor intermedio de la política interestatal, ubicado en una zona de altísima sensibilidad político-territorial, impusiera su preferencia estratégica. La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos terminó por despertar totalmente a la UE de su complacencia, la misma que le ha significado perder contacto con las cuestiones predominantes de la política internacional: los intereses, las capacidades, la geopolítica, la deferencia, las jerarquías, la guerra y el poder. En breve, una larga complacencia que le ha hecho perder contacto con la experiencia histórica, el principal activo con el que se cuenta para considerar rumbos y tendencias. Pero acaso, Trump podría fungir favorable para que la UE desaprenda un modelo geopolítico que solo ha contemplado el desarrollo y empuje de normas, el comercio y las “actividades militares suaves”. Del mismo modo que tras la Segunda Guerra Mundial el presidente Harry Truman encarnó para Europa un nuevo comienzo a través de la asistencia económica y el amparo estadounidense, hoy, la actitud reluctante del presidente Trump hacia el viejo continente podría estimular a que la UE se piense estratégica, geopolítica y militarmente; a que “Europa sea Europa”, no un socio con base en el enfoque e interés nacional del primus inter pares atlántico. En rigor, no hay opciones: como advierte el profesor Mark Gilbert recordando al geógrafo británico que desarrolló la célebre teoría geopolítica de la “tierra corazón”, es el “momento Mackinder” de la Unión Europea. Es decir, el tiempo de reaprender la disciplina. Ello no significa que la UE desconcentre su esfuerzo en la integración, sino que lo acompañe con una vigorosa política que incremente sus capacidades militares con base en una concepción geopolítica y estratégica propia que le permita afrontar amenazas de nuevo cuño, entre ellas, la de una “guerra sin restricciones” (según el pertinente concepto de los militares chinos Qiao Liang y Wang Xiangsui) que ya ha comenzado y que podría poner en riesgo mayor su propia integración.

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