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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 01/06/2025 16:33
Los viajes de las sondas Voyager de la NASA Cuando parecía que el tiempo y la distancia terminarían por dejar fuera de servicio a la nave espacial Voyager 1, el equipo de la NASA logró una maniobra inesperada: revivir unos propulsores que llevaban dos décadas sin funcionar. Este episodio no sólo salvó a la nave de una desconexión definitiva con la Tierra, sino que demostró una vez más el poder de la ingeniería aplicada a una misión que sigue activa después de casi medio siglo. Los técnicos del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) consiguieron reactivar los propulsores de alabeo originales de la nave, piezas claves para mantener su orientación en el espacio. Estos sistemas habían quedado inactivos desde 2004, luego de que sus calentadores internos dejaran de funcionar por falta de energía. La NASA reactivó propulsores inactivos desde 2004 para evitar que la Voyager 1 perdiera comunicación tras casi cinco décadas de misión (NASA) Ante ese fallo, los ingenieros de entonces habían descartado la posibilidad de reparación y pasaron a utilizar los propulsores de respaldo. Durante 20 años, estos últimos mantuvieron operativa a la sonda, pero con el tiempo, comenzaron a obstruirse por residuos acumulados en sus conductos. Las Voyager 1 y 2 se lanzaron en 1977 para explorar los planetas exteriores del Sistema Solar. Después de completar con éxito su misión original, ambas continuaron su trayecto hacia el espacio interestelar. La Voyager 1 cruzó ese límite en 2012 y actualmente se encuentra a unos 25.000 millones de kilómetros de la Tierra, viajando a una velocidad cercana a los 56.000 kilómetros por hora. Sus sistemas dependen de generadores termoeléctricos de radioisótopos que pierden capacidad de forma progresiva, lo que obliga a los ingenieros a apagar instrumentos para conservar energía y mantener las funciones esenciales. Entre esas funciones está la capacidad de orientar la antena de la nave hacia la Tierra. Para lograrlo, la Voyager realiza ajustes en su actitud espacial mediante movimientos conocidos como cabeceo, guiñada y alabeo. El alabeo —una rotación sobre su eje— permite que la nave conserve alineado su rastreador estelar con una estrella guía. Ese alineamiento es indispensable para que el sistema se estabilice y mantenga la antena dirigida hacia las estaciones de la red de espacio profundo. Esta ilustración muestra las sondas Voyager 1 y Voyager 2 de la NASA fuera de la heliosfera, la burbuja protectora creada por el Sol alrededor de nuestro Sistema Solar. (NASA/JPL-CALTECH) Una misión contra el tiempo y la distancia La situación se tornó crítica a inicios de 2024, cuando la NASA detectó que los conductos de los propulsores de alabeo de respaldo empezaban a bloquearse. La acumulación de residuos de hidracina amenazaba con dejar inoperativa esa vía, lo que pondría en riesgo el control de orientación de la sonda y con ello su capacidad de enviar datos a la Tierra. La única alternativa era intentar lo impensado: recuperar los propulsores que habían quedado fuera de servicio en 2004. En ese momento, surgió una nueva hipótesis. Según los ingenieros, la falla ocurrida veinte años atrás podría haber estado relacionada con una perturbación eléctrica que modificó la posición de un interruptor en el sistema de energía de los calentadores. Si lograban restaurar el interruptor a su configuración original, tal vez los calentadores volverían a operar y con ellos los propulsores. Pero el margen de acción era mínimo. La maniobra de rescate se concretó antes del 4 de mayo cuando la antena de Camberra quedó inactiva para mantenimiento hasta febrero de 2026 (NASA ) Las condiciones para la prueba eran extremadamente delicadas. Si los calentadores no se activaban a tiempo y los propulsores se encendían sin la temperatura adecuada, una sobrepresión podía dañar el sistema. Por otro lado, si la nave se desviaba de su trayectoria durante el proceso, el rastreador estelar podía perder su referencia, lo que aumentaba la posibilidad de fallos. La misión debía ejecutarse con una sincronización casi perfecta. La situación era más apremiante por una razón técnica adicional. El 4 de mayo estaba prevista una interrupción prolongada en la antena terrestre más potente del sistema, ubicada en Camberra, Australia. Esa antena de 70 metros es la única capaz de transmitir comandos a las Voyager. A partir de esa fecha quedaría fuera de servicio hasta febrero de 2026 por tareas de mantenimiento. Cualquier intento de rescate debía realizarse antes de esa ventana crítica. Los ingenieros de la NASA enviaron las órdenes a la sonda desde la Tierra, pero debido a la distancia, debieron esperar 23 horas para obtener una respuesta. Si algo fallaba, no habría margen de corrección inmediata. La NASA envió un disco de oro en cada Voyager, extendiendo el eco de la humanidad a través de dibujo y música (NASA) El 20 de marzo recibieron la señal de confirmación: los calentadores funcionaban, y los propulsores de alabeo, inactivos durante veinte años, se habían encendido correctamente. “Fue un momento glorioso. La moral del equipo estaba muy alta ese día”, expresó Todd Barber, jefe de propulsión de la misión en el JPL. “Estos propulsores se consideraron inoperantes. Y esa fue una conclusión legítima. Simplemente, uno de nuestros ingenieros intuyó que tal vez existía otra posible causa, y que era solucionable. Fue otro milagro para salvar a la Voyager”. Con esta recuperación, la NASA extendió una vez más la vida útil de la Voyager 1. El éxito no sólo evitó que la nave perdiera contacto con la Tierra, sino que le devolvió un margen de maniobra clave. El rastreador estelar volvió a funcionar con precisión, y la antena pudo mantener su alineación. “Creo que en ese momento, el equipo aceptó que los propulsores de rotación primarios no funcionaban, porque contaban con un respaldo en perfecto estado”, señaló Kareem Badaruddin, director de la misión. “Y, francamente, probablemente no creían que las Voyager fueran a seguir funcionando durante otros 20 años”. El equipo de la NASA esperó 23 horas para recibir respuesta de la nave y comprobar que los propulsores primarios volvieron a funcionar (NASA) El caso de la Voyager 1 es un ejemplo extremo de “longevidad” en misiones espaciales. Diseñada para operar unos cinco años, ya superó los 46 de actividad continua. Su trayecto la llevó más allá de la heliosfera, la burbuja magnética que protege al sistema solar del medio interestelar, y actualmente transmite información sobre partículas, campos magnéticos y radiación desde un entorno nunca antes explorado. En los últimos años, la sonda enfrentó múltiples desafíos. Su fuente de energía se debilita de forma constante, lo que obligó al equipo a apagar sistemas no esenciales. También experimentó fallos electrónicos, como la pérdida de datos causada por un chip defectuoso, solucionada mediante una reprogramación remota. Aun así, la nave continúa enviando datos útiles que permiten estudiar cómo interactúa el viento solar con el medio interestelar, y cómo evolucionan los campos magnéticos más allá de Plutón. La Voyager 1 fue lanzada en 1977 para explorar planetas exteriores y desde 2012 recorre una región más allá de la heliosfera solar. (NASA) Cada intervención exitosa sobre la Voyager 1 se traduce en una extensión adicional del conocimiento científico. Su funcionamiento ofrece datos que no pueden obtenerse por otros medios, ya que no existe otra nave espacial que se encuentre en esa región del espacio. El restablecimiento de sus propulsores primarios no sólo representa un triunfo técnico, sino que refuerza el valor de las decisiones tomadas décadas atrás en su diseño. Desde 1977, las Voyager han sido testigos del paso del tiempo más allá del alcance de los planetas. Su legado incluye las primeras imágenes detalladas de Júpiter y Saturno, el descubrimiento de nuevos anillos y lunas, y la confirmación de fenómenos como los volcanes activos en Ío. Seis planetas del Sistema Solar fuero fotografiados por Voyager 1 (NASA) Hoy, en pleno siglo XXI, siguen siendo referentes de exploración espacial y ejemplos concretos de cómo la perseverancia y la ingeniería pueden extender los límites de lo posible. Con cada comando enviado, los equipos de la NASA sortean un desfase de 46 horas entre emisión y respuesta. Cada decisión implica riesgo y precisión quirúrgica. Pero lo que comenzó como una misión limitada a los planetas exteriores, se convirtió en una ventana permanente al espacio interestelar. Y mientras los sistemas sigan respondiendo, la Voyager 1 seguirá viajando, como el objeto artificial más lejano jamás construido, enviando señales que tardan un día entero en llegar, pero que siguen trayendo información clave para entender el cosmos.
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