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» El Ciudadano
Fecha: 04/06/2025 17:43
La bahía de Samborombón, “ese mordisco que tiene el Río de la Plata en la provincia de Buenos Aires”, como la describe el guardaparque Mario Beade, es un sitio de difícil acceso. Esa condición y más de 40 años de trabajos de conservación han permitido que sobreviva una de las últimas poblaciones del venado de las pampas (Ozotoceros bezoarticus) en Argentina, una especie amenazada por la cacería y los ataques de perros asilvestrados. Beade cuenta que el lomo del cérvido apenas alcanza la altura de una silla. A finales del siglo XIX, su distribución era amplia: Bolivia, Brasil, Uruguay, Paraguay y Argentina. “Primero comenzaron a desaparecer de los lugares más cómodos para las personas; este era uno de los lugares incómodos por la baja productividad de la tierra y la dificultad de moverse en el lugar”. La bahía se volvió un refugio para este mamífero esbelto de pelaje corto y amarillento. A inicios del siglo XX, la expansión agrícola y ganadera ocuparon las zonas cómodas, entonces se masificó el uso del alambrado, fragmentando su hábitat. Entre 1878 y 1904, Argentina importó suficiente alambre de púas como para cercar 140 veces el perímetro del país, observó en aquel entonces el médico Noel Sbarra. En paralelo, los estancieros introdujeron especies exóticas como el ciervo axis y el chancho jabalí, algunos de los cuales escaparon de los cercos y formaron poblaciones silvestres. El Ozotoceros bezoarticus aparece en los registros del naturalista Charles Darwin como especie abundante. Wolfgang Kaehler/Getty Images “Donde había pampa, había venados”. Hoy solo habitan pequeñas porciones del mapa argentino, en Buenos Aires, San Luis, Santa Fe y Corrientes. Durante 40 años, Beade cuidó de la población residual de Buenos Aires. Se graduó como guardaparque en 1979 y, ese mismo año, quedó a cargo de la reserva de vida silvestre Campos del Tuyú, que operaba la Fundación Vida Silvestre. En 2009, la Administración de Parques Nacionales creó el parque nacional Campos del Tuyú; desde entonces y hasta el 1 de agosto de 2024, Beade estuvo a cargo. El lugar, detalla, es de tierras arcillosas, salinas y de vegetación baja, como las plantas del género Sarcocornia. Los riachos dan paso a una red fangosa con cangrejales, cortaderales y espartillares. “En la bahía de Samborombón, si querés marcar un rumbo, no podés. Es una ciénaga de barro blando. Te hundís. Hacer una transecta recta es imposible; tenés que ir esquivando los riachos”. Hacer ciencia y cuidar la vida silvestre en ese paisaje incómodo es un asunto exigente, pero los guardaparques y científicos no hacen solos su trabajo. Desde hace años, explica Beade a WIRED en Español, la gente isleña denuncia la caza furtiva; tras años de ganar su confianza, entendieron que si veían pocos venados era porque corrían peligro y debían cuidarlos. Ahora, hay más avistamientos que antes, pero no existen cifras precisas del tamaño de su población. Caminar entre la pampa inundada para hacer un censo resulta imposible. Por eso, la estrategia es mirar desde el aire, con drones. La introducción de ciervos Axis supone un impacto sanitario potencial para las especies nativas. Edith Polverini A 300 kilómetros de ese sitio, todavía en la provincia de Buenos Aires, vive otro cérvido nativo de Sudamérica. A diferencia del pequeño venado de las pampas, el ciervo de los pantanos (Blastocerus dichotomus) es el más grande del subcontinente y especie vulnerable en la Lista Roja de la UICN. También solía recorrer amplias regiones de Argentina, Bolivia, Perú, Brasil, Uruguay y Paraguay; hoy sobrevive en pocos parches de humedales tropicales, ha perdido el 65% de su distribución histórica y está extinto en estado silvestre en Uruguay. La población más austral está en el Bajo Delta del río Paraná, en Argentina, y desde ahí hay que avanzar 600 kilómetros hacia el norte para hallar la siguiente población. En esa región de Buenos Aires, los caminos anegados dificultan saber cuántos ciervos quedan. Por eso, los investigadores usan drones para monitorearlos. “Uno pensaría que encontrarlos en fotos es fácil: pesan más de cien kilos y son [de color] naranja, pero no es así”, admite el investigador Javier Pereira, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Junto con el equipo del Proyecto Pantano, que inició en 2014, descubrieron que rastrear ciervos con imágenes aéreas no era sencillo ni rápido. Incluso cuando tuvieron la ayuda de 600 voluntarios, demoraron 14 meses en analizar todas sus fotos. El proyecto reúne a investigadores del Conicet, del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, organizaciones civiles y profesionales independientes que trabajan con las comunidades locales de una multitud de islas. Caza, perros perdidos y paisajes rotos Ambas especies comparten amenazas y la principal es la caza. En el delta del Paraná, donde los ciervos ocupan 2,700 kilómetros cuadrados, Pereira recuerda que décadas atrás las familias los cazaban para alimentarse. La escena actual es distinta. “Entran grupos armados a cazar para vender en los barrios más carenciados”, dice. Campos del Tuyú, señala Beade, es una de las zonas más deshabitadas de Buenos Aires. “En toda la bahía de Samborombón, en la franja costera, no vive gente. Cada persona que va ahí con un fusil, en definitiva se cree Dios, que es dueño de quitarle la vida al que quiera”. De ese problema emerge otro. No implica pólvora, pero es igual de letal: los perros asilvestrados. En la bahía hay más de 10,000 chanchos salvajes —especie enlistada entre las 100 especies invasoras más dañinas del mundo, según la UICN—. Mucha gente va a cazarlos y lleva perros. “El que fue a cazar chancho, para echarle un poco más de carne, caza un venado, o pierde un par de perros que forman una jauría que come venados”. El guardaparques explica que el venado de las pampas está en desventaja porque su distancia de fuga es corta, de apenas 40 metros, es decir, el espacio que tolera entre él y otra especie antes de escapar. Antes, sus depredadores naturales —el yaguareté o el puma— cazaban al acecho. Los perros, en cambio, acosan en grupo, una técnica que el venado desconoce. Para contener a las jaurías, en Campos del Tuyú trabajan en el control de basurales a cielos abiertos. En el delta, los esfuerzos se enfocan en promover el manejo responsable de mascotas, porque la orina o materia fecal de los perros ahuyenta a los ciervos. Cada especie tiene su historia con la fragmentación de su hábitat. El venado de las pampas vio disminuido su territorio en los pastizales de llanura por la actividad agropecuaria y fue expuesto a enfermedades del ganado. Se tienen registros de 1985 sobre su evidente reducción poblacional. Por otro lado, desde 1970, el 35% de los humedales del mundo ha desaparecido y Argentina no es la excepción. En el delta del Paraná, recuerda Pereira, hubo bosques junto a los ríos, pero hace más de un siglo se drenaron humedales y se construyeron diques para instalar plantaciones forestales. Donde hubo monte blanco nativo, ahora hay sauces y álamos. El lugar vive al ritmo del agua, las mareas lo inundan de forma periódica, y eventos extraordinarios por el fenómeno de El Niño y eventos climáticos globales lo desbordan con fuerza. La construcción de diques alteró ese pulso natural porque algunas áreas dejaron de anegarse, pero también hay diques que no soportan las grandes crecidas. El ciervo está adaptado a humedales, pero no es un pez; necesita tierra para descansar y comer. Ciertas conexiones con su antiguo hogar se perdieron, pero se adaptó a otras. Busca refugio en plantaciones y áreas sin agua. Su futuro es incierto. En Corrientes, un estudio documentó en 2017 la peor mortandad de ciervos en 30 años: 409 individuos murieron. Uno de sus hallazgos es que largas inundaciones agravan las infecciones parasitarias. Otro estudio detectó que ese estrés ambiental aumenta la mortalidad por cacería en plantaciones y terrenos bajo agua, lo cual es relevante si consideramos que las inundaciones extremas serán más intensas y frecuentes por el cambio climático. En cualquier instante, ese cóctel de amenazas puede cambiar la historia de los cérvidos. Tener cifras claras de sus poblaciones es urgente para actuar antes de que desaparezcan. Matemáticas, robots y deep learning Mario Beade recuerda cuando participó en censos aéreos de Ozotoceros bezoarticus a bordo de una avioneta Cessna, que vuela bajo y despacio. En alguna ocasión filmaron el parque. La idea era contar a los animales desde el aire y luego hacerlo desde sus computadoras, pero el margen de error resultó ser enorme. Cuando los conservacionistas se preguntaban cómo hacer ese trabajo más preciso y a menor costo, un exalumno contactó al guardaparques. Era Leonardo Colombo, matemático del Centro de Automática y Robótica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en España. “Me dijo: ¿qué posibilidades hay de usar matemáticas para mejorar los censos de venados. Me encantaría trabajar en conservación en mi terruño”.
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