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» El litoral Corrientes
Fecha: 01/06/2025 11:55
n Pasemos del Cabildo a la calle Perú. Corto es el trecho, más no el tiempo empleado en recorrerlo. Estamos a mitad del siglo. La tiranía parece inconmovible. El escritor viajero M. Xavier Marmier, recientemente llegado a la ciudad desde La Habana, nos conduce. “Entramos en la calle Perú -leemos en el segundo volumen de sus finas y pintorescas Lettres sur Amérique-. A la derecha e izquierda, no veréis sino el lujo de las invenciones de nuestro país; negocios de muebles, joyerías, peinadores. He aquí las últimas sederías llegadas de Lyon, las cintas más flamantes de Saint-Etienne, las más recientes formas de corpiños o sombreros. Una joven prepara, detrás de una ventana enrejada, una guirnalda de flores artificiales que figuraría muy honorablemente en un salón del barrio de Saint-Germain; un sastre aplica a los vidrios de su tienda un nuevo figurín del Journal des Modes que ha recibido ayer por el paquete-bote del Havre, y delante del cual se detendrán los elegantes; un librero ordena metódicamente en sus anaqueles una colección de volúmenes. Se le pondría en grave aprieto si se le pidieran las obras de Garcilaso de la Vega o de algunos otros historiadores de España; pero está pronto a proporcionarnos las novelas de Dumas, de Sandeau, y las pesias de Alfredo Musset. Es un rincón de París, diréis, una copia de la rué Vivienne. En efecto, es una de esas copias con acompañamiento de chalecos escarlatas, como se veían lucir en París inmediatamente después de nuestra revolución de febrero”… Abandonamos aquí a M. Marmier. Al doblar la primera esquina, y luego de pasar “delante del taller del espiritual Fabvier, que hará, con la misma gracia, vuestro retrato al óleo o al daguerrotipo”, volveríamos al Cabildo. Y nuestro guía anuncia que ahí desaparece Europa y torna la América primitiva. El libro local - Pero buscamos nuevamente a M. Marmier, en otro lugar de su obra, para que nos diga algo sobre los libros argentinos o de autores extranjeros que escribieron sobre el país. Lo hallamos, complaciente, expresivo, y he aquí lo que nos declara: “En Petersburgo y en Moscú he podido adquirir, mediante algunas ligeras formalidades, los libros más hostiles al gobierno del zar. En Buenos Aires se osa apenas pronunciar, en casa de los libreros, el nombre de un autor prosélito o de una obra prohibida. De miedo a comprometerse no tienen ellos ni una obra de geografía o de estadística sobre el país. Yo he buscado en vano adquirir el libro de M. Wood byne Parish, y sólo después de haber explorado en muchos comercios, he podido llegar a reunir los tres tomos del Ensayo histórico del canónigo Deán Funes, que es enteramente inofensivo.” Y después de comprobar que los cuatro periódicos locales demuestran estar amordazados por el tirano, y que los escritores han debido abandonar el país, M. Marmier nos da esta síntesis de la situación: “No hay literatura en Buenos Aires. (Rafael Alberto Arrieta). Los hombres cultos - Juan Manuel de Rosas combatió no sólo a la cultura sino también, y despiadadamente, a los hombres cultos. Y no podía ser de otra manera, por la ley de afinidad personal resulta que cada cual ama y busca a sus iguales, pero raramente a los que no lo son: el hombre superior a los superiores; el inferior a los inferiores; el farolero a los faroleros; el simulador a los simuladores; el superficial a los superficiales; el chusma a la chusma; el canalla a los canalla, y el criminal nato a los mazorqueros, y nunca a los de inteligencia cultivada de sentimientos nobles y generosos, de ideas sociales, patrióticos o humanos. Cuando para descargar de los errores o desaciertos de un funcionario o mandatario público se echan las responsabilidades sobre quienes lo rodean, como con frecuencia se hace, se afirma un solemne disparate, un fenomenal contrasentido. No acepta la amistad ni el consejo de sujetos amorales o incapaces sino aquel que es igualmente amoral o incapaz. El honesto y sensato los repudia, los rechaza y se los aleja. Ingeniero Carlos Pellegrini - Rivadavia no solo intentó sacar al país del odio en que se empantanaba, sino también liberarlo de una fatalidad que expresaba su psicología de sometimiento a la naturaleza. La fatalidad era el viento que alejaba las aguas del río de la Plata, y al aflorar en este los bancos de arena que hacían peligrar los navíos, convertía en faena penosa el desembarco de pasajeros y de mercadería. El remedio era construir un muelle indispensable, lo encontró la Inteligencia y la investigación constante de Bernardino Rivadavia. Lo halló, lo encontró y lo contrató en Europa al ingeniero Carlos Pellegrini. (Padre de quien 70 años más tarde será presidente argentino). La fatalidad eran las sequías prolongadas, que acarreaban muertes de sed a los hombres y al ganado, y secaban las plantas. El remedio podía encontrarse en las aguas del subsuelo y para perforar la llanura con pozos artesianos Rivadavia hizo venir de Londres al ingeniero Bevans, especialista en hidráulica. La fatalidad eran las lluvias que convertían la tierra en lodo que, atascando carruajes, jinetes y peatones, incomunicaba la ciudad y el resto del país. El remedio eran los caminos, como el que Rivadavia hizo construir en 1822 entre Buenos Aires y el puerto de Ensenada. La fatalidad eran los ríos marchando caprichosamente según el suelo. El remedio eran los canales navegables, y Rivadavia los proyectó considerando los que había observado en Francia como elemento de comunicación y riego. Rivadavia en todo - O casi en todo. Gracias a su gestión se fundó la Universidad de Buenos Aires, inaugurada el 12 de agosto de 1821, designando como primer rector al doctor Antonio Sáenz. Tardó varios años en funcionar orgánicamente. Fue la obra educativa más importante del gobierno de la Provincia de Buenos aires a cargo del general Martín Rodríguez. En 1822, por acción oficial o privada, se habilitaron varias instituciones académicas: La Sociedad Literaria, la Sociedad de Ciencias Físicas y Matemáticas, la Sociedad de Jurisprudencia, la Academia de Medicina y dos academias de música y canto. Cinco librerías existentes en Buenos Aires en 1825 vendían toda clase de obras literarias y científicas editadas en Europa. Fiel a su ideario, por un decreto de 1821, derogó antiguas prohibiciones a la introducción de determinados libros sin censura ni trabas de ninguna índole. Durante la época de Rivadavia se contrataron a distinguidas personalidades intelectuales del extranjero, como el matemático mexicano José Lanz, el naturalista francés Amado Bonpland, los físicos y astrónomos italianos Pedro Carta Molino y Octavio Fabricio Mossotti. La mayoría de ellos se establecieron a enseñar e investigar en el país. Otras muchas nuevas instituciones fueron creadas durante su ministerio. El Museo Argentino de Ciencias Naturales, el Archivo General, el Registro Oficial, el Departamento Topográfico y Estadístico. Se confeccionaron los primeros planos topográficos y catastrales de la provincia de Buenos Aires. La ciudad de Buenos Aires comenzó a modernizarse. Construyó edificios públicos, ensanchó avenidas, ordenó construir ochavas, mejoró la iluminación de las calles y creó el Cementerio de la Recoleta. Estas modernizaciones que emprendió estaban pensadas principalmente para la ciudad siendo menores las iniciadas en el interior de la provincia. En 1840, el político y jurista argentino Juan Bautista Alberdi viajó a París. Alberdi viajó a Francia en 1840-1841 y dejó una descripción detallada de su viaje en su libro "Recuerdos de viaje por Francia y Bélgica en 1840-1841". Pisar este suelo francés es como que si estuviéramos hoy en un sueño extraterrestre. Fueron nuestros grandes hombres los que bebieron de ese vino especial y habitaron sus hoteles y bailaron en sus salones como lo hicieron Bernardino Rivadavia y Manuel Belgrano, quienes en su carácter de Embajadores rioplatenses cruzaron el “charco” con el propósito de difundir, y así lo hicieron, las virtudes de nuestra Revolución de Mayo. Rivadavia en todo - O casi en todo. Gracias a su gestión se fundó la Universidad de Buenos Aires, inaugurada el 12 de agosto de 1821, designando como primer rector al doctor Antonio Sáenz. Fue la obra educativa más importante del gobierno de Martín Rodríguez y en 1822, por acción oficial o privada, se habilitaron varias instituciones académicas: La Sociedad Literaria, la Sociedad de Ciencias Físicas y Matemáticas, la Sociedad de Jurisprudencia, la Academia de Medicina y dos academias de música y canto. Cinco librerías existentes en Buenos Aires en 1825 vendían toda clase de obras literarias y científicas editadas en Europa.
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