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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 05/06/2025 04:35
Con más de 15 años dedicados a la conservación en el Chaco seco, Micaela Camino investiga el vínculo entre especies amenazadas, comunidades locales y sostenibilidad, enfocándose en la protección del pecarí chaqueño y los bosques subtropicales secos más extensos del mundo (Imagen Ilustrativa Infobae) Micaela Camino es una científica argentina que pasa sus días recorriendo las decenas de miles de kilómetros cuadrados de la segunda región más importante de América del Sur en términos de biodiversidad: el Gran Chaco. Ese inmenso bosque seco, fundamental para la vida, es su laboratorio. Y el fruto de su estudio, que buena parte hace en bicicleta, la ha hecho reconocida en todo el mundo. La semana próxima, en Washington DC, recibirá el quinto premio por su trabajo sobre el pecarí chaqueño, el quimilero: el National Geographic/Buffett al Liderazgo en Conservación de este año. Estos reconocimientos se crearon en colaboración con la Fundación Howard G. Buffett para reconocer y homenajear a los héroes anónimos de la conservación. Cada año se entregan dos premios: uno a los logros en África y otro, a los logros en América Latina. El trabajo de Camino se enfoca en la conservación del pecarí quimilero (Catagonus wagneri) y su hábitat. Se trata de una especie endémica de la región del Chaco seco que se encuentra amenazada, que figura en la lista roja de especies en peligro de extinción de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Es el pecarí más grande existente y se estima que podría desaparecer en menos de 30 años debido, principalmente, a la deforestación impulsada por la agricultura industrial. La científica Micaela Camino será distinguida en Washington con el premio National Geographic/Buffett 2025, otorgado a líderes de la conservación por su trabajo en la protección del quimilero, especie endémica del Chaco incluida en la lista roja de la UICN (Sara Cortez) Pero, lo verdaderamente original del estudio que realiza la galardonada, es el modo en que relaciona su objeto de estudio con la conservación, con la vida en comunidad y con la interconexión. Un estudio reciente en el que participó Camino identificó que la mayoría de los bosques remanentes en el Chaco seco pertenecen a comunidades indígenas y familias criollas campesinas, con un porcentaje menor bajo áreas protegidas. “Conservar el Gran Chaco es cuidarnos a nosotros mismos”, le dijo a Infobae en una entrevista tras conocer la noticia de la premiación. La investigadora trabaja conjuntamente con diversos grupos, fomentando la conservación efectiva liderada por la comunidad en la región del Chaco. -¿Cómo viviste la noticia de recibir un reconocimiento tan importante por tu trabajo? -Fue una mezcla de emociones. Estoy muy feliz y profundamente honrada, pero también me pasó algo que nos sucede a muchas mujeres: esa sensación del síndrome del impostor. Como si no lo mereciera, como si hubiese habido un error. Pero hace tiempo decidí que no soy yo quien debe evaluarse. Yo hago mi trabajo con transparencia, honestidad y dedicación. Si llega un reconocimiento, lo celebro y lo aprovecho para seguir visibilizando el Chaco, una región poco conocida, que no tiene la notoriedad del Amazonas, pero que es fundamental. La tasa de deforestación del Chaco es una de las más altas del planeta y amenaza con extinguir al quimilero para 2051 fuera de áreas protegidas, advierte Camino, quien trabaja con poblaciones locales para conservar el ecosistema y sus especies clave ¿Por qué es importante investigar el Gran Chaco? ¿Qué tiene que ver con la vida de quienes vivimos lejos de esa región, como en Buenos Aires? Porque todo está conectado. Si tenés dos segundos para sentarte, que no todos los tenemos, pero si tenés ese privilegio, por ahí podés darte cuenta que no estás sola. Estás respirando aire; si tenés la el privilegio de ver un árbol, ese árbol está respirando, te está dando oxígeno. Cuando comés algo, viene de algún lado, tirás una basura, vas al baño, generás desperdicios, estás interactuando todo el tiempo con el ambiente. Aunque vivas en un barrio urbano, dependés del ambiente. Y el Chaco en realidad no queda tan lejos de Buenos Aires, de Rosario, de Córdoba, de toda la Argentina. Ni siquiera queda tan lejos de otros lugares de Sudamérica, porque la región chaqueña es la más grande del continente, después de Amazonia. En el Chaco seco, tenemos los bosques secos subtropicales más grandes del mundo. Entonces sería muy raro que un ecosistema tan gigante no nos influya en nuestra vida. ¿Qué lo hace tan especial desde el punto de vista ecológico? El Chaco es el segundo ecosistema forestal más grande de América del Sur, después del Amazonas. Es un regulador climático clave. Sus bosques almacenan carbono, retienen agua, conservan suelos. Cuando se desmonta, esas funciones se pierden y se liberan gases de efecto invernadero. Cuidar el bosque chaqueño es cuidarnos a nosotros mismos frente al cambio climático. Y tiene una biodiversidad extraordinaria. No es un rejunte de árboles: es hábitat de especies únicas como el yaguareté o el quimilero, el pecarí chaqueño, que es la especie que yo estudio. Es un mamífero grande, de 40 kilos, con adaptaciones increíbles a un ambiente que puede pasar medio año sin agua. Y no lo encontramos en ningún otro lugar del mundo. Pero también me fascina la relación que tiene la gente con la naturaleza allí, la posibilidad de integrar los saberes científicos con los saberes ancestrales para pensar en soluciones reales y justas. Desde el Centro de Ecología Aplicada del Litoral, unidad dependiente del CONICET y la Universidad Nacional del Nordeste, Camino lidera estudios sobre conservación comunitaria y desarrolla programas educativos dirigidos a niñas, niños y docentes indígenas (Sara Cortez) -¿Cómo llegaste a trabajar en el Chaco y por qué elegiste estudiar al quimilero? -Llegué al Chaco a través de otros proyectos, primero en Salta y luego en Santiago del Estero. Al pisarlo, sentí algo diferente. Había conocido la Amazonía, los Andes, y me parecían regiones increíbles. Incluso iba a ir a trabajar a las yungas, que las amo. Pero el Chaco me atrapó: su gente, su biodiversidad, el misterio. El Chaco es un lugar espectacular porque no solo tenés toda esta biodiversidad que estoy contando, sino que tenés magia. Hay áreas protegidas y son re importantes, pero la verdadera solución a los problemas de la de conservación en esta región está fuera de las áreas protegidas y es un desafío buenísimo porque hay gente ahí a la que le interesa conservar, que están en los territorios ancestrales indígenas, territorios criollos donde la gente tiene una relación muy diferente con la naturaleza. El quimilero apareció en entrevistas con pobladores: lo conocían, lo cazaban, lo usaban. Pero la ciencia sabía muy poco de él. Estudiarlo me permitió trabajar con todo el ecosistema, porque si querés conservar al quimilero, tenés que conservar su bosque. -¿Cuál es hoy la principal amenaza para esta especie y su hábitat? -La pérdida de hábitat. El Chaco tiene una de las tasas de deforestación más altas del mundo. Si seguimos así, nuestros modelos indican que para 2051 el quimilero podría extinguirse fuera de áreas protegidas. Pero también está la caza, la presión humana. Y las áreas protegidas, aunque importantes, no son suficientes. Por eso es clave el rol de los territorios indígenas y criollos. Nuestros estudios muestran que donde hay tenencia segura de la tierra por parte de comunidades indígenas, el bosque se conserva mejor. Una de las cosas que a mí más me interesan aprender es cómo vamos a hacer para integrar saberes científicos y de territorio, los dos valiosos para resolver problemas desde dos cosmovisiones diferentes, las dos válidas. El quimilero es una especie que necesita los bosques para sobrevivir. Tenerlo como foco de estudio me permite trabajar con el ecosistema boscoso. Porque yo sé que si quiero conservar el quimilero, yo tengo que conservar ese sistema. Entonces, trabajo con la gente, con otras especies, trabajo con el sistema y con su funcionalidad. Foto de archivo. Una topadora derriba árboles en una zona forestada cerca de Las Lomitas, en Formosa, Argentina, el 18 de abril de 2023, parte de la región del Gran Chaco. REUTERS/Agustin Marcarian -¿Cómo se puede lograr una conservación más justa y efectiva? -La conservación no puede hacerse sin la gente. Hay que respetar los territorios, los saberes, los tiempos de otras culturas. Las áreas protegidas deben construirse con consulta y consenso, no imponerse. Hay pueblos que ya consideran ciertos sitios como sagrados, donde no se caza ni se tala. Y eso es muy mágico y te abre muchísimo la cabeza y el espíritu como científica, como técnica; poder interactuar con estas personas, escuchar lo que saben. Es posible trabajar juntos, desde la ciencia y desde los territorios, para buscar soluciones integradas. La conservación no es excluir, es incluir. -Si tuvieras que dejar un mensaje por el Día Mundial del Ambiente, ¿cuál sería? -Que nos tomemos cinco minutos al día para recordar que somos parte de la naturaleza. Que al conservar no estamos hablando solo de proteger árboles o animales, sino de protegernos a nosotros mismos. Somos interdependientes. Apoyar la ciencia, las universidades públicas, los proyectos de conservación, es tan necesario como cuidar de nuestra salud o de nuestra casa. Yo soy optimista: creo en la colaboración, en el respeto, en celebrar lo que todavía tenemos y en trabajar juntos para cuidar este mundo maravilloso. Este premio es compartido; es decir, es mío y lo agradezco un montón, pero también es de todos. Porque a mí me formó la Argentina, entonces es para todos y espero que lo podamos celebrar entre todos como propio, porque somos una sociedad muy buena, con cosas maravillosas y con mucho para crecer y para cuidar. El enfoque de Camino integra ciencia y cosmovisiones territoriales, buscando soluciones equitativas (Imagen Ilustrativa Infobae) Con una trayectoria de 15 años como conservacionista en el ecosistema del Chaco Seco, Camino es doctora en Ciencias Biológicas y se desempeña como investigadora asistente del Conicet. Su lugar de trabajo es el Centro de Ecología Aplicada del Litoral (CECOAL), una unidad de doble dependencia del CONICET y la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE). Su labor ha incluido la creación de recursos educativos y programas de sensibilización para niños. Además, ella y su equipo han capacitado a 200 personas locales en monitoreo de vida silvestre y a más de 60 maestros indígenas que implementan actividades de concientización con niños, enfocadas en la conservación de la naturaleza y el valor de sus culturas. En 2022 ganó el premio Whitley, conocido como “Oscar Verde” y este año también obtuvo la distinción Berta Cáceres, que otorga la Red de Defensoras del Ambiente y el Buen Vivir.
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