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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 03/06/2025 04:57
¿La educación emocional es una moda o llegó para quedarse? ¿Es posible pensar el aprendizaje sin considerar las emociones que lo sostienen? Las observaciones sobre la relación entre lo socioemocional y lo cognitivo dejó de ser una inquietud marginal para convertirse en un punto de análisis ineludible. Cada vez más investigaciones y experiencias docentes señalan que el bienestar emocional de los estudiantes y de los educadores condiciona la calidad de los aprendizajes. El desafío, entonces, no reside solo en el qué enseñar, sino en el cómo se crean las condiciones para que esos contenidos cobren sentido en el aula. Sonia Williams Fox coordina la Diplomatura en Educación Emocional y Bienestar de la Universidad de San Isidro. Con una formación que combina psicología, pedagogía y un posgrado en la Universidad de Barcelona, Williams Fox ha trabajado en el asesoramiento y diseño de programas de educación emocional, tanto en el ámbito público como privado. Su recorrido incluye iniciativas como la Red de Escuelas de Aprendizaje en la Provincia de Buenos Aires y el programa de Clima Escolar y Educación Emocional del INFoD, consolidando una perspectiva que integra teoría y práctica en la formación docente. En diálogo con Ticmas, Williams Fox habló de cómo abordar las habilidades socioemocionales en el aula y la relevancia de los acuerdos institucionales para sostener estas transformaciones. Autora de libros y conferencista en el país y en el exterior, Williams Fox ofreció en este diálogo una reflexión que apunta a repensar la escuela como un entorno donde el aprendizaje y el bienestar se potencian mutuamente. Sonia Williams Fox —¿Cómo se reconoce la importancia de trabajar lo socioemocional en el aula? —Hay muchísima investigación al respecto, especialmente de los grandes organismos internacionales que se dedican a ver cómo mejorar los aprendizajes. Estamos en una etapa de innovación educativa, donde hay una apertura desde la educación hacia los nuevos aprendizajes. Hace ya más de 30 años, CASEL, una organización muy reconocida de Estados Unidos, fue la primera que mostró que algo estaba faltando en educación. Las leyes de educación de los diferentes países mencionan como objetivo el desarrollo integral de las personas. Creo que todavía falta pensar a ese niño, a ese joven y también a ese docente en su integralidad y en todos los factores que intervienen en la posibilidad de aprender y de enseñar más y mejor. Acá aparecen los nuevos conocimientos y aportes desde la psicología, la psicología positiva, la neurociencia y, dentro de la neurociencia, la neurociencia afectiva, que traen investigaciones que dan cuenta del vínculo estrecho e irrenunciable entre la dimensión emocional, la dimensión cognitiva y la integralidad de la persona. —En la educación suele haber modas: desde la computadora hasta las neurociencias. ¿Cuáles son los atributos que hay que reconocer en el aprendizaje socioemocional para evitar que sea una moda y se hable de algo inherente a la educación? —Me parece importante no solamente hablar de aprendizaje socioemocional o habilidades para la vida o habilidades del siglo XXI —según el marco teórico, hay diferentes formas de llamarlo—. Es sumamente importante trabajar desde un modelo integral: por eso no es una moda, porque cuando uno plantea una mirada del aprendizaje y de la enseñanza de forma integral, no está solo trabajando con ese niño o esa niña, sino que tiene en cuenta qué pasa en lo vincular en el aula. Está viendo qué pasa en el clima escolar, en el vínculo de la escuela con su comunidad, con las familias. Está trabajando con la escuela en su entorno. Desde ahí nunca puede ser una moda, porque es la forma de trabajar todos los aspectos, todas las habilidades. Tanto de los docentes, como de los directivos y de todos los actores educativos de la comunidad. Por eso no es una moda, porque hay mucha evidencia hoy del impacto que tiene el desarrollo socioemocional en el rendimiento académico de los chicos. Están estos dos conceptos fuertes: el bienestar y el desarrollo cognitivo de los alumnos. ¿Cómo impacta la educación emocional en el aula? —¿Qué se evalúa: el trabajo del docente o la apropiación de los contenidos por parte de los estudiantes? —Todo. La evaluación tendría que ser 360. Por supuesto, hay diferentes maneras de abordar las capacidades socioemocionales en la escuela. Hay escuelas que tienen programas donde van módulo a módulo, mes a mes, con el foco en diferentes capacidades. Son programas bien estructurados; tienen un diagnóstico previo, identifican las necesidades de la escuela e implementan diferentes formas de mirar qué pasó con ese programa a lo largo del año y los resultados en los estudiantes. Pero también se puede trabajar de forma transversal. Esto no es una materia. En realidad, permea el día a día en el aula. Uno necesita, como docente, tener las capacidades desarrolladas como para poder trabajarlas con los estudiantes. Por eso hay una necesidad muy importante, que es la formación docente. En los institutos de formación docente todavía esto no se ve, no se aborda. —Es cierto: se habla de pedagogía y didáctica, pero nunca de bienestar socioemocional. —Porque venimos de un modelo tradicional, mucho más académico, donde a veces esto no es bien visto. Tiene que ver con la desinformación, porque cuando uno abre el panorama, ve que hay muchísimos países que están trabajando con la incorporación de las habilidades y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Unesco acaba de publicar un documento que se llama “Integrar las capacidades socioemocionales en las instituciones educativas” con indicaciones de cómo trabajarlo. No es solamente un trabajo mirando a nivel del estudiante —ahí sí son las capacidades a desarrollar—, sino también a nivel del aula: qué se trabaja para mejorar el vínculo, el clima en el aula. Cuando el docente tiene intencionalidad pedagógica, puede planificar y diseñar estrategias para mejorar ese clima. Y el clima tiene que ver con el vínculo entre los alumnos y el docente. Todos los que hemos estado en aula sabemos que cada aula tiene una energía especial. Como dice Juan Casassus, es una energía muy sutil que tiene que ver con las percepciones, con cómo los estudiantes y el docente perciben el vínculo entre ellos, que tiene que ver con el sentido de pertenencia. Cuanto más se sienten los alumnos que pertenecen a ese grupo de compañeros, a la escuela, hay un mayor impacto en el rendimiento académico. —¿Por qué? —Porque se sienten más seguros, más confiados, sienten que, si se equivocan, el error no está penalizado, sino que sirve para construir más conocimiento y genera cohesión social. ¿Cómo generás cohesión social? Poniendo esto en agenda. Lo que está faltando es agenda educativa desde las políticas públicas. Aunque ya hay varias provincias que tienen la Ley de Educación Emocional. Va de a poco. Estamos en una etapa de sensibilización en la temática. Sonia Williams Fox —La pandemia alertó sobre una situación de angustia en los estudiantes, que venía desarrollándose desde mucho antes. Ahora que pasaron varios años del regreso al aula: ¿qué pasa con aquella idea? ¿Nos olvidamos o todavía lo recordamos? —La pandemia pasó, pero no pasó. Sigue habiendo un impacto importante de la angustia, de la ansiedad, de la soledad. Especialmente en los adolescentes. Se sintió muy fuertemente. Los adolescentes la pasaron mal y muchas familias la pasaron mal. Tenemos que seguir mirando los indicadores. Es alarmante el nivel de ansiedad y angustia; los índices de depresión han aumentado. El mundo ha cambiado muchísimo; la tecnología nos ha impactado a todos. También hay que repensar la escuela, transformar la forma de mirar el aprendizaje y al estudiante, porque sabemos que, si él está bien, va a aprender mejor. Estoy en contacto con muchas escuelas. Trabajo para Somos Red haciendo formación docente. Recorro con ellos diferentes provincias. Escucho a los directores de escuelas hablar sobre la secundaria y realmente necesita una transformación en diferentes áreas, pero esta es una. Por suerte hay mucho entusiasmo con respecto a esto, porque se dan cuenta de la necesidad de trabajar los vínculos. Lila Pinto decía que los vínculos son el núcleo duro de la escuela. Hay mucho para rediseñar: el espacio, el tiempo, pero no hay que olvidarse de lo vincular porque el aprendizaje está basado en vínculos. —Hay una cantidad de docentes, de directivos, de instituciones que ven el bienestar socioemocional con cierta distancia. —Sí. —¿Cómo se hace pedagogía sobre esos docentes y esas escuelas? También sobre las familias. —Es una pregunta difícil porque no hay una sola respuesta. Mi motivación es tratar de difundir lo más posible. Cuando uno ofrece formación, hay un efecto dominó: una escuela empieza a tener características diferentes y las familias empiezan a hablar con otras familias, y hay un efecto contagio. Requiere un trabajo serio. Porque hay escuelas que —no sé si hago bien en decirlo— lo trabajan más desde lo marketinero. Dicen: “Vamos a trabajar educación emocional”, pero las docentes no están formadas o trabajan algún cuadernillo o bajan alguna actividad de internet. Eso no es educación emocional. La educación emocional tiene que ver con un trabajo que se hace con seriedad, responsabilidad, buscando cómo complementar el desarrollo cognitivo de los estudiantes desde el nivel inicial y a lo largo de toda la escolaridad. Hay jurisdicciones en donde se puede avanzar más rápido porque tienen una ley y hay otras jurisdicciones que ya van a llegar. Necesitan su tiempo para aprender acerca de esto, necesitan espacios de diálogo para compartir. No hay que tenerle miedo a la educación emocional: no es una moda; hay un trabajo muy serio detrás. Hay especialistas que trabajan diferentes aspectos para entender cómo impactan las emociones en el desarrollo cognitivo y qué propuestas didácticas pueden hacerse con los estudiantes. —¿Podrías dar un ejemplo? —Los dilemas morales son fantásticos porque cada uno puede reflexionar frente a una situación real, a una historia de vida, a una novela. El dilema moral se puede trabajar en cualquier área curricular, pero tiene la intencionalidad de potenciar el desarrollo cognitivo de los estudiantes. Hay estudios longitudinales de cinco años que han trabajado desde la neurociencia afectiva. Yo sigo mucho el trabajo de Mary Helen Immordino-Yang, que es educadora y neurocientífica, y formó parte de ese estudio que menciono. Ella decía que no solamente impactaba en el desarrollo cerebral —había más conexiones neuronales trabajando con esta forma de pensamiento trascendente—, sino que también impactaba en la vida social y en el bienestar de los estudiantes. Hay muchas capacidades que se van desarrollando. Uno, como docente, debe hacerse preguntas: ¿Qué es lo que estoy mirando? ¿Qué es lo que propongo? ¿Cuál es mi objetivo? ¿Cómo se vinculan estos estudiantes? Si cambio de grupo: ¿cómo se vinculan? ¿Se pueden poner desde la perspectiva del otro? ¿Puedo desarrollar capacidades empáticas en los chicos? —Cuando un colegio reconoce la necesidad de abordar lo integral y lo socioemocional: ¿cómo es el primer paso? —Yo lo visualizo como un engranaje. Mi objetivo puede ser el desarrollo de las habilidades socioemocionales —mencioné algunas; hay muchas más—, pero tengo que empezar a trabajarlas desde mi persona, desde mi ser docente. Tengo que saber que existen, que hay un impacto en lo que digo y lo que hago en el aula. Tengo que conocerme a mí mismo, identificar mis estados emocionales, ponerle nombre a mis emociones: si tengo un mayor desarrollo emocional, voy a estar mucho más fortalecido para vincularme con el otro, para identificar y tener un vínculo empático, reconocer en el otro lo que está pasando. He transitado diferentes modelos de implementación. Hay escuelas que lo tienen en forma paralela: lo trabaja el equipo de orientación y los docentes no están a cargo. Hay modelos más integrados donde el equipo de orientación —si lo tiene la escuela— puede trabajar en forma conjunta con el docente. Y hay escuelas, como la que estuve yo, que pasamos por todas las etapas, hasta que los docentes, después de casi seis años, sintieron que tenían las herramientas para poder trabajarlo en forma autónoma en el aula. Pero hay que seguir acompañando al docente para que se sostenga. Solo sosteniéndolo va a formar parte de la cultura institucional, va a permear en la escuela. Creo que hay que ver las oportunidades y ver cómo actuar ahí: cómo transformar el recreo, cómo dar la bienvenida a los estudiantes, cómo incorporar más juego. ¡Hay tanto que se puede trabajar! Por eso es tan interesante. ¿Por dónde empezar? Por donde se pueda. Y entendiendo que hay un marco teórico que lo sostiene.
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