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» Comercio y Justicia
Fecha: 02/06/2025 09:15
Por Alicia Migliore (*) La historia es la disciplina académica que estudia el pasado de la humanidad, examinando críticamente documentos, restos materiales, y otros registros para comprender los eventos, procesos y cambios que han dado forma a las sociedades. Se enfoca en la narración, interpretación y análisis de estos sucesos, buscando comprender el impacto del pasado en el presente y futuro. Ésa es la definición oficial. La historia la construimos todos y cada uno de nosotros, con mayor o menor protagonismo e incidencia según las circunstancias personales y sociales. Generalmente no se tiene conciencia clara de las consecuencias históricas que cada desempeño tendrá. A veces hay un ocultamiento expreso de ciertos aspectos para lograr un relato disciplinador y aséptico. Las únicas pasiones que se narran son las que insuflan los pechos de próceres libres de cuestionamientos y miserias humanas. Se omite toda consideración a mujeres preponderantes. Si las hay, son exhibidas como ejemplo de sacrificio, entrega incondicional, maternidad y acompañamiento sin preguntas, sin opinión, sin existencia propia. Nuevas corrientes académicas revisan viejos textos y documentos y, naturalmente, encuentran a las mujeres invisibilizadas porque allí estaban. En esa línea consultamos a Félix Luna, Dora Barrancos, Felipe Pigna, Lily Sosa de Newton, entre otros. Trataremos de focalizarnos en cuatro mujeres que coexistieron en la época fundacional de la Nación. Nos referimos a Mariquita Sánchez, Juana Manuela Gorriti, Juana Manso y Aurelia Vélez. Contemporáneas de Rivadavia, Rosas, Alberdi, Vélez Sársfield, Sarmiento y otros próceres del Olimpo nacional, tuvieron trascendencia individual, diferencias personales y puntos de coincidencia, según veremos. Cada una de ellas merece ríos de tinta y mucha atención y reflexión. Mariquita Sánchez de Thompson y de Mendeville, nacida y criada en cuna de oro, cuidaba particularmente sus vínculos sociales, que también eran políticos. Se destacaba por su belleza y sensualidad hasta el fin de sus días, según veremos. Competitiva, le molestaba que otras mujeres tuvieran notoriedad. Inteligente, hacía lo políticamente correcto hasta el límite que su tolerancia le permitía. Promovía la educación de las mujeres con la condición de evitar que las “niñas blancas” tuvieran contacto con las “niñas pardas, mulatas y negras”. Por este tema, en el que nunca reflexionó, detestaba a Juana Manso. Esa, tan pobre, tan gorda, tan fea y tan sabionda, se atrevía a disentir con su criterio y lo más grave: la escuchaba el poder y respaldaba su postura de educación común. Además de todo esto, Juana Manuela la defendía, inexplicablemente. Con ella Mariquita no podía enfrentarse porque pertenecía a su misma clase social, fina, aristocrática. Una primera dama del Continente que, sin cantar el himno, era reconocida por su intelecto más allá de las fronteras. Y Aurelia, siempre en las sombras, a pesar de los escándalos, brillaba igual en todos los círculos. Aunque no la nombraran, ella estaba allí. Discreta, firme, decidida. Juana Manuela Gorriti de Belzú no desconocía la fuerte influencia de Mariquita, pero decidió ignorarla. Radicada lejos de Buenos Aires no gastaría energías en discutir liderazgo, necesita sus fuerzas para apoyar a Belzú en la lucha por la presidencia sin que se confunda sobre el vínculo matrimonial que los unió. Conoce el combate que enfrenta Juana Manso, pero descarta que su férrea convicción la sostendrá en pie, además de la admiración que le profesa Sarmiento. Mariquita potenciará el rol que le asignó Rivadavia y con las Damas de Beneficencia sentirá satisfecho su ego. Sobra agregar que su seducción a cualquier mortal hace que duerma tranquila. Ocuparse de la escritura le lleva mucho tiempo, los hijos, los amores pasados y presentes, el pueblo que adoptó como propio y la llama “Mamay” y pretende su conducción. Ya habrá tiempo para justicia y reivindicaciones. Como en la cocina, todo requiere dedicación y paciencia. Juana Manso de Noronha conoce la pobreza, el destierro y la fortaleza necesaria para combatir toda adversidad. Conoció el amor, y acompañó a su marido como pianista acompañante, recorriendo parte del mundo. Conoció el abandono y la miseria, con hijas a cargo y con ellas regresó a Buenos Aires. La caída de Rosas la libraba de un enemigo poderoso. “Los misterios del Plata”, su novela para dar a conocer las causas y efectos de la tiranía rosista le ha significado tanto reconocimiento como resistencia. Abraza sus pasiones y las milita. Desde el periodismo comunica el valor que otorga a las mujeres. Logra publicar ocho números de Álbum de Señoritas. Nunca imaginó que su actitud combativa en el ámbito educativo le significara tan enconada guerra, de quienes menos esperaba. No tiene tiempo ni ganas de dedicar a Mariquita, tan pertinaz en la resistencia, que como generala envía a sus coroneles a atacarla. Juan María Gutiérrez, devoto enamorado de Mariquita la hostiga. Todos los pacatos de la élite porteña, que tanto callan en algunos casos, la persiguen enarbolando sus prejuicios sexuales que no admiten la educación mixta. A nadie importa que escriba el primer libro didáctico titulado “Compendio de la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata”. Se jactan de leer autores europeos. Sarmiento la rescata y la valora, pero su salud no la acompaña desde hace tiempo, la hidropesía, la amargura, la llevaron temprano a la muerte. Aunque antes tuvo la satisfacción de ser la primera mujer en integrar el Departamento de Escuelas y luego la Comisión Nacional de Escuelas. Aurelia Vélez Sársfield nació 50 años después que Mariquita, y no fue ajena a su influencia. En los períodos rosistas, cuando su “Tatita” no estaba en el exilio concurría a casa de los Thompson. Era una suerte de embajada donde confluían intelectuales de la época, salvo Sarmiento que permanecía exiliado. Ella coincide con Alberdi, quien la definió como “la personalidad más importante de la sociedad de Buenos Aires, sin la cual resulta imposible explicar el desarrollo de su cultura y buen gusto”. Ella repara expresamente en la omisión a la condición de mujer de Mariquita. Es como la referencia de Sarmiento a Juan Manso, cuando escribe “La Manso, a quien apenas conocí, fue el único hombre en tres o cuatro millones de habitantes en Chile y la Argentina que comprendiese mi obra de educación”. Jamás osaría cuestionar esa opinión de Sarmiento, conoce la valentía de Juana Manso, mayor que cualquier otra, sin respaldo económico para disentir con poderosos. Juana Manuela, en cambio, es valiente sin alardes, se proyecta en líneas que publica en Perú, en Bolivia, y poco la ha contaminado Buenos Aires y sus cotorreos. Aurelia sabe muy bien cuánto hablan de ella a sus espaldas y también sabe cuánto la admiran calladamente por su intelecto y por la importancia que su existencia tuvo en dos de los hombres más brillantes de su tiempo, Dalmacio, su padre y Domingo, su amor. Después de sus tormentosas experiencias ha elegido el perfil bajo y se permite ignorar habladurías. No puede impedir que la afecten, pero hará lo imposible para evitar que lo sepan. Pondrá distancia de Buenos Aires, recorrerá el mundo y su historia personal la perseguirá más allá de su muerte. Estas mujeres, tan diferentes, tenían algo en común. Una libertad conquistada a partir de una educación avanzada para la época y a la que pocas mujeres accedían. A pesar de sus contratiempos personales (las cuatro eran divorciadas) todas lograron una aparición pública en la construcción nacional, donde los varones eran protagonistas exclusivos y excluyentes. Lo hicieron con su inteligencia, con su palabra escrita, con su intelecto como única arma. Esa aparición no fue inocua. Fueron escuchadas, respetadas, resistidas y ponderadas, dejando huellas que vale la pena recordar. Este club de divorciadas del Siglo XIX dará mucho que hablar doscientos años después. (*) Abogada. Ensayista. Autora del libro Ser mujer en política
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