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  • Antonio Berni, Mondongo y "el mundo oculto detrás del mundo"

    » La Capital

    Fecha: 02/06/2025 08:25

    No hay duda de que toda obra artística es producto de un delicado equilibrio entre tradición y novedad, entre pasado y presente, entre un repertorio de “cosas” que ya ostentan estatus de artisticidad, y planteos originales que deberán afrontar el desafío de instaurar su propia legitimidad, puesto que la piedra de toque de toda obra de arte que se precie consiste en “instalar” aquellos cánones que, en cierta medida, ella suscita e inaugura. Pero en ese intercambio dialéctico que se juega entre lo conocido y lo nuevo, existe lo que se llama “intertextualidad” —palabra que el diccionario define como “conjunto de relaciones que un texto tiene con otros, bien porque el autor los cita, los plagia o los parodia”—, una modalidad creativa que ha dado origen a producciones artísticas de calidad superlativa. Otro término que también alude al hecho de tomar como punto de partida una obra preexistente y reelaborarla, dotándola de nuevos horizontes significativos es “apropiacionismo”, y el concepto es lo suficientemente amplio como para involucrar, tanto a la novela pastoril que Cervantes parodia críticamente en el Quijote como a las “Danzas húngaras” de Johannes Brahms, a las cincuenta y ocho versiones de “Las meninas” que nos legó Picasso, y a la recreación de la obra teatral “Un tranvía llamado deseo” que Woody Allen —y por más que el propio director niegue la depurada y exquisita analogía— logró en su película “Blue Jasmine”. El comentario viene a cuento, porque nuestro Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino está exhibiendo en este momento la admirable apropiación y relectura de una de las piezas fundamentales en la historia de la pintura argentina del siglo pasado. Según apunta Rosa María Ravera, después de que Antonio Berni retornara de Europa y abandonara su fugaz incursión en la poética surrealista, “el vivísimo interés por los convulsionados eventos del ámbito nacional, en plena crisis socioeconómica, lo inclinan a privilegiar la lucha ideológica, plástica y política. Es clara la adhesión a un marxismo de herencia europea que influye en su actividad convocante. La de un maestro.” A partir de esa toma de posición y a poco de iniciada la década del treinta, Berni fundará en Rosario la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos, compartirá con Juan Carlos Castagnino y Lino Enea Spilimbergo la creación del movimiento Nuevo Realismo, y se embarcará en lo que Ravera llamó “la épica monumental de grandes obras”, como “Desocupados”, “Manifestación” y “Chacareros”. En efecto, corría el año 1934 cuando un joven Berni de apenas veintinueve años encara la confección de un imponente “mural transportable” de dos metros y medio de largo al que llamará “Manifestación”, utilizando la antiquísima técnica del temple —los célebres retratos de momias egipcias de El Fayum también fueron pintados al temple— pero empleando como soporte bolsas de arpillera cosidas entre sí, una elección que a ojos vistas supera la necesidad de contar con un material firme y resistente, para adquirir una elocuencia simbólica en extremo significativa… (Harto frecuente será en la obra de Berni el apelar a materiales de desecho para poder nombrar a la miseria sin ambages, recurso que, en las sagas más tardías de Juanito Laguna y Ramona Montiel, aplicará con un exuberante preciosismo barroco). Pero si en “Desocupados” (también de 1934), el artista detiene el curso del tiempo, y transforma un asunto de neto cuño testimonial en una vibrante elegía sobre el sueño, representando así la angustia de quienes pretenden sin éxito acceder a un trabajo digno, en “Manifestación” —pieza que hoy integra el patrimonio del Malba—, hacina en una calle del barrio Refinería de Rosario a una multitud de rostros estragados por la pobreza, en los que la desmesura hiperbólica de los tamaños pareciera querer sustituir la eficacia del grito. En la escenografía que enmarca la escena, una clásica vivienda de estilo italianizante, típicamente rosarina, y la inconfundible mole de la Refinería Argentina de Azúcar de Gorriti al 100. 10735495.jpg Antonio Berni: genio y compromiso. Pese a la diversidad de personajes, también esta pintura icónica confirma la capacidad del artista para inventar un “tipo fisonómico” en el que los rasgos individuales jamás prevalecen sino que se imbrican armónicamente, en la genérica melancolía de una humanidad distante, y como eternamente ensimismada. Es como si Antonio Berni intuyese —artísticamente, claro— que tras cada máscara personal no hay más que un único actor interpretando el drama de la aventura humana… En cuanto a la impactante versión del colectivo Mondongo exhibida en el Museo Castagnino, da cuenta de la maestría alcanzada por el binomio que integran Juliana Laffitte y Manuel Mendanha, en el manejo de un material tan singular —y tan “poco noble”, pero al gusto de Berni, sin duda— como lo es la plastilina. Tras más de veinte años investigando sus múltiples posibilidades expresivas, Mondongo ha sabido reunir la calidad volumétrica de la plastilina para construir un “altorrelieve” con sus virtudes también pictóricas —equiparables a las del óleo, según dicen—, algo que les permitió obtener, no sólo sutiles efectos de esfumado, sino “mezclas ópticas” dignas del más puro Impresionismo. La apropiación supera, sin embargo, la mutación de los medios técnicos, ya que Mondongo “nacionalizó” la protesta, trasladándola desde nuestro barrio Refinería a la Plaza de Mayo capitalina —lugar de tanta gesta reivindicatoria—, enfatizando la fisonomía intransferible de cada personaje, y reemplazando la cohesión unificadora de Berni con una formidable galería de retratos —de amigos, parientes y personalidades del mundo artístico—, un enfoque que ha sido inmejorablemente administrado y que quizás aluda, voluntariamente o no, al omnipresente individualismo contemporáneo. Es evidente que, como todo arte de condición superior, como toda paráfrasis poética, como toda metáfora que horadando la epidermis de los fenómenos se lanza a capturar lo que alguien llamó “el mundo oculto detrás del mundo”, tanto el arte de Berni como el de sus epígonos del colectivo Mondongo, son mucho más que una sublimada militancia contra la explotación y la pobreza. No obstante, en los tiempos que corren, tal vez sería oportuno recordar las palabras con que Antonio Berni habría respondido a cierta acusación de profesar un “realismo socialista” como el que, por la fuerza, impusiera Stalin en la Unión Soviética: “Lo mío no tiene un contenido político, sino un contenido filosófico, y es una actividad humanista”… “Es también un sentido de justicia, de equidad, un estado de amor y un sentimiento de fraternidad”.

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